La vida de Adele (Abellatif Kechiche, 2013)

“Blue is the warmest color” (2011), es el nombre de la novela gráfica de Julie Maroh en que Abellatif Kechiche, director nacido en Túnez, se basó para construir, en completa libertad, lo que es la La vida de Adele, película que se transformó en la ganadora de la última entrega del festival de Cannes 2013. Ese color cálido al que se refiere la novela gráfica va a ser la lumbrera para seguir el camino de este relato que, si bien no se toma de forma literal, sí la utiliza como un punto de partida para lo que va a ser la interpretación de Kechiche quien, desde la visión masculina, construye su propia visión del mundo femenino de  Adèle. Quizás el nombre de este director (y también actor) no nos diga mucho, pero la Vida de Adele sería la ocasión perfecta para acercarnos a un cine que no llega habitualmente a nuestras salas y que tiene una riqueza que radica en la mezcla de una sociedad cada vez más transculturizada.

Adèle es la protagonista de este viaje femenino que, a través del despertar sexual de una adolescente, comienza a experimentar su sexualidad hasta que conoce a Emma, interpretada por la maravillosa Lea Seydux, a quien, literalmente, encuentra entre las calles de la ciudad. Y es que de alguna forma, como es la misma adolescencia, comienza una búsqueda de identidad, de un tira y afloja con el entorno, de búsqueda y aceptación, de ensayo y error del cuerpo y de lo que la sociedad puede esperar de una persona en esta etapa. Ese es el viaje de Adèle, de descubrirse y probar desde una relación con un chico de la clase hasta  descubrir el amor con la chica de cabello azul que la llevar a tener una relación, con lo que puede implicar para ella y su entorno amistoso y familiar. Es desde esas casualidades que tiene la vida donde se puede  llegar a conocer a una persona en la calle y no poder sacarla más de la cabeza. La consigna podría ser la más simple del mundo: chico conoce a chica, en este caso chica conoce a chica, pero es el tratamiento de Kechiche lo que provoca al espectador.

Abellatif Kechiche es de origen tunecino, pero con una educación francesa, lo cual nos lleva a plantearnos la situación de la Francia actual donde un puñado de directores de origen inmigrante se encuentran inmersos en la sociedad francesa. Como se mencionaba antes, lo interesante de Kechiche es que construye su relato a partir del  punto de vista masculino, lo que se traspasa a cómo trata el cuerpo femenino en el film. Este punto también puede producir cierto cuestionamiento al tratar una relación homosexual entre dos chicas, punto que se puede dejar para la opinión de las entendidas, lo que fue tema también en el pasado festival de Cannes 2013, en el cual la misma autora, lesbiana reconocida, puso en discusión cierto “machismo” y falta de realidad en la representación de la relación por ser construida con actrices heterosexuales. En este sentido, queda para la discusión si era necesario que las protagonistas tuvieran que ser, en la realidad, lesbianas.

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El punto de vista de Kechiche está situado en la vida de una chica adolescente de clase media que vemos relacionarse con sus compañeros de curso y  en donde, en cierto momento de su exploración sexual, su mundo se quiebra y comienza a escudriñar otros ambientes, como tanteándolos con suma curiosidad sin saber a dónde  ir, simplemente dejándose llevar por un deambular en fiestas y bares como buscando su lugar. Es mediante esta forma donde el director, en una primera instancia, pareciera simplemente seguir a la protagonista Adèle, interpretada por Adèle Exarchopoulos, pero ese seguimiento que se hace en primerísimos primeros planos parecen describir y traspasarnos los deseos de Adèle, esas pulsión que parecieran estar en un continuo descontrol buscando la forma de desahogar una fuerza reprimida. El viaje que nos plantea Kechiche es desde la búsqueda hasta el encuentro del cuerpo de las protagonistas. El relato se funde en una relación homosexual entre dos mujeres que, a primera vista, nos pueden parecer bellas y exultantes. Como una obra de arte de Bernini, los cuerpos se juntan en uno solo transformándose en un cuadro plástico. Este trabajo sumamente complejo parece ser descrito por la cámara con una perfección y naturalidad que pareciera que estuvieran esculpiendo un cuerpo frente de nosotros. La cámara se vuelve intimista y parece decirnos cómo y dónde mirar.

Esta cinta es una provocación para el espectador, donde podemos apreciar con detalle una relación sexual de largos minutos que en algún momento podría parecernos excesiva, pero que, para la duración de la película, parece natural. Esto también tiene que ver con la construcción del film, que describe cómo una relación de pareja que nace, pasa por el cenit y llega al punto máximo de decadencia, donde ya no hay vuelta atrás. Esto último, a pesar de estar visto desde la mirada femenina, podríamos asimilarlo a cualquier tipo de relación en donde se llega a un no retorno. En definitiva, la cinta se convierte en un viaje donde podemos ver todas las etapas que una relación de pareja nos puede dar.

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No es casualidad que el director haya escogido a Adèle Exarchopoulos para el papel protagónico, quien tiene una corta carrera como actriz y que, de alguna forma, utiliza y traspasa esta falta de experiencia a su tocaya de película. Esto se contrapone con Lea Seydoux quien lleva la experiencia en la relación que establecen las protagonistas, lo que hace aún más interesante la cinta.

Kechiche explora todo el arco de una relación. Podemos ver el largo camino de esta última, desde el momento en que una pareja se conoce e inicia una relación pasando por las posteriores infidelidades hasta la decadencia final. En las casi tres horas de película las elipsis son casi imperceptibles y son manejadas con una delicadeza única. En este periplo podemos ver a la protagonista desarrollarse desde la adolescencia hasta llegar a ser una mujer madura, pero la pasión de los años transcurridos parece no morir, aunque se llega a un momento donde tal deseo no es suficiente para mantener una unidad en las protagonistas que tenían un fin tal como la vida misma.

Raúl Rojas Montalbán