Sobre los muertos: Las heridas no duelen, se tocan

Antes de cualquier intento por construir en la película un dispositivo de misterio e interpretación, Vargas apuesta en gran medida por la sensación y la seducción estética. A través de un diseño sonoro que propone una rica mezcla entre el imponente ambiente del sur chileno y la música de atmósfera inquietante, conjugado con un dominio de la cámara en su encuadre y movimientos controlados, Sobre los muertos nos obliga experimentar sensorialmente ese no-lugar, ese limbo en el cual los fantasmas no logran ubicarse del todo.

Alicia (Catalina González) y Damián (Daniel Zárate) están muertos. Su limbo, ese lugar de paso para las almas a medio camino entre el cielo y el infierno, es una casona perdida en la naturaleza a orillas del lago Riñihue. Ahí divagan, balbucean y tratan de entender de forma dispersa el sentido de su estadía en dicho lugar.

Sobre los muertos (2018) es el primer largometraje de ficción del director chileno Simón Vargas, quien colaboró también en el largometraje documental Propaganda (2014) del colectivo MAFI (Mapa Fílmico de un País). Este antecedente no es menor, puesto que esa búsqueda y control del encuadre muy característico de MAFI se hace presente también en la puesta en escena que Vargas despliega en su debut solitario.

Antes de cualquier intento por construir en la película un dispositivo de misterio e interpretación, Vargas apuesta en gran medida por la sensación y la seducción estética. A través de un diseño sonoro que propone una rica mezcla entre el imponente ambiente del sur chileno y la música de atmósfera inquietante, conjugado con un dominio de la cámara en su encuadre y movimientos controlados, Sobre los muertos nos obliga experimentar sensorialmente ese no-lugar, ese limbo en el cual los fantasmas no logran ubicarse del todo. Así, Alicia y Damián buscan erráticamente -como nosotros- un sentido a su presencia en la gran casona, pero encuentran en gran medida solo huellas, fotografías, sonidos y paisajes. El limbo, el epítome del espacio intersticial, se transforma así en un aquí y un ahora que obliga a ser experimentado sensorialmente y no interpretado.

La importancia del espacio físico en Sobre los muertos se articula también con el deambular y la errancia, en la contradicción de divagar en un lugar que solo está destinado a ser una estación de paso. El relato es en mayor medida discontinuo, las escenas podrían sucederse en cualquier orden. Se divaga, así como Alicia y Damián lo hacen en la casona y su envolvente paisaje sureño. Pero el deambular tampoco implica una falta de compromiso o un tratamiento distanciado: hay siempre una inquietud latente en los personajes, un intento por aprehender un sentido elusivo que se esconde en las huellas que van encontrando, pero que nunca termina por constituirse del todo.

En esta búsqueda errática y elusiva, el director logra satisfactoriamente coquetear con elementos del cine de terror sin que ello implique la sumisión total de la película a las operaciones de dicho género. Es más bien un juego de seducción estética, donde se insinúa (ya sea en un sonido o en un plano secuencia cargado de suspenso) más que se muestra, y donde la frescura que logra mantener la película recae principalmente en una puesta en escena siempre propensa a un quiebre o gesto inesperado y en la riqueza visual y sonora que plantea.

En esta línea, el principal riesgo que corre la película es en a ratos acercarse peligrosamente a ciertas revelaciones o explicaciones, en desmedro de la apuesta estética inicial. Sin embargo, logra evitar satisfactoriamente este obstáculo y logra mantenerse en gran medida coherente con este juego elusivo y sensorial, como los fantasmas de la película que, enfrentados ante un puente, deciden eludir el camino, salir del trazado práctico que lleva de un punto a otro y cruzar por debajo. En definitiva, se trata siempre de estar al borde, en ese espacio no definido entre la profundidad del abismo y su superficie.

Sobre los muertos es una película que nos remite más a las huellas que a los hechos que las causaron. Las extrañas heridas que aparecen en los cuerpos de los protagonistas no duelen, pero suenan, se ven y se tocan. No sabemos a ciencia cierta cómo fueron causadas. Solo hay especulaciones, sin embargo, podemos experimentarlas sensorialmente. En la incorporación del material de archivo que constantemente se hace en la película sobre el terremoto de Valdivia (1960) se muestran los estragos causados por dicho fenómeno. Los terremotos solo se experimentan en la superficie, son la manifestación de una profundidad que se nos oculta: la imagen, lo visual, se desancla de su origen y se vuelve superficie abierta a ser experimentada. Solo al final de la película los fantasmas toman una decisión y encuentran un sentido, pero solo a condición de adentrarse en la extensa superficie del lago y no en su profundidad insondable.

 

Dirección: Simón Vargas. Guion: Simón Vargas. Casa productora: Tres Tercios. Producción ejecutiva: Allan Bortnic, Pablo Arias Daud, Sebastián De Iruarrizaga. Fotografía: Jeremy Hatcher. Montaje: Valeria Hernández. Dirección de arte: Francisca Celume. Sonido: Rodrigo Méndez. Música: Marcos De Iruarrizaga. Reparto: Catalina González, Nicolás Zárate, Daniel Antivilo. País: Chile. Año: 2018. Duración: 68 min.