Raúl Pellegrin, Comandante José Miguel (2): Apuntes para disputar la memoria oficial

En el contexto actual, con una cartelera llena de estrenos mundiales rimbombantes (Avengers, Detective Pikachu, etc.), pero también de directores nacionales repitiéndose a sí mismos (Gloria Bell, En tu piel, Medea), el estreno de un largometraje sobre una figura política invisibilizada y controvertida como Raúl Pellegrin es una novedad que, sin embargo, no goza de buena publicidad.

Dentro del panorama del cine político chileno, ese que se posiciona frecuentemente desde la no ficción -y que en la ficción ha tenido grandes virtudes (Mala junta) y fracasos (Cabros de Mierda)- la presencia del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, organización sumamente importante para la historia reciente del país, protagonista del movimiento de masas que llevó a la dictadura a verse obligada a negociar una salida ‘democrática’ y que estuvo a centímetros de matar a Pinochet, es prácticamente nula.

El FPMR no solo ha sido invisibilizado en las películas chilenas sino también del relato político post-dictadura que ha orquestado la centro izquierda en general y el Partido Comunista en particular. Ese que ha intentado desconocer los esfuerzos de terminar mediante la lucha armada con la dictadura, negando que el FPMR fue su brazo militar y que estuvo, por lo menos hasta antes del plebiscito, supeditado a sus órdenes. A lo anterior se le opone -desde la derecha del PC- esa idea de que a la dictadura se le derrotó con lápiz y papel.

El relato de la famosa transición dentro de lo posible solo se puede leer en la actualidad como una farsa, como la gran estafa al pueblo chileno, ese que llevó al poder a Allende, que fue asesinado y torturado en masa, y que después de protestar hasta el cansancio votó por volver a la democracia. Pocos fueron los que se negaron a una transición pactada, y el relato concertacionista -del que el PC forma parte lamentablemente- se encargó no solo de desmantelar el movimiento de masas formado a finales de los 80, sino también de ocultar y anular los discursos disidentes, como el de Clotario Blest y, también, el del FPMR.  El cine no ha estado ajeno a aquello, pocos realizadores se han atrevido a hacer películas que interpelen la hegemonía del relato concertacionista, a ellos también se les intenta mantener al margen de la distribución, de los festivales y sobre todo de la televisión.

Por todo lo anterior este documental sobre Raúl Pellegrin es valioso, porque intenta reivindicar no solo una figura sino un pensamiento, alejándose de la hagiografía para entrar de lleno a la defensa de una tesis política que el rodriguismo tuvo clara desde el principio: la democracia pactada solo llevará al perfeccionamiento del modelo neoliberal.

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Raúl Pellegrin, en ese entonces Rodrigo, pero también Comandante José Miguel, relataba con una capucha de lana los objetivos del FPMR, entre ellos estaba cambiar de inmediato la constitución. No hace falta adentrarnos en las razones de por qué tenemos aún la constitución que se hizo entre cuatro paredes durante la dictadura, ni por qué tenemos el mismo sistema de salud, educación y vivienda que en ese entonces, ni por qué hay cárceles de lujo para los pocos militares que están presos, porque nunca está demás recordar que Pinochet murió en su casa.

El periodo de fin de dictadura y comienzo de la transición, ese que Larraín quiso blanquear, internacionalizar y vender con No, ese que Justiniano asesina estéticamente con Cabros de Mierda, está teniendo una respuesta desde el cine de no ficción, ya sea desde los testimonios de la segunda y tercera generación (El pacto de Adriana, Venían a buscarme, El color del camaleón, Guerrero) o desde las distintas luchas llevadas a cabo por secundarios (Actores secundarios), artistas (La ciudad de los fotógrafos) y mujeres (Hoy y no mañana). Tanto los anteriores como este documental (habría que agregar a El Negro, largometraje sobre Ricardo Palma Salamanca próximo a estrenarse) pretenden disputar la memoria sobre dicho periodo a la memoria oficial, la que se enseña en los colegios, la que ha quedado plasmada en la ficción, la que siempre ha tratado al FPMR como terroristas, la que siempre prefiere mirar hacia adelante o demasiado atrás.

Raúl Pellegrin reúne todas las condiciones del héroe, es carismático, sumamente inteligente y hasta guapo. No solo eso, reúne también las credenciales que históricamente han convertido a otros en héroes. Pasemos la palabra a Martín Kohan “Los héroes clásicos (Odiseo, Eneas), los medievales (El Cid Campeador), los héroes modernos de los Estados Nacionales (Napoleón, Bolívar, Artigas, San Martín) [...] viajan: viajan porque son héroes, pero antes viajan para ser héroes (es el viaje lo que los constituye en héroes: la secuencia viajes-pruebas-superación de pruebas)”. Kohan, obviamente, no habla de Pellegrin, sino sobre el Che Guevara. Pero la historia del primero da para todo lo anterior.

Exiliado a los 16 años en Alemania y luego Cuba, decide hacerse militar y lucha en el frente sandinista, para luego volver a Chile. En esos años pasa todas las pruebas que se le interponen al héroe. ¿Cuál sería la diferencia? Mientras el Che Guevara triunfó en la Revolución Cubana, el Frente Patriótico solo estuvo a centímetros de hacerlo, porque matar al dictador hubiese sido el fin, porque un escenario político muy distinto se hubiese presentado en el que seguramente el FPMR habría tenido protagonismo, ya que el PC se adjudicaría inmediatamente -y con cierta razón- este hecho. Si bien esto es solo política ficción -tal como señala uno de los entrevistados en el documental- es válido el ejercicio siempre que pueda aportar elementos a la reflexión del presente. La historia la escriben los vencedores y el FPMR no triunfó, menos lo hizo su cabecilla Raúl Pellegrin, asesinado junto a Cecilia Magni, la comandante Tamara, su compañera -quien también merece un espacio grande dentro de la memoria revolucionaria- en una montaña en Los Queñes.

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Una característica de este tipo de documentales centrados en una persona específica es la poca audacia formal. El clásico encuadre de entrevistas a personas que lo conocieron, todos puestos de la misma forma ante la cámara mientras ellos miran a la entrevistadora. Además de eso, la inclusión de fotos antiguas del protagonista y de videos de archivo que ayuden al contexto. El sonido se restringe a responder a la imagen y no tiene ninguna otra función. Últimamente este tipo de producciones han agregado algunas escenas que incluyen el uso de drones para filmar, decisión que nunca termina por justificarse y que más bien siempre responde al antojo de hacerlo.

Los anteriores elementos son los clásicos, a estas alturas sumamente trillados, del documental televisivo que podría exhibirse en cualquier canal de la televisión o por streaming, si es que la figura de la que se está hablando no fuese una que se busca invisibilizar. En este sentido podríamos decir que el cine abre esas puertas que se cierran en medios aún más controlados por el poder político y económico como lo son la televisión o Netflix. ¿Cuáles serán las razones para que este documental solo sea estrenado en el Cine Arte Normandie? Las desconozco. ¿Por qué no tuvo cabida -hasta ahora- en la Cineteca Nacional? Tampoco lo sé.

Pienso que cuando en un documental se ofrece una tesis política interesante en su contenido, esto siempre puede ir acompañado de algún tipo de intento de traspasar el espíritu de dicha tesis a los elementos formales y narrativos de la película. Creo que es justamente aquello lo que diferencia el cine político de un reportaje político: las ganas de jugar al cine, de conjugar sus elementos de manera que pueda allí nacer algo que aporte a su mensaje, a la necesidad de interpelar al espectador. No digo que la intención de Michelle Ribaut sea esta, pero cuando se utiliza al cine como medio del mensaje sin que este mensaje altere directamente la característica del medio en que se inscribe, el espectador piensa y reflexiona menos, se sienta a escuchar ideas postuladas por voces y caras distintas, pero no mucho más. Creo que el documental político en Chile tiene ese desafío, hacer que toda la carga de lo que se quiere decir también se funda en una intención de decirlo con el cine y desde el cine, y no solo a través del cine. Así, quizás, se lo podría habitar ya no como una pieza de hotel sino como una casa que flota en un río sin fin.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Raúl Pellegrin, Comandante José Miguel. Dirección: Michelle Ribaut. Producción general: Angélica Barrios, Michelle Ribaut. Fotografía: Raúl Moncada. Post producción de imagen: Nicolás Astudillo. Montaje: Valentina Noya, Michelle Ribaut. Sonido directo y post producción de sonido: Camila Pruzzo, Carlos Pérez. Investigador: Gabriel Astudillo. Música original: Vicente Feliú. Gráficas: María José Jiménez. Producción Ejecutiva y Distribución: AconcaguaCineTv. País: Chile. Año: 2019. Duración: 83 minutos.