Informe XX Fidocs (5): de Nick Cave a Weimar
Mi paso por el Fidocs 2016 fue marcado, a mí pesar, por el visionado incompleto de Homeland (Iraq Year Zero) de Abbas Fahdel, pero por lo que alcancé a ver me pareció, más allá del rosselliniano título, un trabajo deslumbrante de montaje de home movies a lo largo de años, en un antes y después de la invasión de Estados Unidos y a caída del régimen de Saddam Hussein. De lo que sí vi pasaré a referirme sobre cuatro documentales bastante disímiles entre sí: One More Time with Feeling (Andrew Dominik), La balada del Oppenheimer Park (Juan Manuel Sepúlveda), Les Règles du Jeu (Claudine Bories y Patrice Chagnard) y De Caligari a Hitler (Rüdiger Suchsland).
One More Time with Feeling
Esta película con y sobre Nick Cave y su último disco Skeleton Tree (2016) es más que el registro de su grabación, la puesta en escena de las canciones, entrevistas al cantante y su entorno más cercano (su mujer Susie y el Bad Seeds Warren Ellis). Estos son tratados en un pulcro blanco y negro y un manejo de cámara puntilloso que hacen del trabajo un perfecto compañero -y a mi juicio superior- del anterior 20.000 Days on Earth (Iain Forsyth y Jane Pollard, 2014). Resulta innegable el control que debió mantener Cave supervisando la labor, pero esta vez el filtro deja escapar otras aristas de su figura. Por cierto el drama de la muerte de su hijo Arthur es significativo y lo demuestra al colocarse en una posición meditabunda, incierta a partir de la que trata de reflexionar sobre el tiempo y la creación artística.
En la primera canción Cave se sienta al piano y canta “With my voice i am calling you” revelando en un principio algo incierto, dubitativo, que a media que pase el metraje va ganando fuerza y confianza, la figura del oscuro crooner que es un instrumento y una fuerza de la naturaleza. El virtuosismo de la cámara del director se acopla a la del músico para terminar apabullando. A la salida de la función, conversando con otros espectadores surgió la palabra “denso” para definir la experiencia de lo que acabábamos de ver. La película casi no da reposo y semeja bastante a sus canciones, que parten pausadamente y van poco a poco adquiriendo una densidad sonora para acabar en un calmo, a la vez que tenso, descenso “postcoital”.
Entremedio de cada número musical se vuelve a Cave, las entrevistas y las reflexiones. Los sentidos se van entramando y dan pie a variadas interpretaciones. Una chica me comentó: “la película tiene tres finales, cuando crees que ya terminó, continúa”. No basta un visionado para ir desmarañándola, con mayor detenimiento la película puede volverse más inteligible y “amable”. Como sucede con algunos discos, con repetidas escuchas, que permitan apreciar cada pieza, es que el conjunto adquiere el cariz de un todo que se devela aprehensible al oído, el cuerpo y la inteligencia, sin dejarnos fuera de su perfección fría, autosuficiente. Como acercamiento al proceso creativo y las potencias que convoca en conjunto con la poética de sus imágenes (¡ese plano secuencia en espiral!) sin duda lo convierten en un gran rockumental. Eso sí, el último final me pareció un fallo, ahí el filme cede a la pretensión de significar algo que, como un centro vacío, debía dejarse sin imagen. Pero no voy a ser yo el que diga qué es.
La balada del Oppenheimer Park
El parque Oppenheimer está en Vancouver, donde se encuentra una de las poblaciones nativas más grandes de Canadá. Ahí el director mexicano Juan Manuel Sepúlveda sigue a un puñado de sus habitantes indígenas. Verdadera reserva de su propiedad, es un pedazo de tierra ancestral en medio de la urbe que mantienen y defienden para sí. Caídos a la bebida y a sucesivas rehabilitaciones de droga, mantienen sus “reservas” y su menosprecio por los que consideran le han expropiado la tierra y sus vidas. Casi sin interactuar con el resto del cuerpo social de la ciudad intentan demarcar hasta dónde dejan que la proximidad de otros los alcance. Esto se traslada al director -y cámara- de la película, muchas veces lo interpelan.
El momento más tenso se traspone al espectador, Bear, uno de los sujetos con mayor presencia en el documental (y de imponente físico) se dirige al director y le agarra la cámara. El arrebato, claro está, hace del momento de pérdida del encuadre, objetivo y enfoque un asalto que nos pone a la defensiva.
La estrategia de sobreaviso ante la imagen consigue que, por un lado, se pierda la capacidad empática y sentimental sobre los sujetos, a la vez que permite desplegar una mirada sin complacencia por ellos, del otro. La decadencia en que viven, sin embargo, es lo que queda en primer plano atestiguando el microcosmos que constituyen los habitantes del parque. Los prejuicios, los juegos de superioridad, los antagonismos, el maltrato y la ridiculización son los elementos que alimentan sus actitudes negativas. El humor, la necesidad de vínculos y la embriaguez, en conjunción a su origen étnico, en cambio, parecen ser las únicas actitudes que les permite mantener algo así como una comunidad.
El patetismo de algunas conversaciones, acciones se compensan con cierta conciencia de su condicionada subalternidad y, para fortuna del documental, deja la mirada ambivalente sobre los indígenas cuando logra momentos algo epifánicos como la quema de una carroza o la ininteligible interpretación en karaoke de “Hurt” (de Nine Inch Nails) que hace uno de ellos. Hay algo más de vida que solo la condena vital con que son retratados -entre el tedio, el escapismo yoki y la circularidad del destino- estos desposeídos.
Les Règles du Jeu
Otro destino pesimista es que opera en este filme que trata de la búsqueda de oportunidades de inserción laboral que ofrece una empresa que ofrece ese servicio al estado francés. Cuatro jóvenes, tres hombre y una mujer, siguen caminos disímiles en la ayuda asistencialista que toman sin demasiado entusiasmo. En forma paralela vemos cómo son informados y preparados en las convenciones de la búsqueda de empleo. Curriculum, entrevista, presentación, actitud son algunos de los tópicos con que los encargados de la agencia intentan entrenar y generar habitus en los cuatro chicos.
Por lo pronto la película no accede a sus espacios interiores -físicos y mentales- sino que los muestra en los lugares de circulación del mercado laboral para el que se les prepara. La agencia es el espacio-oficina donde los adultos encarnan el saber (el know-how gerencial) que intenta disciplinar a los jóvenes. Uno de ellos, uno de los supervisores jefes, se las ve con las contradicciones del sistema de empleabilidad aunque lo que busca es simplemente desarrollar su trabajo según las reglas del juego. El resto, las asistentes y la sicóloga laboral también desempeñan la función tratando de mantener algún grado de contacto apacible con sus clientes.
Lo que está de fondo, como indica el título que pluraliza el clásico de Jean Renoir, es la formalidad en que se basa parte del contrato social de la sociedad de mercado. Lo que en la película de 1939 era el conflicto entre acatamiento y subversión de valores burgueses en este documental es elaborado como la incapacidad para asimilar, por parte de la institución, la desidia juvenil de algo en lo que no creen y la desafección de los jóvenes por una estructura que no se acomoda a sus intereses. Lo que hay entre medio es un abismo de historias de vida -las de estos chicos y de tantos otros- que carga cada uno y en donde apenas podemos vislumbrar el dolor, violencia y descontento que encubren porque no es parte del interés biopolítico de ninguna institución cuyo juego es la eficiencia despersonalizada.
De Caligari a Hitler
Libremente basado en el libro de Siegfied Kracauer publicado en 1947 (subtitulado “una historia psicológica del cine alemán”) consiste en el montaje de fragmentos de diversas películas del cine del período de la República de Weimar, la Alemania de entreguerras. Además de ser conducido por una voz over del narrador, hay unas cuantas puntuaciones con entrevistas a algunos académicos estudiosos del cine y los directores Volker Schlöndorff y Fatih Akin; aunque esas presencias no aportan nada significativo. La tesis del libro es que en la producción cinematográfica del período se puede rastrear tanto los mecanismos ideológicos como el paralelo sociohistórico que refleja la compleja realidad de la mentalidad de una sociedad que pasó de perder la guerra a tomar el camino fascista de la mano de un líder totalitarista.
Tal como en el texto, la película repasa periodos, autores, motivos y títulos ejemplares. Como divulgación del trabajo de Kracauer y atisbo de la riqueza del cine de la época el documental cumple satisfactoriamente. En realidad un cine tan rico como ese no merece sino redescubrimientos, ir más allá de lo ya consabido. En este sentido el documental no solo muestra fragmentos de las películas archi reconocidas (El gabinete del doctor Caligari, Metropolis, M, La caja de Pandora, Fausto…) y a los directores más famosos (como Lang, Murnau, Pabst, Lubitsch), también ajusta la dimensión del expresionismo alemán en comparación a otros movimientos como el realismo, “la nueva sobriedad” y los géneros. Así, posiciona ejemplos olvidados como Nerven (Robert Reinert 1919), Menschen am Sonntag (Robert Siodmak, 1930), Fräulein Else (Paul Czinner, 1929), Wage Clerk Kremke (1930) de la directora Marie Harder, Brüder (Werner Hochbaum, 1929) o Ein Blonder Traum (Paul Martin, 1932), cuyos fragmentos provocan inmediatas ganas de verlos.
Se describe al cine alemán del período como uno de ilusionistas, visionarios, masas, ornamentos, cuerpos sometidos, mecanizados o liberados en el ocio y la sexualidad, figuras autoritarias, míticas, criminales, mujeres en posesión de su goce, proletarios, una verdadera comedia humana trasladada a la pantalla, representando tanto el cuerpo social como la psique del pueblo alemán. En trance entre el romanticismo y la modernidad, entre el trauma postguerra y el escapismo, entre la fantasía y el realismo, entre la ilusión y la pobreza, entre el mundo viejo y el nuevo, entre el pasado y el futurismo, entre el pacto fáustico y la utopía emancipadora, entre el intelectualismo y las pasiones y, por supuesto, entre el cine mudo y el sonoro llevado en conjunto por la sociedad de Weimar y su cine puede apreciarse un mundo a la vez fascinante y trágico. Desde esta perspectiva la película es una historia social uno de los capítulos más atractivos del cine, también es digno compañero, aunque más breve, de otras historias ilustradas del cine, como Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano (1995) o Historia del cine: una odisea del crítico Mark Cousins (2011).
Álvaro García Mateluna