Propaganda (Colectivo MAFI, 2014)

¿Es Propaganda un filme político? La pregunta ayuda a contextualizar y a establecer una relación entre el cine y  lo social que hay que forzarse a indagar en términos de lo factible y  lo mostrable, entre lo pensable y lo imaginable. Esto, problematizando una crítica a cierto intimismo (el desencanto) o a la proliferación de lo subjetivo, vistos como rasgos centrales del cine chileno (la discusión a propósito del novísimo) y discutiendo su vez la idea “terca” de que el cine documental sería el lugar propiamente de “lo político” en el cine, una idea de poco alcance que hay que desmontar.

Si a esto sumamos la división de los pares (ficción/documental) nos daremos cuenta de que en estos discursos hay un objeto –el cine mismo– que es el que parece ser el denegado. En Propaganda están todos estos elementos: el desencanto, la subjetividad (como demanda), el juego entre ficción y documental (no entendidos como géneros discursivos, si no como juegos al interior de la representación), y a la vez una pregunta por la construcción visual de lo público.

Pero también digo todo esto porque me parece antes que todo que Propaganda es un filme a secas. Una “película” como se nos dice cuando vamos a comprar al dealer de dvds y nos damos cuenta de que en otra carpeta están “los documentales”. El visionado de Propaganda no sólo es divertido, fabulador y a la vez estéticamente riguroso y trabajado (volveremos sobre ello), sino que todo parece ser una gran ficción donde Chile, su momento social, aparece dibujado con claridad a ya la vez con cierto ludismo y humor (¿una comedia social?).

No hay plano que sobre en Propaganda y cada uno lleva a una idea que busca, por vía del montaje, construir un discurso más profundo y penetrante sobre lo observado. Dicho esto, Propaganda es un filme sobre la política, pero sobre todo, sobre la ficción de la política. La política entendida como proceso social pero también como construcción simbólica, como producción de imaginario y como lucha por la visibilidad. Pero ya situarnos aquí –en una dimensión ficcional y performativa de la política–, para mí logra establecer una distancia con el discurso de lo apremiante, la demanda del “aquí y ahora” que es lo que se entiende históricamente por “filme político” (ejemplo: el cine militante).

Propaganda, en ese sentido, es un filme que desde el lugar de su enunciación establece una relación de distancia reflexiva sobre lo político, un sitio que es tanto descreimiento como un lugar que vacía lo apremiante para dar cuenta de sus formas sociales y desmontarlas. Esto lo hace con sutileza y detalle: entre la observación etnográfica y el gag visual, entre lo visto y lo dicho, entre el campo y el fuera de campo. Llamaremos “nihilismo” a ese lugar de vacío y vaciamiento, entendiéndolo como clima cultural y también como punto de no retorno de un desensamblaje de la política. El tiempo de ese nihilismo –que le da pertinencia a la interrogante por lo político– es un lugar donde el cine no está llamado a hacer una “toma de conciencia” vertical, sino que se hace político “mediante un contagio de modos de aceleración y reconfiguración de la experiencia que pueden ser absorbidos por otras prácticas distintas a las artísticas”, en palabras muy recientes de Federico Galende.

Todo esto venía siendo trabajado en términos de práctica artística por MAFI como colectivo, plataforma móvil de permanente producción, con sus cortos documentales, desde una simple idea: la filmación de la vida social del país con la estricta metodología de un solo plano fijo. La cita al cine –la toma de vistas Lumière– fue apenas un punto de partida para el establecimiento de un modo de producción que al momento de realizar este documental parece afinado y engrasado. La lógica del plano, su concentración iconográfica, ayuda a la claridad de lo representado. No es menor esta relación entre lo visto y lo denotado, ese juego didáctico que pareciera señalar la construcción visual y sonora de lo social. Todo eso ayuda a la “transmisión del mensaje” y a la vez  a dar una coherencia estética al tratamiento en Propaganda. Así también a establecer una reflexión permanente y global sobre “ideología” e “imagen”.

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Uno de los centros de Propaganda es el tratamiento de los medios: es usual ver a “los medios trabajando”, estudios de televisión, cámaras y pantallas registrando y archivando lo acontecido… En más de un momento vemos también el comentario sobre cómo se construye (y reproduce) socialmente un imaginario: el caso más visible es el de Roxana Miranda quien en su discurso y postura se establece desde un “afuera” y cuya sola presencia (su demanda de clase, en definitiva) desmonta la parafernalia de la elite. Así también, este elemento de exterioridad es mostrado con agudeza desde la tensión de clase y el prejuicio social.

El candidato Marco Enríquez- Ominami parece más bien moverse como pez en el agua en estos términos, usando a los medios a su favor para situarse como “díscolo” de la política y autopresentándose como un discurso de quiebre donde la megalomanía parece ser más bien pura continuidad de “la vieja política”.  Movimientos del cuerpo, entonaciones, gestos, palabras, vestimenta: todo lo que construye la identidad simbólica de un candidato político parece escudriñado y señalado. Se trata, claro, de la construcción de ese “ciudadano visual” a ojos de sus electores, fábrica del marketing (como ya había retratado de algún modo NO, de Pablo Larraín). Sobran los ejemplos, pero la relación permanente una esfera de lo visible- regulado por lo permitido y consensuado, reproducción de la ideología y su tensión –el acto performativo– parece ser algo afín a la cuestión del encuadre cinematográfico, según nos plantea Mafi: los movimientos sociales re-utilizan y quiebran la iconografía creada por el poder; un concurso de dobles de Bachelet otorga una cuota hilarante de humor pervirtiendo su imagen; Roxana Miranda establece un “corte” al interpelar en cámara a Bachelet  con su máster poblacional en economía; los estudiantes “se toman” la sede del partido y se preocupan que estén los medios. La imagen posee una carga ideológica, pero a su vez es en ella, en su superficie, donde parecen inscribirse los eventos (y es el cine el que se encarga de filmarlos). A su vez, es en el campo de lo visible donde se presenta la tensión permanente entre lo instituido y lo instituyente, donde el malestar se manifiesta como crítica a una continuidad, como borde y demanda de lo que  no existe.

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Entonces ¿es Propaganda un filme político? Respondámoslo así: Propaganda es un filme sobre el espacio de lo político entendido como escenario y apuesta de lo social. Es un filme propiamente sobre la ficción de la política en el marco de un vaciamiento y una crisis general de representación. Y es también un filme que desmonta la construcción iconográfica y discursiva de la política en términos de la ideología.

Al vacío iconográfico le sigue un correlato en las urnas. Propaganda filma justamente la distancia (y el daño) entre la política y lo político.

Iván Pinto Veas