Historia de mi nombre (1): Las hebras ocultas de Karin
El ejercicio de memoria, la pulsión por ir en busca de lo que hay entre Karin y Karin y cuánto de eso tiene reminiscencias en la historia, porque la historia del nombre es la historia de Cuyul, de Eitel, de sus padres y de todxs aquellos que en los 80 intentaron derrocar a la dictadura y tuvieron que resignarse a la salida pactada, a recordar los años de lucha cantando Silvio Rodríguez encerrados en sus casas. Por eso el gesto de Cuyul de utilizar archivos ajenos para representar la historia propia y familiar es más que una solución a la ausencia de archivo propio, es la constatación de que el ejercicio de memoria ligado a los afectos y la subjetividad hace que la memoria, privada y colectiva, esté mucho más cerca de lo que la historia y la memoria oficial han creído o elegido creer.
Primero, una canción, la que cierra Funeral (2004) de Arcade Fire y que no está en la película pero desde que la vi me remite a ella. Régine Chassagne canta sobre estar en el asiento de atrás de un auto, ese lugar donde hay paz y no existe la obligación de manejar o hablar, donde podemos mirar el campo y finalmente quedarnos dormidos. Luego la canción hace un cambio repentino, Alice, la madre de Régine, ha muerto y debe súbitamente tomar el control del auto, dudando de su capacidad para hacerlo, a pesar de que toda su vida ha aprendido a manejar. En In the backseat el pasaporte a la adultez es pasar del asiento de atrás al de adelante, en cambio la imagen de la infancia es la de mirar el paisaje mientras alguien, allí adelante, se hace responsable de la seguridad y el destino.
Segundo, un nombre, Karin, y la historia de una directora en busca de sus raíces familiares y personales. Los padres de Karin Cuyul, la directora de esta película, le pusieron así por Karin Eitel, exmilitante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que mientras estuvo encarcelada protagonizó -contra su voluntad- uno de los montajes comunicacionales más horribles del periodo dictatorial. Cuenta Cuyul que un día en una fiesta del chancho en Chiloé, más precisamente en Agoní, sus padres reconocieron al padre de Karin Eitel y que inmediatamente se sacaron todos una foto para que Eitel la pudiera ver en la cárcel. Esa coincidencia provocó que Cuyul se hiciera consciente de que su nombre significaba algo, que traía una carga, que encerraba algo mucho más grande que su historia o la de sus padres.
Tercero, un incendio, ocurrido en la casa de Chiloé en que Karin Cuyul vivía con su familia, donde se queman las fotos y los recuerdos. En medio de imágenes del fuego Cuyul plantea la pregunta por la naturaleza de los recuerdos, que estos, anclados en imágenes, pueden ser una elaboración posterior o incluso una fantasía. A los pocos días Karin debe ir a Santiago a empezar a estudiar cine, allí comienza a investigar sobre Karin Eitel y la historia política reciente del país.
Cuarto, el retorno a la democracia, poco tiempo luego de que Karin Eitel aparezca en televisión nace Karin Cuyul, un par de meses después ocurre el plebiscito de 1988. Cuyul señala sobre los meses y años post plebiscito: “nuestros abuelos y nuestros padres se acostumbraron primero, luego los hijos nos acostumbramos a su costumbre, a no interrumpir el proceso. Las cosas ya estaban bien”. Aquí esboza una tesis que para el rodriguismo era clara en 1988 y que resultó ser cierta, el pacto democrático se hacía a costa de desmantelar la organización popular, profundizar el neoliberalismo y mantener impunes a los represores. Cuyul también deja de manifiesto el lugar en el que se pone a ella misma como personaje de la película, el de hija.
Quinto, el ejercicio de memoria, la pulsión por ir en busca de lo que hay entre Karin y Karin y cuánto de eso tiene reminiscencias en la historia, porque la historia del nombre es la historia de Cuyul, de Eitel, de sus padres y de todxs aquellos que en los 80 intentaron derrocar a la dictadura y tuvieron que resignarse a la salida pactada, a recordar los años de lucha cantando Silvio Rodríguez encerrados en sus casas. Por eso el gesto de Cuyul de utilizar archivos ajenos para representar la historia propia y familiar es más que una solución a la ausencia de archivo propio, es la constatación de que el ejercicio de memoria ligado a los afectos y la subjetividad hace que la memoria, privada y colectiva, esté mucho más cerca de lo que la historia y la memoria oficial han creído o elegido creer.
Sexto, el asiento trasero, Karin Cuyul, tal como cantaba Chassagne, establece su punto de vista como hija desde el asiento de atrás. Nos muestra los paisajes de su niñez, de Antofagasta a Queilen, del desierto al verdor, emulando las sucesivas mudanzas que la llevaron a viajar por todo Chile. Esa es su ventana al mundo. Pero Cuyul, al momento de hacer la película, da el salto hacia el asiento del conductor y deja al espectador mirando desde el asiento de atrás la historia de su nombre. El relato en off de Cuyul, aunque en tono y lenguaje tenga una enunciación infantil -afianzado, por ejemplo, en el uso de diminutivos-, se va alejando del asiento de atrás a medida que avanza la película, como si el adulto de adelante se olvidara de girar la cabeza hacia nosotrxs y su relato se perdiera entre los paisajes y ensoñaciones de un niñx somnoliento. Por momentos parece que la constante aparición de la voz en off busca compensar el uso de archivo ajeno, como si fuese a través de la voz y no del montaje que esas imágenes logran significar su historia.
Séptimo, una pregunta inconclusa, la que guía toda la película, ¿por qué mis padres me pusieron Karin? Cuyul busca a Eitel y esta última no quiere aparecer, pero sí accede a varios encuentros. Eitel le cuenta que para su generación el silencio es regla, de lo que pasó se intenta no hablar, sobre todo si es doloroso. Con este ánimo Cuyul busca a sus padres, intentando conocer las razones para mudarse tanto, para evitar documentar su vida, para no hablar de ciertas cosas, en definitiva, para saber por qué ellxs, precisamente ellxs, eligieron ponerle Karin a su hija. La respuesta se sugiere en varias partes de la película pero Cuyul espera hasta el final para develarla, lo que no le deja mucho tiempo para discutirla, es que si bien no es precisamente la historia del nombre, sí es una historia que forma parte de las memorias que faltan por contar, la de la persecución política que la concertación lideró en los años 90 contra los que habían luchado por derrocar la dictadura.
Octavo, una frase, “No podemos callar y poner la otra mejilla siempre”, decía Karin Eitel en una entrevista que le hizo Mónica González cuando aún estaba encarcelada. Hace un par de días Marisol Águila juntó a las dos Karin para conversar sobre la película, allí, entre otras conversaciones muy emotivas, Eitel le dice a Cuyul que se identifica con sus padres, también frentistas, que en los 90 tuvieron que bajar el perfil, que vivieron como una derrota los años de profundización del neoliberalismo y que en octubre pasado recuperaron las esperanzas, luego finaliza diciéndole que gracias a la película pudo también contarle a sus hijxs sobre lo que pasó todos esos años. Así el hilo que se tejía entre ambas Karin adquiere nuevas hebras, privadas y colectivas, que además tienen como telón de fondo un proceso político histórico. Es que si bien nuestrxs padres y madres se replegaron y vivieron sus derrotas, lxs hijxs ya estamos grandes para bajarnos del auto y tentar las nuestras.
Título original: Historia de mi nombre. Dirección: Karin Cuyul. Guion: Karin Cuyul. Casa productora: 3 Moinhos (Brasil), Cinestación, Pequén Producciones (Chile). Producción: Joséphine Schroeder, Dominga Sotomayor, Ana Alice de Morais. Fotografía: Felipe Bello. Montaje: Nicolás Tabilo, Catalina Marín. Edición sonido: Roberto Collío. Música: Los Prehistöricos. País: Chile. Año: 2019. Duración: 78 min.