Reporte Inedit-Nescafé (3) A Veinte Pasos de la Fama, Beat This!, Soul Train #ineditnescafe
Dado que no soy un melómano demasiado acucioso, mi vía de acceso a In-Edit Nescafé casi siempre es el placer de buscar conexiones temáticas que atraviesan las distintas secciones de la programación. Así como en ediciones anteriores fue posible acumular títulos en torno a Bowie o los Stones, este año mi interés se centró, entre otras cosas, en tres documentales: A Veinte Pasos de la Fama, Beat This! A Hip Hop History y Soul Train: The Hippest Trip in America.
La trenza temática de estos documentales, como también su vocación militante, confluyen en la década del setenta como el momento de la toma de conciencia y explosión de la música afroamericana, con el hip hop, el funky y el blues como arma ideológica.
A Veinte Pasos de la Fama, el documental de Morgan Neville que inauguró la edición de este año, es en gran medida la historia de una tragedia y una crónica de segregación que a lo largo de tres décadas sufrieron las coristas, personajes y voces que se mantuvieron en segundo plano. No hay acá la lógica del ascenso reivindicativo de biopics como Ray o Johnny y June: Pasión y Locura. Los 20 pasos a los que se refiere el título no sólo es la distancia física entre la estrella y su coro, sino más una brecha social e identitaria. Desde esa perspectiva, la cinta da cuenta de un estancamiento, un puñado de mujeres que, con mayor o menor aceptación, entregaron su talento al anonimato y a veces al abuso y a la degradación profesional de una industria que las consideró material intercambiable.
A veinte pasos… se plantea como una reivindicación en la biografía profesional de cinco mujeres –Marry Clayton, Darlene Love, Claudia Lennear, Lisa Fischer y Judith Hill– que partieron en la música soñando llegar a la misma posición que los artistas a quienes servían y casi todas ellas vieron ese sueño hecho añicos a merced de las propias mezquindades de la industria de la música.
Quizás lo más ambiguo en el filme es el optimismo con que juega a rescatar esas figuras y asumir un happy end que podría ser engañoso pero que proviene del género musical del cual se nutre. Desde luego para algunas de ellas (Fisher y Hill) el fin de su historia ha sido más benévola porque sus carreras fueron más recientes, pero para Darlene (que llegó a limpiar casas para sobrevivir) no fue nada fácil llegar a asumir la violencia de las relaciones entre músicos y productores. Si la consigue sólo lamer las heridas aún abiertas de sus protagonistas, es quizás por el optimismo con que asume su punto de vista, por el ritmo vertiginoso y sincopado que a veces, sólo a veces, logra aplacar la sensación de derrota que se cuela en el filme.
Trip en Tren
Con su prodigioso material envasado y su estética callejera Soul Train: The Hippest Trip in America es una clase sobre cómo hacer un documental sobre un programa de televisión. Testimonios precisos y una síntesis envidiable de material de archivo que se intuye agobiante, la cinta cuenta el auge de Soul Train, el primer show afroamericano de música que se convirtió a comienzos de los setenta en éxito transversal en la televisión pública estadounidense.
Su desplazamiento desde una pequeña televisora en Chicago a Los Angeles se convirtió en ariete para la irrupción de la cultura afrodescendiente y caja de resonancia del fenómeno musical, pero esencialmente social, del hip hop y otros ritmos provenientes de la calle.
El documental está organizado con la premisa de la metonimia social en la que es posible entender la evolución de la cultura y la conciencia de la población de color estadounidense sólo analizando el contenido del programa. Las tensiones ideológicas, la necesidad de transar en la actualización de contenidos más populares, la orientación hacia el rating… son todas consideraciones similares a la lucha civil que se gestaba en las calles y en los diversos antros bailables. Lo más relevante en ese aspecto es la idea de comunidad que subyace en sus imágenes, el espontáneo sentimiento de pertenencia que hizo convivir a bailarines emergentes con figuras como James Brown o Steve Wonder y a enfatizar el lado “soul” de Bowie o Elton John. Es elogiable como, dentro del formato de documental televisivo, la cinta se distancia de sus fuentes, siembra dudas de sus personajes y es capaz de incorporar cuestionamiento a sus entrevistados, entre ellos la principal fuente de información, Don Cornelius, ancla y centro del programa durante 25 años.
Si el espíritu de Soul Trip es en gran medida la hermandad hippie de los sesenta, la vocación de Beat This! A Hip Hop History es callejera vertiginosa y abiertamente política. En muchos sentidos el documental retoma la premisa de Beat Street (1984), musical distribuido mundialmente en medio de los rescoldos aún calientes de Flashdance sobre cómo las pandillas de Nueva York reemplazaron la violenta callejera por las competencias de Hip Hop. Si hace 30 años un argumento así parecía a los poco entendidos –me incluyo en ellos- un argumento más cercano a E Mago de Os que a Calles Peligrosas, lo cierto es que lo que hace este documental es precisamente documentar ese proceso de asimilación de la propia música como arma cultural.
La cinta recorre la historia del género con una devoción casi sobrenatural y hay que decir que la cinta ya es un clásico del género entre otras cosas porque se apropia del lenguaje, el estilo y las rimas para narrar su historia desde dentro. Todo en él podría ser ficción pero es documental, al punto de documentar la propia identidad ficcionada de sus propios protagonistas, comenzando por la figura deificada de Afrika Bambaata, precursor del género. Literalmente, en un sentido político, lo que el filme registra es una invasión cultural y musical tan exógena como una invasión extraterrestre donde las antenas de las emisoras funcionan como puntos de propagación de un virus.
Delirante y caótica, su tosquedad se vuelve un manifiesto político y, en gran medida, una declaración de independencia irremontable.
El Trauma de la Adolescencia
En una arista completamente diferente, In Edit 10 cerró las cortinas con un documental extraño con el que, confieso, me costó empatizar inmediatamente. Teenage, trabajo de Matt Wolf, cineasta estadounidense con experiencia en cortos y documentales musicales, elabora a partir del ensayo del inglés Jon Savage una reflexión sobre la idea de adolescencia acuñada según su filme en virtud del condicionamiento autoritario donde la disciplina de matriz bélica parece ser el germen de la eclosión contestataria que se iniciará a partir de los años cincuenta.
El filme utiliza distintas narraciones en off que, más que construir historias de personajes, sintetizan padecimientos, voces e incluso instantes de una juventud anónima tratando de racionalizar el momento en que viven, desde comienzos del siglo XX hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. La narración se apoya en un bellísimo material de archivo en un juego de relevancias donde voz e imagen parecen competir permanentemente por la atención y los énfasis.
Si bien la falta de referencias históricas me distanció en una primera mirada, al pasar las horas la fortaleza del filme se fue imponiendo, concretamente su poder evocador capaz de imprimirle una perturbadora cercanía a los trágicos momentos que narra, como si la memoria de ese período permaneciera aún latiendo en el ADN de las generaciones siguientes, incluyendo la mía.
Probablemente el punto irremediable del filme sean las consideraciones gramaticales de la música de fondo. Como una muletilla innecesaria el sonido invade la narración enfatizando cortes y contrastes temáticos, en un intento por fortalecer lo que no necesita ser subrayado.
Felipe Blanco