Lo difícil de la adaptación de Tengo miedo torero tiene más que ver con la cualidad de la prosa que con la historia del folletín político, porque este se sostiene en la prosa barroca del escritor, absolutamente identificada en su sesgo enunciador, que bien definió el título de su columna dominical “Ojo de loca no se equivoca”. En la película, en cambio, no hay equivalente a esa “mirada de loca”, la que se inscribe en la actuación de Alfredo Castro, pero no en la puesta en escena.
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