No miren arriba (1): Cuenta regresiva

Por la naturaleza de esta obra, lo estrafalario se anticipa a cualquier intento de sutileza. No es de extrañar, entonces, que los temas abordados por el guion sean tan transparentes y hasta obvios en su planteamiento. Ese carácter directo puede ser arriesgado sobre todo en historias que intentan denunciar problemas del mundo en el que vivimos, porque a pesar de las buenas intenciones está el peligro de caer en el sermoneo y provocar el rechazo de los espectadores. El sarcasmo de la película, sumado a lo franca que es a veces al momento de describir el pesimismo de nuestro panorama, evitan que se tome demasiado en serio a sí misma.

Tras una primera etapa de su carrera dedicada a la comedia liviana, que cultivó junto al actor Will Ferrell, el director Adam McKay tuvo un sorpresivo cambio de rumbo. De repente, se encontró a la cabeza de proyectos que abordaban temas complejos como la crisis económica de 2008 en The Big Short (2015) y la carrera política de Dick Cheney en Vice (2018); ambas películas recibieron múltiples nominaciones a los premios Oscar y el propio McKay llegó a ganar uno en la categoría de mejor guion adaptado. Aunque su nuevo largometraje, No miren arriba (Don’t Look Up), no está basado en una historia verídica como esos casos, sino que presenta elementos ligados a la ciencia ficción, tiene una conexión lo suficientemente fuerte con el mundo real para que su humor adquiera un carácter satírico.

La obra toma como inspiración al cine de catástrofes, donde el planeta es amenazado por algún peligro descomunal capaz de destruir a toda la humanidad. Sin embargo, mientras en películas como El día de la independencia (1996) o Armageddon (1998) eso significaba el esfuerzo colaborativo de diferentes grupos para evitar aquel desenlace, acá lo que prima es la incompetencia, el egoísmo y la miopía. Si en la cinta Impacto profundo (1998) la noticia de que un enorme cometa se va a estrellar con la Tierra es retrasada debido a problemas técnicos y a un accidente fortuito, los astrónomos Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) deben lidiar con el capricho de los medios de comunicación, la volátil influencia de las redes sociales y los intereses económicos en juego. Ni siquiera es suficiente tratar de manera directa con la presidenta de los Estados Unidos, Janie Orlean (Meryl Streep), ya que su egocentrismo tiene más peso que los planes a largo plazo.

A unas pocas semanas de que el cometa se estrelle contra el planeta (específicamente en la costa de Chile), y pese a que el gobierno estadounidense cuenta con tecnología que podría eliminar el peligro, hay otras consideraciones en la mente de las autoridades. Unas próximas elecciones parlamentarias, por ejemplo, los llevan a tratar con demasiada cautela una cuestión que requiere mayor celeridad. Ni siquiera las desalentadoras probabilidades de sobrevivencia convencen a la Casa Blanca de hacer pública la información, ya que mientras no exista un resultado 100% asegurado, eso significa que no todo es tan grave como dicen los astrónomos.

El guion de McKay, como él mismo ha reconocido en entrevistas, surgió como una metáfora de la crisis climática y de la forma en que es abordada por los grupos de poder. A partir de una idea que le fue sugerida por el periodista David Sirota, el director transformó el peligro del calentamiento global en un elemento aún más concreto y evidente, con lo cual la pasividad para detenerlo y el negacionismo que aparece en torno a él alcanzan niveles absurdos. Ya sea en el mundo de la película o en el nuestro, el consenso científico es reducido a una opinión más dentro del discurso público, que recibe la misma atención que una teoría conspirativa o que un eslogan político. El sentido de urgencia que No miren arriba transmite en relación a estos temas reales explica, entre otras cosas, la participación de un actor como DiCaprio en la obra, que dedica parte de su tiempo libre al activismo medioambiental.

Pero las ideas exploradas por el largometraje no se limitan solo al cambio climático, porque si bien McKay escribió la historia antes de la pandemia de Covid-19, también se pueden encontrar algunos paralelos con lo que ha ocurrido en los últimos dos años con esa emergencia sanitaria. La obra muestra ecos de las voces antivacunas y en general de las creencias anticientíficas, las que están acompañadas de un retrato del declive de la política internacional, con los populismos y los cultos de la personalidad. Orlean y sus seguidores no son solo un reflejo del trumpismo que existe en Estados Unidos, sino que de otros fenómenos contemporáneos como los que aparecieron en Brasil, Francia, Alemania y, por qué no, Chile.

Que la película pueda apuntar a tantos escenarios a la vez se debe a que estamos ante un problema social más general y profundo, sobre la forma en que entendemos la realidad y ordenamos nuestras prioridades. La frustración de los protagonistas explota en una escena donde el personaje de DiCaprio lanza un intenso monólogo en medio de una entrevista televisiva, claramente inspirado por el que Peter Finch hizo en el largometraje Network (1976) de Sidney Lumet. Los componentes absurdos del relato dan paso a la comedia, pero junto a ella la cinta subraya una fuerte preocupación acerca de la humanidad y su poco auspiciosa carrera contra el reloj.

Aunque el director no había abandonado el humor en sus dos películas anteriores, en las que también desarrolló la sátira, se nota que en el caso de No miren arriba aspira a un tono incluso más desenfadado, farsesco. En ocasiones, lo que McKay construye en su nuevo trabajo se puede asimilar al estilo de la serie Los Simpson o al de la cinta Idiocracy (2006) de Mike Judge, debido a una extravagante combinación de caricatura y cinismo. Además, el desfile de estrellas que vemos en la pantalla -incluidos Cate Blanchett, Jonah Hill, Tyler Perry, Mark Rylance, Rob Morgan, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande y Chris Evans, algunos de los cuales solo aparecen en un par de escenas- hace recordar a Mars Attacks! (1996), ese inusual proyecto de ciencia ficción y comedia negra a cargo de Tim Burton.

Por la naturaleza de esta obra, lo estrafalario se anticipa a cualquier intento de sutileza. No es de extrañar, entonces, que los temas abordados por el guion sean tan transparentes y hasta obvios en su planteamiento. Ese carácter directo puede ser arriesgado sobre todo en historias que intentan denunciar problemas del mundo en el que vivimos, porque a pesar de las buenas intenciones está el peligro de caer en el sermoneo y provocar el rechazo de los espectadores. El sarcasmo de la película, sumado a lo franca que es a veces al momento de describir el pesimismo de nuestro panorama, evitan que se tome demasiado en serio a sí misma.

El ánimo de denuncia no monopoliza toda la atención de la obra, ya que entre sus intereses se encuentran las dimensiones existenciales y afectivas que surgen del relato. McKay se atreve a explorar las implicancias más sombrías de la historia, sin que eso resulte morboso; al contrario, logra una bienvenida cuota de sinceridad y humanismo. El mérito, sin embargo, pierde algo de fuerza cuando cierra la historia con un enfoque un tanto simplista, que apela a la reacción inmediata y fácil en lugar de las interrogantes trascendentales que inspiró la escena inmediatamente anterior.

 

Título original: Don't Look Up. Dirección: Adam McKay. Guion: Adam McKay. Fotografía: Linus Sandgren. Montaje: Hank Corwin. Reparto: Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Jonah Hill, Tyler Perry, Mark Rylance, Rob Morgan, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Chris Evans. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 138 min.