Zoológico (Rodrigo Marín, 2011): Modos de extravío y búsqueda para una fauna lozana
El rasgo coral se instala para examinar las tres presencias adolescentes, del sector alto santiaguino, que configuran el último largometraje de Rodrigo Marín. Nebulosos, absortos, apáticos muchas veces. Descontentos y desconcentrados en su búsqueda e identidad. La vacuidad inextricable que es Zoológico se clasifica por ser una especie contradictoria dentro de la fauna juvenil enmarcada en la cinematografía local.
Zoológico se concentra en la burbuja lozana definida entre la comodidad y la insatisfacción. Camilo, Aníbal y Belén, disímiles animales de una misma gran jaula, son desconocidos en un mismo escenario, la sala de clases donde el profesor está más atento que ellos sobre el futuro ad portas al sistema universitario. Con suerte, de acuerdo a la progresión, ubican sus nombres y los chicos se encuentran más aturdidos que Belén, un tanto empoderada en cómo desea proyectarse y en el descubrimiento de su sexualidad.
Camilo (Santiago de Aguirre) residió en Minnesota, aunque eso no lo convierte en un winner ante sus pares. Lejos de su madre, convive con su “padrastro” y gusta del hockey que ve en sus encierros, de su computador, su guitarra y de los arranques en bicicleta, puras modalidades huidizas. Aníbal (Luis Balmaceda) es un skater que se muestra sociable con quienes comparten su pasión por la tabla; vive con su padre y si tiene que elegir entre los trabajos voluntarios o irse a un torneo para exhibir sus piruetas, optaría por lo segundo. He ahí el vuelco agresivo y disonante en contra de su progenitor. Belén (Alicia Luz Rodríguez), de sutil picardía y líder entre sus amigas, prepara lo que podrían ser sus primeras jornadas de sexo y un casting. No se vislumbra si son hijos de un exilio, aunque sí de la ruptura matrimonial, más explícita en el caso de Camilo y Aníbal.
Esos pilares paternales están presentes; no obstante, son diseñados mediante una corporalidad invisible. La voz en off es el recurso para no borrarlos del mapa. Y ese estatus social cuico (y su consciencia) nunca se ve azotado por la otra verdad de la “selva de cemento”: da lo mismo si en la radio del auto se transmitan las dificultades de un porcentaje de chilenos tras el escándalo de La Polar. No es un tema para discutir. Es muy lejano. Existe un gran universo íntimo por el cual hay que combatir y la burbuja siempre gana allí. Más o menos como ocurre, si se hace el cruce con la literatura, con Matías Vicuña, el hijo inconformista de Fuguet, que se desenvuelve entre el arrebato, el fastidio constante y las adicciones.
Estas figuras escapistas siempre preponderan en los planos; de todas formas, cuando el fondo se presenta desenfocado, no altera ni disminuye el prestigio de la geografía que los alberga –la fotografía, alejada de la aleatoriedad, de Andrés Jordán–. La limpieza de las calles descongestionadas, el Mall Sport, los espacios privados de cada uno (que tampoco se demuestran como un rasgo concluyente de sus demarcaciones emocionales), las propiedades y el hermetismo de sus portones (acentuados a modo de alegoría en los créditos finales), construyen parte de ese puente que cruzan vacilantes día a día.
Desde una individualidad, la radiografía de Camilo es la más “trastocada” y un tanto autista de acuerdo a su oscilación. –Podría cruzarse de forma tenue con ese muchacho de Benny’s Video, quien optaba por magnificarse entre sus cuatro paredes y sus filmaciones. (¿El derrame de la leche es un guiño o mera coincidencia?)–. Es un ausente en su pertenencia, en la conformidad y seguridad de lo que es, de lo que le tocó vivir. Pero un tanto explorador y contemplativo: la masturbación, la ropa interior de su madre y un microscopio, despiertan ciertos movimientos que frente a su espejo y a los ojos del resto no trascienden. Atisbos para reconocerse.
Marín prefiere internarse en los conflictos y la obstrucción autoimpuesta, algo así como en Las Niñas; aunque Zoológico circula por la ruta opuesta. En todo caso, si se hace hincapié en la relevancia de la musicalidad en el tiempo y el espacio de Marín, conecta con ese antecedente que fue Trekking, el cortometraje de la relación entre padre e hija durante una excursión a la montaña. El soundtrack es una reafirmación anímica y conductual: Zoológico congrega el pop desechable de Disney, la determinación de Beethoven… Animal Collective, la electrónica, el ambient… Una confección atmosférica que recluye, que se imbrica con decisión en la ambigüedad de sus protagonistas.
Así y todo, ¿qué quieren estos jóvenes? ¿De qué se trata ese vacío y tedio inmenso que los aturde si, a simple vista, lo tienen casi todo? ¿Sus burbujas son tan impenetrables que ni siquiera se percatan, ni con las radios encendidas en los autos de sus padres cuando van camino al colegio, de la crisis educativa en Chile? ¿Qué tanto les interesa convertirse en el futuro de su país o la política de lo individual de nuevo prevalece? ¿Otra vez se trata de damnificados por el núcleo natural fraccionado?
Marín prefiere una continuidad por la observación, por el seguimiento controlado, que optar por el desborde de diálogos nauseabundos. Muy probablemente, el último hubiese interrumpido la naturaleza real de este experimento. Existe una preocupación por evitar banalizar esta etapa de la vida, víctima del desgaste y la caricatura permanente, complejizando aristas con un nivel de violencia muda superior; pero que intenta brindar sinceridades que insuficientemente han sido filmadas con este pulso en el país. Es irrefutable esa progresión tendiente a abrazar y azotar a los sectores acomodados, muchas veces invadidos por un mutismo, presos de sus psiquis, apartados de una realidad social y nacional, siempre conflictuados y que no suelen vislumbrar una escapatoria aterrizada al final de las entregas. Pocas veces se sabe de lo que los atrapa o sume espiritual y corpóreamente. Zoológico, con turbaciones menos disparatadas, vigilancia en la puesta en escena, en el estilo y sobre los tres animales de esta fauna juvenil, es un retrato de cierta ferocidad y de una grafía que merece ser inspeccionada.
Leyla Manzur H