Informe III DocsBarcelona Valparaíso: Cuando lo personal es político
La tercera edición del Festival de Documentales DocsBarcelona Valparaíso (que el próximo año se llamará sólo DocsValparaíso) hizo honor a su slogan “Miradas Inquietas” al traer desde el otro lado de la cordillera una de las películas argentinas más interesantes, reflexivas y valientes del año, que remite a casi cinco décadas atrás, pero tiene la vigencia de un vínculo paterno-filial en que la realizadora, lejos de juzgar a su fallecido padre, enfrenta con entereza su secreto familiar y, a través de su historia, reconstruye una época de represión política y cultural durante la dictadura cívico-militar de Videla.
El silencio es un cuerpo que cae (Córdoba, 2018) de Agustina Comedi (31 años) -que resultó ganadora de la Competencia Internacional de DocsBarcelona Valparaíso- es un ensayo documental autobiográfico muy íntimo sobre el padre de la directora (muerto cuando ella tenía 12 años de edad), que cruza su militancia política en la vanguardia comunista en Córdoba en los años setenta con su oculta orientación sexual, como parte de una comunidad LGTBI que enfrentó la discriminación al interior del propio movimiento de izquierda y la tortura del aparato represivo dictatorial, durante los inicios de la epidemia del sida y sus entonces desconocidas implicancias.
“Cuando vos naciste, una parte de Jaime murió para siempre”, le dijo un amigo de su padre a Agustina cuando se la encontró en la calle, en lo que sería una de las primeras pistas sobre el pasado de Jaime que la realizadora va desentrañando a medida que realiza entrevistas con su círculo cercano, del cual una parte se negó a ser entrevistado, incluso tantos años después. “Si de lo que me quieres preguntar es sobre su homosexualidad, no voy a hablar de esas cosas”, le responde una de las compañeras de partido de su padre.
Para reconstruir la historia de Jaime, Agustina no debió salir de su casa para recuperar películas de found footage. Los videos de VHS que su padre grabó con una Panasonic desde que ella nació y hasta que se cayó del caballo con la cámara en la mano, estaban en la parte de arriba del closet de su casa. Acudió a esos archivos buscando imágenes de su padre moviéndose (lo que no le podían ofrecer las fotos), pero como él casi no aparecía porque siempre era el que grababa, al superar su frustración lo que encontró fue, ni más ni menos, que su mirada al filmar. Una de las pocas veces en que lo encontró en las grabaciones fue bailando con su madre en un asado minutos antes de subirse al caballo, en que es ella de niña –tal vez como un adelanto de lo que sería su futuro cinematográfico- la que grabó por primera vez una imagen, que sería la última de él.
Las 160 horas de grabación que Agustina debió revisar para hacer su primera película, fueron producto del afán casi compulsivo de su padre por grabarlo todo: viajes, festejos, asados, graduaciones, la vida familiar. Y entre esas imágenes aparece Néstor, su padrino, el médico que atendió su parto cuando ella nació y que fue la pareja de su padre por 11 años antes de que se casara con su madre y luego, su mejor amigo, que murió de sida. Su madre, Monona, que no sabía del pasado de Jaime y estando ya casada recibió anónimos que decían que su marido era gay, es la gran ausente del documental, porque ella no tuvo voz en esta historia.
La historia personal de Jaime es también política, porque involucró a muchos más que a él, representando una época. En la Córdoba de los setenta se vivía en estado de sitio permanente y cuando los agentes del Estado atenuaron la intensidad de la represión contra la militancia política y los obreros sindicalizados, comenzaron a llenar los calabozos con gays, personas trans y prostitutas, echando mano del artículo 1°h que penalizaba la incitación al acto carnal en la vía pública.
La vinculación de la vida privada con la historia colectiva es un ejercicio que también realizó João Moreira Salles en No intenso agora (Brasil, 2017), en que el narrador instala una reflexión sobre la persistencia y mantención de los valores que inspiraron Mayo del 68 en París o la Primavera de Praga, a partir de un relato que intenta vincular los viajes de su madre a países remotos con un período histórico revolucionario. Lo propio hizo Gloria Carrión en Heredera del viento (Nicaragua, 2017) con archivos familiares, de prensa e históricos para reconstruir el proceso revolucionario nicaragüense y la guerra civil entre Sandinistas y Contras, desde el dolor de una hija de revolucionarios que fue postergada por la propia revolución. Por su parte, el documental Ama y haz lo que quieras (Argentina, 2017), la ópera prima de las nóveles estudiantes universitarias y co-directoras Laura Plasencia, Belén Sevilla y Valeria Bottano, si bien no hace el vínculo con lo público, también usa archivos de videos VHS familiares para contar la historia del padre de Laura que murió cuando ella era una niña, a partir de la decisión que deben tomar los siete hermanos sobre la exhumación y traslado de cementerio de su cuerpo. En este caso, el testimonio de la madre sí aparece en la película, cuya vida y la de su familia se quebró con la partida del padre y a quien su hija confronta por su inacción y debilidad.
Familia en estado de guerra
En Of Fathers and Sons de Talal Derki (Siria, 2017), lo personal se vuelve político cuando el realizador vuelve a su tierra natal para vivir durante dos años con la familia de Abu Osama, un miembro de Al Qaeda, y documenta cómo los hijos son entrenados desde pequeños para convertirse en soldados de la Jihad: al registrar el devenir familiar en que el padre pierde una pierna a causa de una mina antipersonal, cuando los niños decapitan a un pájaro como ejercicio o cuando se divierten fabricando bombas hechizas, también está dejando testimonio de un estado de guerra.
En otro registro, el documental del director sirio también da cuenta del machismo del jihadismo al no incorporar mujeres en la película, seguramente porque el régimen prohíbe que aparezcan y porque Talal Derki no podía contradecirlo (para poder filmar debió aparentar que apoyaba sus ideas). Jamás se ve a la esposa (o las esposas), al punto que en un principio pareciera que la familia sólo estuviera conformada por un padre y por sus pequeños hijos varones (luego nos enteramos que hay una hija, que apenas se menciona). Ellas sólo aparecen nombradas cuando los hombres critican a sus esposas. Lo político surge también por aquello que no se ve, pero que existe.
Las historias personales/familiares y las colectivas se cruzan también en Last Days in Shibati (Francia, 2017) del director Hendrick Dusollier, a quien le interesan las cosas que están a punto de desaparecer. Por eso documenta la demolición del último distrito histórico de la ciudad de Chongqing y la reubicación de sus habitantes en un parque industrial lejos del centro, en una China que se rinde ante la voracidad inmobiliaria y al particular modelo económico capitalista en una sociedad comunista. El contraste entre los sectores populares que sufren las consecuencias del capitalismo y los menos que gozan de sus beneficios se evidencia en escenas como la de la anciana que lleva un canasto gigante colgando de su cabeza, mientras camina por una calle donde circulan costosos autos y de fondo se aprecian lujosos y modernos edificios. A la mujer, que tiene una suerte de mal de Diógenes -acumula desechos que encuentra en la basura y que se considera eufemísticamente a sí misma como una “recolectora”-, la gente la llama “Loto blanco”, porque crece en un lugar sucio, pero sin embargo no se ensucia. Ella y otros vecinos deberán abandonar sus céntricas viviendas con patio y espacio para plantas con el fin de trasladarse hacia la periferia para vivir en pequeños departamentos, a los cuales se llega después de recorrer mucho tiempo en tren. Hendrick Dusollier sigue las historias de varios habitantes del barrio que está a punto de desaparecer, a los que visita cada seis meses y en que la barrera idiomática entre el francés y el chino no representa un obstáculo para sensibilizar sobre procesos de asentamientos humanos en las grandes ciudades.
Si de relevar la naturaleza humana en culturas diametralmente distintas se trata, Flow (Chile, 2017) de Nicolás Molina, logra hacer confluir historias de comunidades urbanas y rurales que se asientan en las riberas de ríos tan distantes como el BioBío en Chile y el Ganges en la India. Ganadora de la Competencia Nacional en DocsBarcelona Valparaíso (premio similar al recibido en el reciente XIV Sanfic), Flow se deja fluir por los cauces fluviales, desde sus respectivos nacimientos nevados hasta sus desembocaduras en el mar. La imponente fotografía de paisajes naturales contribuye, más que a un visión naturalista de la geografía, a una una mirada sociológica de la geografía humana que habita los territorios. A pesar de la particularidad de lenguas como el mapudungun en La Araucanía o dialectos como shindi o bergal en India, las inquietudes de los grupos humanos finalmente son las mismas. Como queda de manifiesto en la escena en que una mujer india le reclama a su pareja que ella hace todo el trabajo mientras él se dedica a jugar con su celular.
La variable política es evidente en La lluvia fue testigo (Chile, 2018) de Nicolás Soto, corto ganador de la Competencia Nacional de DocsBarcelona Valparaíso, sobre la desaparición de José Huenante en La Araucanía (una de las cuatro personas desaparecidas en democracia), narrada desde las voces en off de su madre, sus familiares, su polola y sus amigos, que casi no aparecen en escena (salvo la madre al final). El cortometraje aporta a construir el perfil humano de este joven mapuche retraído y desconfiado, que fue detenido por carabineros supuestamente por lanzar piedras a una radiopatrulla y que nunca más apareció.
La protagonista del documental de Francisco Aguilar Claudia tocada por la luna (Chile, 2018) concentra en su propio cuerpo discriminaciones cruzadas o interseccionales: ella es mapuche, pobre y una mujer transexual. Sin mayores innovaciones en lo formal, el documental es un aporte a la visibilización de un caso de lucha en contra de las discriminaciones y distintos tipos de violencia que vivió Claudia, desde su origen en una familia indígena y rural, que además debió enfrentar el conservadurismo de la iglesia evangélica a la que pertenecía su núcleo familiar. A pesar del miedo por las golpizas que sufrió en Valdivia a manos de grupos fascistas mientras estaba en la universidad, Claudia logró titularse como matrona (oportunidad que contadas personas trans logran concretar) y aunque tuvo una prolongada cesantía, logró ubicarse en el mercado laboral, definiendo su identidad de género y optando a una operación de reasignación de sexo. Por su parte, Meu corpo é político (Alice Riff, Brasil, 2017) da espacio a testimonios de personas trans que buscan vivir plenamente su identidad de género en su cotidianeidad, tanto en su intimidad doméstica como en el contexto social, reivindicando que la primera conquista política es la del propio cuerpo.
En Desierto no cierto (Dubi Cano, Chile, 2017) dos mujeres de la tercera edad habitan una localidad costera en el desierto chileno, que surgió a partir de tomas de terrenos que aún no se regularizan. María (77) y Lidia (60) hicieron del desierto su hogar y viven en armonía con el mar que les ofrece la compañía que la primera no tiene y los recursos que la segunda usa para cocinar y hacer artesanías para vender, mientras su hija, que se va a estudiar a la ciudad, sólo observa el sacrificio de su madre.
Por otra parte, una particular apuesta hacen los argentinos Martín Benchimol y Pablo Aparo en El espanto (2017), que durante toda la película juega a desafiar al espectador entre lo que no se termina de entender es un filme de no ficción, un falso documental o un guión de actores no profesionales que narran a cámara la práctica que se usa en El Dorado, en la Argentina rural y profunda: se resisten a la medicina tradicional y los propios habitantes se curan las dolencias entre ellos (salvo una dolencia llamada “el espanto”, que sólo afecta a las mujeres). Si les duele una muela, se pasan un sapo por la cara. ¿Una forma real de curación o una burla a las formas de medicina ancestral?