Hace 26 años el poeta, músico punk, cineasta independiente y experimental francés, Frédéric-Jacques Ossang (61 años), y la actriz Elvire recorrieron Chile en bus por tres meses, descubriendo locaciones tan variadas como Pozo Almonte, Mamiña, Cauquenes, Iquique o el puerto de Valparaíso y viajaron 24 horas en tren hasta Puerto Montt. Su maestro Raúl Ruiz le había recomendado a Ossang filmar en nuestro país y su primera parada antes de su recorrido terrestre, fue el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar de 1993, en que también participó la directora chilena y montajista de Ruiz, Valeria Sarmiento.
Algunos años después, el periplo geográfico se convertiría en un recorrido por distintos géneros en la enigmática y subterránea Docteur Chance (1997), una película de culto con el recordado líder de The Clash, Joe Strummer, que se convirtió en una joya underground. Con un bamboleo entre el road movie, el cine negro, el surrealismo, la ciencia ficción e, incluso, con antecedentes en el expresionismo alemán y la vanguardia rusa, Docteur Chance fue una de las obras del Foco de F.J. Ossang, que incluyó 8 largos y cortos, en el festival de cine más antiguo de Chile, el 52° FicViña, donde Ossang nuevamente coincidió con la directora Valeria Sarmiento, que tuvo un Foco de autora en esta edición.
En una nueva modalidad de extensión del FicViña en Santiago se exhibió en el Cine Arte Alameda esta película rodada en Chile, a la que asistieron como invitados especiales el propio F.J. Ossang y Elvire, su musa y pareja, que 26 años después se reencontraron con parte del equipo técnico y de actores chilenos con el que se filmó Docteur Chance, en la que participaron Alfredo Castro, Francisco Reyes y Sergio Hernández.
Angstel (el portugués Pedro Hestnes) es un joven gángster que roba obras de arte por orden de su dominante madre (la almodoroviana Marisa Paredes) y se ve enfrentado a bandas rivales, por lo que escapa a Chile, donde se vincula con la exótica bailarina Ancetta (Elvire) y se encuentra con su conexión, Vince Taylor (Joe Strummer), un guiño al músico rocanrolero del mismo nombre.
El músico punk británico y también líder de The Mescaleros -que ya había rodado con Jim Jarmusch y Aki Kaurismaki y que murió inesperadamente a los 50 años- quería hacer de Docteur Chance una película punk de la edad clásica. Una forma de oponerse al sistema de Docteur Chance es, justamente, la resistencia a erradicar el celuloide y su apuesta por pasearse con comodidad por distintos géneros, aludiendo a clásicos como el film noir o el expresionismo alemán. En ese sentido, el más emblemático de los filmes de Ossang es una película rupturista y clásica a la vez, como quería Strummer, que homenajea a pintores, escritores, a las vanguardias y al rock.
La atmósfera surrealista se deja sentir en este sueño lúgubre, vampiresco y oscuro en las calles de un Valparaíso de espectros, una ciudad fantasmal, que se mezcla con otras exóticas locaciones: filmaron en el Club Hípico, en el entonces Hotel Carrera (hoy Ministerio de Relaciones Exteriores), en las laderas del cerro San Cristóbal y alquilaron el estudio de Silvio Caiozzi para trabajar. El surrealismo y la libertad creativa hacen que en Docteur Chance se abra una puerta en Iquique (donde consiguieron el permiso del Ejército para filmarlo) y por ella se salga a Valparaíso o los decorados hechos en Cauquenes se usaran en un baño en medio del bosque. La racionalidad cede el paso al impulso, a lo imaginario, lo onírico y lo irracional con total autonomía.
Mezclas y combinaciones de estéticas, pinturas y decorados que encajan en un puzzle autoral rebelde, resistente y libertario, que se alimenta de la literatura, la música y la poesía (todas disciplinas en que Ossang se ha sumergido en su vanguardia artística) y el arte. Anecdótico es que el director de arte pintara pinturas falsas para la película, haciendo honor a que el protagonista del filme era un traficante de arte. El Teatro Español de Iquique, con su arquitectura y diseño moro, fue otra de las barrocas locaciones que agregaron una atmósfera enigmática a esta película de gangsters y de cine fantástico.
Enemigo del cine digital, quien también fuera vocalista del grupo de post punk Messagero Killer Boy (banda sonora de Docteur Chance), se resiste a erradicar el celuloide. En Portugal alguna vez le ofrecieron grabar en digital y se negó, para terminar usando nueve cajas con películas de 16 mm que cargaron entre tres personas. Un seguidor del blanco y negro, en el corto Silencio (2007) Ossang superpuso textos de poesía sobre la imagen, con un diseño sonoro experimental y jugó con la sobreexposición de la luz blanca buscando especular con el alba melancólica y depresiva, por lo que sólo filmaban al amanecer y al atardecer. El cielo era de un azul demasiado claro, por lo tanto hizo la película en blanco y negro, destacando a través del grano el ojo rapaz de los personajes. Como autodenominado defensor del celuloide y realizador de “películas de resistencia”, Ossang relató al público en una masterclass en Viña que en Vladivostok (2008), un corto que lleva el nombre de la fría ciudad rusa, filmó en 5.8 mm y lo pasó a digital para ampliarlo a 35mm. En el cortometraje Ciel eteint! (2008) el blanco y negro adquiere dimensiones expresionistas de gran belleza, particularmente en una escena que dos jóvenes amantes yacen en una cama y reciben en sus cuerpos una copiosa lluvia filtrándose desde el techo de su habitación.
El propio Raúl Ruiz quería ser el productor de Le trésor des iles chiennes (terminó siéndolo Paulo Branco) y no perdía oportunidad de comentarle a Ossang, cuando solían encontrarse en el Festival de Rotterdam, que había visto la película tres veces. El ganador del premio a la Mejor Dirección en el Festival de Locarno por 9 dedos (2017), vive en “una absoluta libertad creativa” que las y los espectadores del FicViña pudieron experimentar en cada visionado de su vanguardista obra. Un lujo en la 52° edición del FicViña.
Estrenos latinoamericanos y chilenos
El puerto de Valparaíso también fue el telón de fondo de la octava y más arriesgada película del realizador chileno Pablo Larraín,
Ema, que tuvo su estreno en Latinoamérica en un remodelado Teatro Condell (ícono de la cinefilia porteña, con el colectivo Insomnia), donde no cabía un alfiler.
A partir de una adopción fallida de un niño colombiano institucionalizado, Larraín indaga en la tensión y la culpa de una pareja conformada por el coreógrafo Gastón (Gael García Bernal) y una bailarina, Ema (Mariana di Girólamo), y la forma en que la joven 20 años menor que él explora las relaciones afectivas y sexuales con personas del opuesto y mismo sexo que ella. La esterilidad de Gastón los ha llevado a adoptar a un niño que Ema decide devolver al Sename, luego de que el pequeño quemara el rostro de su hermana, recibiendo el cuestionamiento de la comunidad educativa en la que trabaja como profesora de baile que la considera "mala madre" y desbordando en ella una pulsión incendiaria y rebelde.
Con extensas escenas de baile que en la primera parte más recuerdan un musical, Ema genera inicialmente cierta sensación de desajuste, por lo que es necesario dejarse llevar por el movimiento y libertad de los cuerpos de jóvenes que tejen vínculos de una manera distinta a la concepción más tradicional de construir pareja y familia. Sólo después de despojarse del prejuicio y la condena machista y conservadora, Ema comienza a fluir con otros códigos y se atan cabos desde una perspectiva poliamorosa y desprejuiciada, en que Larraín escudriñó para tratar de entender cómo se relaciona una generación que ha superado las convenciones y se rebela contra las estructuras.
Un estreno imprescindible del 52° FicViña fue la ficción brasileña Bacurau, con la que Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles ganaron el premio del Jurado en el Festival de Cannes 2019, que en una mezcla entre ciencia ficción y western que transcurre en el pueblo del Estado de Pernambuco, en el nordeste de Brasil, critica el populismo de los líderes políticos y el intervencionismo norteamericano. En Bacurau escasea el agua, el corrupto alcalde entrega medicamentos vencidos y una tropa de mercenarios norteamericanos hacen desaparecer al pueblo de los mapas y cortan la señal de internet para mantenerlos incomunicados mientras se dedican a la caza humana de personas que creen inferiores a ellos.
Mientras en
Aquarius (2016) Mendonça Filho hace frente con realismo a la especulación inmobiliaria con la empoderada Clara -una mujer madura, resuelta y combativa interpretada por una extraordinaria Sonia Braga-, en
Bacurau se vale de lo fantástico para construir una distopía brasileña contra el gobierno del fascista Bolsonaro. Si tres años antes el equipo de
Aquarius, encabezado por Braga, denunció el golpe blanco contra Dilma Rousseff en plena alfombra roja de Cannes, con
Bacurau la denuncia contra la corrupción de las autoridades y la discriminación a la comunidad LGBTI adquiere forma de rebelión del pueblo, en esta ficción que toma por título el nombre de un pájaro brasileño que nombra a quienes sólo salen de noche o de piel negra, como los habitantes de este pueblo organizados en autodefensa contra la tiranía.
El cine peruano tuvo un lugar privilegiado en el 52° FicViña con Perú como país invitado, en que se estrenó en Chile la primera película hablada en aymara, Wiñaypacha (2017) de Óscar Catacora (que será exhibida en la Red de Salas próximamente), que con actores naturales muestra el abandono que sufre una pareja de ancianos, Willka y Phaxsi, que sobreviven en la miseria y la soledad en las alturas altiplánicas.
Para conseguir la bella fotografía de paisajes a más de cinco mil metros de altura, el equipo encontró las locaciones adecuadas frente a un monte sagrado, para lo cual debió pedir permiso a la comunidad quechua en la cual se encontraba. Como dato anecdótico, inicialmente los quechuas pidieron a cambio que la película (que estaba en aymara) fuera hablada en quechua, solicitud imposible que finalmente se tradujo en una versión hablada en aymara con subtitulado quechua que fue exhibida en esa comunidad. Wiñaypacha se constituyó en un símbolo de la situación de las y los indígenas en el Perú y fue exhibida en la televisión pública peruana este año.
La primera película peruana hablada, esta vez, en quechua y otros filmes de directores peruanos clásicos de los sesenta y setenta como el prolífico Federico García, son parte de la valiosa base de archivos en que se sustenta el documental peruano La revolución y la tierra (2019) de Gonzalo Benavente, que a 50 años de la Reforma Agraria del Perú indaga en la revolución impulsada, paradojalmente, por el gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas de Velasco Alvarado, que impulsó la revolución de la tierra desde arriba para evitar que estallara desde abajo.
También indígena es la protagonista de otra película peruana, la ayacuchana Georgina en Canción sin nombre de la directora peruana Melina León, que basada en hechos reales aborda la desesperación y angustia de una mujer a la que en un Perú aterrado por el terrorismo de Sendero Luminoso en los ochenta, le arrebatan a su hija recién nacida en una clínica clandestina limeña. Con una bellísima fotografía en blanco y negro del reconocido director peruano-chileno Inti Briones, la ópera prima de Melina León nos sumerge en forma dramática en uno de los aspectos menos conocidos de las violaciones a los derechos humanos de las indígenas peruanas, como es el secuestro y desaparición forzada de niños/as en época del terrorismo, así como la esterilización forzada y violencia sexual a indígenas en tiempos de Fujimori, que se suma a la violencia sexual de la cual nos hablaba La teta asustada (Claudia Llosa, 2009), sobre aquella enfermedad que se transmitía por la leche materna de mujeres maltratadas en época del terrorismo y que también se exhibió en FicViña.
En una vereda diferente se ubica la película experimental que marcó un hito en el cine peruano en los últimos años,
Videofilia y otros síndromes virales (2015) del joven cineasta Juan Daniel F. Molero, habla de una pareja de desadaptados, la adolescente Luz y Junior, un distribuidor de porno amateur, que experimentan con drogas y comienzan un descubrimiento del cibersexo, en una mezcla de imágenes psicóticas y jugadas que habla de la forma de vincularse y fluir de las nuevas generaciones.
Otro de los estrenos imperdibles del FicViña fue el documental político Santiago-Italia (2018) del reconocido realizador italiano Nanni Moretti, que a pesar de ser co-producción chileno-italiana-francesa no había sido estrenada en Chile, siendo que en Argentina (fue estrenada a nivel regional en el BAFICI) ya estuvo en salas.
El documental sobre el poco conocido rol de los diplomáticos italianos que recibieron refugiados chilenos en su residencia de Providencia, por momentos parece un reportaje propagandístico sobre el rol de la Embajada en esa época. Pero los testimonios de cineastas que vivieron el golpe (como Patricio Guzmán o Miguel Littin), la emoción de los relatos (en italiano) de chilenos y chilenas que saltaron el muro de la Embajada para salvar sus vidas y las imágenes de La Moneda en llamas, tantas veces vistas, pero que mantienen su dramatismo, hacen de Santiago-Italia un documento necesario.
A 46 años del Golpe de Estado en Chile, los testimonios de mujeres y hombres chilenos que fueron perseguidos políticos por la dictadura de Pinochet y que encontraron en la Embajada de Italia en Chile su salvación, siguen conmoviendo en la última película de Moretti. El tiempo transcurrido desde el quiebre de la democracia chilena no amilana el dolor sufrido por las víctimas de la dictadura ni borra la memoria y Moretti se lo deja claro al condenado Raúl Iturriaga Neumann cuando lo entrevista (en la única escena en que aparece en cámara), al señalarle que en materia de derechos humanos él no es imparcial.