Informe XXIV FicValdivia (1): Ellas por ellas
Aunque ya es parte de uno de los sellos del FicValdivia, en su vigésima cuarta edición se produjo una especial y notable conjunción entre cine y mujeres, de tal manera que no es aventurado afirmar que las mejores películas en competencia y también la mayoría de las más interesantes en exhibición fueron de ellas.
El triunfo de mujeres directoras en las competencias y los homenajes a realizadoras que han sido invisibilizadas en la historia del cine son casi una tradición en el Festival Internacional de Cine de Valdivia. Tanto, que en las dos últimas ediciones jóvenes directoras han ganado las competencias internacional y nacional, y en la inauguración del festival del año pasado se exhibió Les resultats du féminisme (1906) de Alice Guy, que es nada menos que la creadora de la ficción narrativa, con La Fée aux Choux en 1896 (antes, incluso, que el célebre George Melies). Después del visionado colectivo del corto de la directora cuyo marido se adjudicó varias de sus obras como propias, donde los roles de género tradicionales aparecen cambiados, se solicitó a las autoridades presentes que una escuela llevara su nombre, cuestión que ocurrirá este año en el puerto (donde vivió de pequeña) y que se espera también suceda en la capital cultural, Valdivia. Otro gesto se relaciona con las denominaciones de las muestras paralelas: al nombre de Alice Guy se sumó el de Lotte Reiniger -creadora del filme de animación más antiguo- y el de la cineasta ucraniana, coreógrafa, poeta, escritora y pionera en cine experimental, Maya Deren.
Zama
Nueve años pasaron desde que la directora argentina Lucrecia Martel filmara Una mujer sin cabeza, la historia de Verónica, una mujer que en una ruta de la localidad de Salta atropella algo o a alguien -sin siquiera bajarse del auto a verificar si se trataba de una persona o un animal- sigue su camino en estado de shock y posteriormente cae en un estado de negación u olvido (pierde la cabeza), un estado diferente a la amnesia o de un sueño: es el terror de poder ser responsable de la muerte de alguien. Casi una década más tarde, porque Martel considera que “no hay que filmar tanto, no tengo tanto para decir”, la cineasta salteña nos honra con Zama, estreno nacional en FicValdivia y mundial en el Festival de Venecia 2017. Esta producción de nueve países es una adaptación de la novela de Antonio di Benedetti que muchos consideraban “infilmable” por la complejidad del imaginario del personaje principal que se sitúa a fines del siglo XVIII, que si bien no pierde la cabeza, está a punto de hacerlo por la excesiva postergación de su traslado desde las tierras paraguayas a España, donde permanece su familia a la que no ve hace ya 14 meses.
El corregidor Don Diego de Zama es reconocido como un hombre de derecho, un letrado de la administración y pacificador de indios que sin embargo permanece en los márgenes, como aquellos peces del río Paraná cuya imagen es una de las iniciales de la película, los que pasan la vida en vaivén, luchando para que el agua no los deje afuera, porque el agua los rechaza. Zama es visto por una mujer como el personaje adecuado para vengarla por una agresión hecha por otro hombre, porque no tiene nada que perder (aunque tenga familia en las tierras españolas). El corregidor es aquel al que le retiran los muebles y se queda sin hogar mientras se define su próxima residencia, al que la dama Luciana Piñares de Luenga le da falsas esperanzas (“te mereces un beso; pero ahora no”) y el que tiene menos piso político que su subordinado Ventura Prieto, que tras una rencilla con él sí se va trasladado y con recomendaciones.
Con un diseño de sonido envolvente, con música de los años cincuenta y boleros clásicos interpretados por los brasileños Indios tabajaras, y una cuidada fotografía por momentos épica, Martel logra construir una atmósfera en que casi puede sentirse el calor y la humedad del ambiente y de los cuerpos, la que ella misma sintió entre tormentas y bichos cuando se fue en barco de Buenos Aires a Asunción en un largo viaje donde leyó la novela.
Con una convincente actuación del mexicano Daniel Giménez Cacho, Zama nos traslada a una colonia que intenta fracasadamente emular al reino, entre el cólera, los ministerios donde en épocas no hay mucho trabajo, las negras que compran su libertad para perderla al querer casarse y los mensajeros con pelucas blancas, rococós chaquetas de traje y taparrabos y pies descalzos. Nueve años de espera para que la perfeccionista y minuciosa Martel volviera a rodar, valieron más que la pena: estamos frente a una obra contundente, de gran magnitud, la mejor película del FicValdivia y, tal vez, de estas tierras que alguna vez fueron parte de la fiebre colonizadora.
El método
La 24° versión del Festival Internacional de Cine de Valdivia nos ofreció una particular mirada de realizadoras femeninas con metodologías de trabajo específicas y algunas con una perspectiva de género incorporada, revisaremos algunas de ellas.
Seis meses se trasladó a vivir a las favelas Juliana Antunes, la joven directora de Baronesa -ganadora de la Competencia de Largometraje Internacional-, para filmar la vida de mujeres jóvenes que viven en medio de una "guerra" de balaceras y distintos tipos de violencias. Realizada en un contexto político definido por la directora como una vuelta a la dictadura, un momento muy difícil para filmar, especialmente para las mujeres. Las dificultades de la coyuntura brasileña ya habían sido denunciadas apenas ocurrió el golpe blanco de Michel Temer por Sonia Braga, protagonista de Aquarius, lo que le valió la exclusión de la película de la representación nacional en premios internacionales. Lo mismo en el caso de Eryk Rocha, que realizó Cinema Novo para entender mejor Brasil hoy día, “en que estamos viviendo un nuevo golpe”.
La directora de Baronesa -nombre del lugar al cual una de las protagonistas espera irse para alejarse de la “guerra” de las favelas- debió pedir "autorización" a los maridos (que estaban en la cárcel) de las mujeres para poder grabarlas, en una cruda mixtura entre documental y ficción, que tiene tanto escenas sin intervención como otras que fueron ensayadas muchas veces, y donde las dotes actorales de Andreia, una de las actrices no profesionales, quedan más que en evidencia.
Su especial preocupación por la violencia no se concentra sólo en la de las armas, sino en tratar de descubrir su origen, en el caso de la sexual. En la dura escena (real, no ficcionada como alguna de las otras) en que el hijo mayor de una de las mujeres agrede sexualmente a su hermano menor, Andreia (la protagonista) sostiene que si un niño agredió a uno más pequeño es porque él mismo fue agredido. Juliana Antunes, que compartió la cotidianeidad con estas mujeres por medio año hasta considerarlas sus amigas, cuida a sus personajes y trata con cariño a los niños, en un fuera de campo donde sólo se escuchan los regaños de las mujeres a los pequeños y del cual se deduce el drama familiar.
En Princesita, la directora nacional Marialy Rivas también aborda la violencia sexual de una niña que vive en una comunidad. Es la historia de Tamara, una niña de 12 años que vive como en un cuento de hadas (de ahí el nombre de la película) junto a un grupo espiritual en el sur de Chile, en medio de la naturaleza, en armonía entre sus integrantes y recorriendo un camino de autoconocimiento. Pero, sin embargo, enfrenta una historia de abusos, manipulación y violencia sexual de parte del líder (que además la crió), que la ha convencido de que es la elegida para ser la madre de su hijo apenas le llegue su período. Aunque, igual que en el primer filme de Rivas, Joven y alocada, las protagonistas son mujeres jóvenes que deben romper con sus respectivas familias y sus imposiciones, en Princesita la vocación de la directora por llegar a un público más masivo le hace perder la frescura y rebeldía de su anterior trabajo.
La ganadora de la Competencia de Largometraje Nacional, Tiziana Panizza -que antes había realizado una trilogía de cartas visuales-, en Tierra sola revisa 32 documentales sobre Rapa Nui hechos antes de los años setenta y realiza una suerte de nueva carta cinematográfica, donde explica su método de trabajo de búsqueda de películas en los mercados, como un ejercicio casi arqueológico de metraje encontrado (found footage). A partir del material descubierto, Panizza reconstruye la etapa de la isla en que el Estado de Chile se la arrendó a una compañía ovejera inglesa, la cual impuso restricciones de circulación y de salida de la isla a los rapa nui, quedando presos en su propio territorio. A partir de ese hecho histórico del sesenta, la directora empalma con la historia actual de la cárcel de Isla de Pascua y su proyecto de hacerla un lugar con menos restricciones, en el contexto de la libertaria cultura isleña.
En la película francesa Milla la directora Valerie Massadián desarrolla un método de trabajo en que a actores no profesionales les da algunos conceptos u objetos, los deja interactuar libremente y filma hasta que en la escena se produzca un gesto o una emoción, expresiones con las que ya está familiarizada porque se toma tiempo en conocer previamente con quienes trabaja. Es así que en una de las escenas es ella misma quien actúa como una mujer madura que apoya a Milla cuando va a dar a luz, para que así la cámara logre rescatar la intimidad y el cariño que habían construido entre las dos.
Milla es la historia de una joven mujer que está dividida en tres partes: la primera es la historia de amor con su pareja (con un excesivo protagonismo del hombre, que es el que escribe poesía y trabaja, mientras ella parece sólo reír); la segunda es su soledad y pérdida; y la tercera, su relación con su hijo, que efectivamente lo es, lo que permite una genuina y rica interacción entre la madre y el niño. Aunque la película se extiende demasiado, Milla es el resultado de un detallado, pausado y delicado trabajo de dirección, con marcado acento de género. Para Massadián la intuición era un aspecto asociado a las mujeres poco valorado en su familia, rasgo que ahora ella rescata con tranquilidad y pausa. Asimismo, en la película se puede observar una interesante confrontación de estereotipos de género tradicionales, como cuando la protagonista le pinta las uñas a su novio y luego a su hijo o cuando el niño juega con un cochecito y un muñeco, juegos tradicionalmente atribuibles a las niñas. Pero también muestra cómo los niños de pequeños se asocian con colores, como cuando el pequeño cambia el vaso y usa el celeste y no el rosado.
De archivos, transiciones y roles
Uno de los encuentros entre directores y público que más preguntas generó durante esta edición del festival fue el realizado en torno a la película búlgara Chaque mur est une porte (Cada pared es una puerta), de la joven realizadora Elitza Gueorguieva. En ella se rescatan videos VHS de los programas de televisión que hacía la madre de la directora, mujer que trabajó en una cadena estatal durante los tiempos de la caída del muro de Berlín, la Perestroika y el fin de los comunismos de Europa del Este. Por medio de tal recurso, el filme termina revalorizando las opiniones sobre los procesos de transición política de los búlgaros de a pié.
En una edición cargada de títulos de mujeres destaca la siguiente película, una que no cuenta historias de mujeres, sino de hombres y los distintos tipos de masculinidad que ejercen. Se trata de La película alemana Western, de Valeska Grisebach, sobre un grupo de obreros alemanes que van a trabajar a Bulgaria, donde el jefe de la obra se relacionará con la comunidad local desde la agresividad y el machismo tradicional, mientras que el protagonista lo hace desde la emotividad y la no violencia, a pesar de que fue soldado (o, tal vez, justamente por eso). Una interesante ficción con una mirada femenina sobre los hombres, que se plasma, por un lado, en una escena clave en que el capataz agrede y acosa a una joven en un río -en un acto que para él puede ser un juego, pero que en realidad es agresión de género- y, por otro, en el vínculo afectivo que genera el protagonista con un caballo. Una interesante propuesta de ellas sobre ellos, en un festival que este año fue especialmente prolífico en otras miradas: las de mujeres.