Gringo Rojo (2): Reciclaje pop

De una trayectoria insólita, el caso de Dean Reed es abordado en el documental Gringo rojo de Miguel Ángel Vidaurre. Surgido del boom de los pop singers de la década del 50, como Paul Anka o el mismo Elvis Presley, Reed se instala en Chile simpatizando con las transformaciones sociales y políticas del momento, llegando a apoyar a Salvador Allende y al gobierno de la UP. Su curiosa mezcla melodía naive y pancarta política, produce un efecto extraño siendo un ícono fabuloso para hablar de una generación que “leía marx y tomaba Coca Cola”. El documental encuentra uno de sus puntos álgidos en el lavado de bandera que Reed hizo como protesta por Vietnam frente a la embajada norteamericana.

El relato sigue su recorrido a lo largo de los años: durante la década siguiente se convirtió en una apropiación kitsch de la cultura americana puesta al servicio de la propaganda socialista durante los últimos años de la guerra fría. Reed fue conocido como el “Elvis rojo” circulando en países de regímenes de izquierda y apoyando diversas causas, incluso llegó a interpretar a Víctor Jara en una película dirigida por él mismo, El cantor, que buscaba denunciar internacionalmente lo que estaba ocurriendo en la dictadura chilena. Su misteriosa muerte despierta especulaciones diversas, entre ellas que pudo ser un agente de la CIA.

Respecto a antecedentes, lo cierto es que ya en el primer documental de Miguel Ángel Vidaurre, Marker 72 (2012), Dean Reed tenía una fugaz aparición y, a grandes rasgos, ambos trabajos comparten algunas señas estilísticas y elecciones similares, entre ellas el estar dentro del llamado “documental ensayo” y la opción por el trabajo con el archivo encontrado. Dentro de los méritos de Gringo rojo está, sin duda, la elección de un personaje potente, así como el rescate de varios archivos llamativos: no sólo las representaciones del Estadio Nacional de la película El cantor de 1978, sino el registro del recital que dio en Chile en 1983, cuando fue expulsado del país, y diversas presentaciones para la televisión alemana oriental.

Vidaurre, por su parte, confirma el “giro” de sus últimos años, en los que pasó de realizar un particular thriller de autor (Limbus, Oscuro/Iluminado), al ensayo documental, cuestión que comenzó como una especie de tributo manierista a Marker. En aquella ocasión señálabamos la cuestión de los caminos del apropiacionismo, distinguiendo entre uno que busca la cita del estilo, el reciclaje pop y el fetiche del objeto (el pastiche), y otro más exploratorio que busca rendir por vía del montaje un rigor metodológico de corte histórico. Siendo Dean Reed un gran objeto de estudio, la perspectiva de análisis pierde rigor, Gringo rojo se mueve entre estas dos aguas sin mayor definición; por un lado un relato lleno de citas que le sirven para crear un ritmo narrativo que se sostiene a lo largo del filme, por otro, una suerte de entronización del aspecto visual del archivo sin que ello implique comprender con mayor profundidad lo que se está observando en términos de fenómeno (de qué se trata realmente esto). Un ejemplo nítido es que todas las contextualizaciones históricas son “citadas” del mismo documental francés de la década del 70, como si “esa parte latosa” pudiese ser dicha por otro, pero no por la puesta en relación que propone el mismo montaje. Algo similar sucede cuando el documental deja extensas secciones de las actuaciones y presentaciones de Dean Reed, mostrando cierto culto a la curiosidad arqueológica.

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Las líneas podrían haber sido muchas: Gringo rojo se enmarca en un período epocal de revisionismo del siglo XX como lugar de batallas políticas y culturales, la llamada “fiebre de archivo”; lo que puede funcionar para una especie de crónica de inspiración histórica no necesariamente resulta en un ensayo histórico que busca interrogar su sentido en el presente. Los acontecimientos y hechos situados en el documental parecen todos puestos sin marco de comprensión, e incluso perdiendo el punto en términos narrativos: la quema de la bandera se muestra dos veces, algunos acontecimientos históricos relevantes parecen darse por sentados, la cita de Lemebel al cierre parece un ajuste retórico no una posición del filme. El final que funciona como giro sorpresivo, abre la pregunta retrospectiva sobre la exclusión e inclusión de variables de análisis y líneas previas de investigación y llega a preguntarse por el montaje como lugar de relaciones posibles, hipótesis y narrativas vistas durante toda la hora y media anterior. Con todo, Gringo rojo, funciona. No es un ejercicio fallido, sino una película que tiene la saludable intuición respecto a su objeto de investigación, mostrando una mayor pulcritud respecto a su documental anterior, se trata, en definitiva, de la obra en curso de un director que busca su camino.

Nota comentarista: 6/10

Título: Gringo Rojo. Dirección: Miguel Ángel Vidaurre. Guión: Miguel Ángel Vidaurre. Fotografía: Vicente Mayo, Tomás Yovane. Montaje: Paulina Obando. Sonido: Felipe Vásquez. Narración: Pablo Dintrans. País: Chile. Año: 2016. Duración: 70 minutos.