Lemebel: Ardiente obituario

El documental de entrada se anuncia como un tú a tú. Las diapositivas de Pedro Lemebel proyectadas en la pared rápidamente se complementan en el diálogo con la directora Joanna Reposi y dan a entender que el ejercicio de selección de material, de revisión documental y de construcción de contenidos es compartido. El segundo anuncio, que impacta más que el primero, es el de un filme obituario: la imagen de un Pedro Lemebel saliendo del hospital a dos semanas de su muerte aparece a los pocos minutos y anuncia el tono del filme. La imagen del escritor en silla de ruedas con un ramo de rosas rojas, nuevamente se entremezcla con el tú a tú de Reposi, quien dice: “me pediste que no dejara de grabarte”. 

Lemebel es un archivo sin cronología pero signado por la cronología de la muerte, por el tiempo que marca saber que hablamos de alguien que ha muerto. Y hay quien podría decir que el archivo no es otra cosa que la muerte, pero, para el caso, pareciera que el punto de vista de Reposi insistiera en el tono melancólico, el carácter de despedida de las escenas que se ofrecerán en el documental. El comienzo y el final son presentados por el escritor en silla de ruedas. Pedro Lemebel se hace partícipe de aquello, por cierto, es él quien pide que no dejen de filmarlo o escribe “adiós” en una ventana sucia de la casa materna cuando al parecer su enfermedad ya estaba anunciada. Y es que el documental entremezcla tiempos, archivos, voces. Salta temporalmente entre la performance de las Yeguas del Apocalipsis y el cronista, entre las diapositivas de niñez e infancia y actuales recorridos por el sur y centro de Santiago. La filmación confunde tiempos, el uso de imágenes de archivo pero también su tratamiento visual, el uso de grabaciones en super 8, los testimonios sonoros que entremezclan archivo con imagen presente se suceden una y otra vez en la casi hora y media de duración del documental.

Basta con conocer algo de las crónicas de Pedro Lemebel, sus performances, su militancia y su historia para sentirse entre extrañada y cercana con las imágenes del documental. De un lado, pareciera que muchas de las partes que componen su trabajo, sus amistades-amores y sus apariciones más polémicas (como aquella de Televisión Nacional en que le recuerda a Pedro Carcuro su hermana Carmen, reprimida por la dictadura de Pinochet) están presentes. Retazos o fragmentos largos de performances, entrevistas, reflexiones sobre el cuerpo y el lugar que con Francisco Casas le dieron como lucha política durante la dictadura, testimonios de sus más cercanos en la voz de Sergio Parra, Carmen Berenguer o Constanza Farías, fotografías y registros que fueron proveídos por grandes fotógrafas, artistas y documentalistas están a la vez que se musicalizan con suaves melodías de la cantante Jeanette. Una Jeanette que el mismo Lemebel elige para musicalizar las escenas, pero un “Corazón de poeta” que a ratos suena demasiado cándido en la voz suave de la cantante para traducir la fuerza, el desgarro, la rabia del Lemebel que conocemos. A veces, el tratamiento visual, las imágenes algo sucias o borrascosas parecieran traer de vuelta al escritor de crónica política y sexualmente explícita, al cola de la periferia, al militante sin partido pero con grandes amigas del Partido. Una suerte de altar a Gladys Marín recuerda el lugar que tuvo ella en la vida del escritor. La bandera comunista que lo envuelve en el hospital y en silla de ruedas, también. Son pequeños fragmentos de varias de sus militancias. Fragmentos efímeros.

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El filme destaca la filiación materna de Lemebel. Un tópico que al poco andar también se revela cuando se cita el ya famoso audio del programa “Triángulo Abierto” de Radio Tierra, en que en conversación con el activista Víctor Hugo Robles (“El Che de los Gays”) Lemebel explica el origen de su apellido y el por qué lo ha ubicado por sobre el nombre paterno. Este audio sobre la imagen de una pasarela en la carretera Panamericana anuncia un paraje repetido del filme, que más tarde mostrará una de las últimas performances del escritor, aquella en donde hace arder el abecedario, su lengua, la lengua femenina-materna con que decidió trazar su escritura. Lo materno y el fuego aparecen a repetición en el documental, son parte importante de la performance de Lemebel, son parte reconocida. En ese fuego se recuerda a Sebastián Acevedo, se quema la letra, se despide el escritor en la Galería D21 y en el Museo de Arte Contemporáneo. El balcón de la casa materna sirve de proyector de imágenes en diapositiva, allí se repasa la historia de la familia Mardones Lemebel y el nacimiento del “poeta” sobre el que se insiste con la candidez de Jeanette. El balcón ha sido el escenario de las fotos desde la infancia, desde ahí se evoca el álbum familiar. El fuego alumbra la ceniza que recorre el filme, el recordatorio de la muerte que acecha y que sabemos pondrá fin a la vida del Lemebel que se nos está contando.

Una de los aspectos más rescatables del documental es el tratamiento visual y su recopilación documental. Es un material que debe mirarse, comentarse, tomarse, discutirse. Hay allí una propuesta que es leglible desde varios nombres que componen su realización y dan cuenta de un equipo integrado por varios reconocidos nombres del cine chileno contemporáneo. Niles Atallah en la dirección de fotografía o Lissette Orozco en la asistencia de dirección sugieren un guiño de transversalidad en el reconocimiento de Lemebel y la composición de un punto de vista más coral de lo que la compañía permanente de Reposi podría sugerir. Esto no es fácil de intuir para todo público, además hay poco de un Lemebel más comunitario, de ese que lo hizo reconocible en la calle, pirateable y súper vendible; tampoco las voces ni los cuerpos de los entrevistados son individualizados o señalados hasta los créditos.

Hay una opción, sin duda, por un Lemebel algo solitario, más estetizado, más afable. Tal vez esto tiene la virtud de mostrar los pliegues del personaje, pues cualquier monumentalización de la imagen al final clausura las lecturas y las preguntas. Muestra cierta intimidad pero llama la atención la melancolía de la composición del documental cuando el propio Lemebel, no solo el que dialoga con la realizadora, empuja con sus acciones, palabras y performances un fuego que lo mantuvo firme y rodando por las escaleras museales hasta en días de quimioterapia, plantado en homenajes cuando la vida parecía ya irse. A pesar del pliegue afable, de la musicalización suave y de la “Lucía” de Serrat en la despedida y no en la imagen del beso plantado en la Universidad Arcis que le trajo polémica y censura, Pedro Lemebel por sí mismo le porfía al Lemebel de Reposi, en eso no hay duda. 

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Lemebel. Dirección: Joanna Reposi. Guion: Joanna Reposi. Investigación: Matías Valdivia. Casa productora: Solita Producciones. Producción ejecutiva: Joanna Reposi. Producción: Natalia del Pilar González Beltrán. Fotografía: Niles Atallah. Montaje: María Teresa Viera-Gallo. Sonido: Roberto Espinoza. Música: Camilo Salinas. País: Chile. Año: 2019. Duración: 96 min.