Graduación: Pasando y pasando
Rumanía debe ser un lugar terrible. Te agarran a piedrazos la casa, te persigue no sabes quién, pero alguien, intentan violarte y te rompen un brazo, se escapan convictos de la cárcel; pareciera que para sobrevivir hay que tener mucha suerte o una buena arma cortopunzante como para responder a tiempo.
La historia de Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días; Más allá de las colinas) tiene todos los elementos como para crear una película de terror. Pero, al parecer, es de lo más realista. Romeo Aldea, médico cirujano, es padre de Eliza, quien está a punto de graduarse y en proceso de exámenes para entrar a la universidad, y en su caso especialmente para poder ser admitida para estudiar en Inglaterra. Este, que debería ser el objetivo principal de Eliza, es más bien el objetivo de Romeo, el protagonista. Está obsesionado con la idea de que su hija pueda estudiar en Inglaterra, pero, principalmente, porque así puede escapar de Rumanía sin tener la necesidad de volver más, tal como él y su esposa, Magda, madre de Eliza, hicieron en los noventa. Volver fue un error, dice Romeo. Rumanía no tiene futuro.
La primera escena ya es una amenaza, un piedrazo contra la ventana de los Aldea. Pero los verdaderos problemas comienzan poco después: camino al colegio intentan violar a Eliza, cosa que el perpetrador no logra, pero termina por fracturarle un brazo. Los exámenes para la universidad comienzan al día siguiente. Difícil con un brazo menos. Aunque Eliza puede escribir, lo hace con dificultad. Lo peor es que esto ocurrió por culpa parcial de Romeo (o así nos quiere decir Mungiu), ya que, apurado por ir a visitar a su amante, permite que Eliza baje del auto algo alejada de su destino. Aquí ya hay una acumulación de coincidencias nefastas y situaciones que doblan la culpa. Basta pensar en el posible titular de prensa que tendría una noticia como esta, en la peor de sus versiones: “Violan a hija porque el padre corrió a ver a su amante”. De aquí en adelante la película define su estructura: en el interés por el padre de que su hija logre estudiar en Inglaterra, comienza a buscar la manera de que ella, a pesar de todo, tome los exámenes y logre las notas suficientes. Esto da pie a una cadena de favores. Los adultos se conocen. Pueden lograr que, moviendo unas cuantas piezas, Eliza termine en Inglaterra. Al otro lado de la cadena se encuentra un tipo que necesita un trasplante de hígado, que tiene poder para influir en otros, pero que necesita adelantarse en la lista para el trasplante. Pasando y pasando.
La idea principal es la intromisión del mundo adulto en el espacio de los jóvenes, o más bien, el choque de generaciones y sus modos de operar. Una idea interesante y bastante universal. Se contraponen dos mundos. Los deseos de Eliza por ir a Inglaterra no son tan fuertes como los de su padre, menos su visión oscura del país en el que viven. La visibilidad Mungiu se la da al de los adultos: un mundo de favores, conocidos, amigos, capaces de mover hilos por causas nobles. Aquí hay un acierto del director en el trato a esta dinámica: no sataniza ni al hecho ni a los personajes, al menos no en este apartado en específico, sino que busca comprender que algo así, que ocurre por las vías irregulares e ilegales, pueda tener lugar y hasta entenderse. Ninguno de los adultos está movido por la codicia, sino por la desesperación. Sus situaciones son incluso atendibles. Los lazos se dan, si bien desde el amiguismo y en la irregularidad, a propósito de la comprensión de las situaciones en particular: por qué no ayudar al padre de una adolescente que estuvo a punto de ser violada, por qué no ayudar con un trasplante de hígado a alguien que lo necesita. Los personajes dudan, saben que están mal, pero entienden que, en este mundo, esa es la forma de hacerlo. Que los adultos tienen sus propias vías, especialmente en un país con todo en contra. Ahí, en el intento por comprender la posición de los personajes que hacen lo incorrecto, se encuentra el principal valor de la película.
Si Mungiu, especialmente a través de Eliza, quería cuestionar el miedo adulto sobre una Rumanía supuestamente inhabitable, increpar los miedos arrastrados desde la dictadura comunista hasta el poscomunismo actual en donde “nada ha mejorado tanto” (experiencias nacionales bien comunes, al parecer), falla justamente en cuanto crea este ambiente hostil, con un guión sobrecargado, donde ya no se trata de la percepción anacrónica del protagonista respecto de su entorno, sino que justamente en una visión de condición de país, no muy distinta a lo que acá podemos ver en noticiarios, que buscan exacerbar la noción de peligro constante, ciudad salvaje, instalando miedos e inseguridad en el público desprevenido. Cabe preguntarse, entonces, si acaso Romeo y Mungiu, en ese tema específico, no piensan tan distinto.
La sobrecarga del guión no se limita a una visión negativa de Rumanía, sino que también se encuentra en las pequeñas coincidencias y situaciones que se van dando. La amante queda embarazada. La madre de Romeo tiene problemas de salud urgentes. ¡Hasta escapan convictos de los que hay que tener cuidado, esa misma semana! Puras amenazas, y hay más de estas cositas aún. Y todo, todo, en un par de días, a lo más una semana. Resulta increíble tanta desgracia junta. Cuesta imaginarse un antes y un después en la vida de esos personajes. ¿O sus vidas son siempre esas: intentos de violación, ventanas rotas por piedras, amantes embarazadas, peleas de pareja, familiares a punto de morir, en un par de días? El problema es que se nota mucho que estamos frente a una película, a menos que de verdad sean posibles vidas así, con tanta carga dramática y giros -digamos- inesperados. Y esto, que es pura acción en función de hacer o tener una película, especialmente una película llamativa y atrapante, se traspasa también a los personajes. No hay vida, pareciera, sino que pura funcionalidad alrededor de un guión. No existen padres ni madres sino que representantes de obsesiones y miedos y rabias, demasiado a disposición, además, de la tensión narrativa.
Mungiu confirma su camino, más tirado a una mirada conservadora en los temas que toca, como ya lo hizo con el aborto en 4 meses…, no está al nivel de los demás rumanos, como Porumboiu ni, especialmente, Puiu. Pero eso da igual. La comparación, si no es por la visión que se tiene de su país, es hasta forzosa. En la película, Eliza salva el día, el personaje con más vida y coraje, a pesar de todo. Hace bien Mungiu en terminar la película con ella, en su graduación y con su diálogo. Posarán para la foto final, los alumnos estarán contentos. Es ahí donde se cuela nuevamente lo agrio: la felicidad, en Rumanía y para Mungiu, parece ser solo para la foto.
Nota comentarista: 5/10
Título original: Bacalaureat. Dirección: Cristian Mungiu. Guión: Cristian Mungiu. Fotografía: Tudor Vladimir Panduru. Edición: Mircea Olteanu. Reparto: Adrian Titieni, Maria-Victoria Dragus, Lia Bugnar, Malina Manovici y Vlad Ivanov. País: Rumania-Francia. Año: 2016. Duración: 127 min.