Informe 74 Festival de cine de Locarno: Imaginación, desapariciones y abducciones
Si existe un punto en común entre las tres películas -Mis hermanos sueñan despiertos, Mostro y Espíritu sagrado- ese sería la interpretación de la realidad por parte de sus protagonistas: en la chilena están los sueños, en la mexicana la alucinación psicodélica y en la española algo parecido a las teorías conspirativas o a la “información alternativa”, todos son ejercicios de lecturas de mundo.
En Mis hermanos sueñan despiertos (2021) la directora Claudia Huaiquimilla retoma varios temas de su película anterior, Mala junta (2016), en ambas existe un mismo uso del espacio: el contraste entre la libertad —representada por el bosque— y el encierro —con los muros de concreto del centro de detención infantil o del liceo—. También está presente la amistad, la hermandad y los lazos afectivos como única resistencia posible ante un sistema que ejerce violencia autoritaria contra los jóvenes, pero sobre todo aparece de nuevo el cuestionamiento a las estructuras de poder a partir de la defensa de la autonomía y la rebeldía.
A la luz del estallido social la última película de Huaiquimilla parece más radical que Mala junta, hay imágenes que recuerdan a las de la revuelta: los puños en alto, el fuego, los cantos en coro. También hay una exploración más profunda del poder emancipatorio de la imaginación, esto está sugerido desde el título. Dos hermanos, Ángel y Franco, encerrados en un centro de detención juvenil sueñan con fugarse. Franco, el mayor, descansa sobre la hierba y piensa en un amigo detenido injustamente, ambos hermanos estrechan lazos con los demás compañeros y entre todos planean la fuga. Contrario a los tópicos del género carcelario y drama adolescente —pienso, por ejemplo, en Sleepers (Barry Levinson, 1996)—, la película de Huaiquimilla no se concentra en la violencia ni en el dolor; va por el camino contrario, va por la potencia de lo posible —que no es otra cosa más que el soñar despierto—. Soñar y practicar una rabia incendiaria.
Una de las cosas más sobresalientes de Mostro (José Pablo Escamilla, 2021) es el diseño sonoro, la primera parte de la película pasa de los mensajes de voz entre Lucas y Alex —ella le dice “mostro” de cariño, él la llama igual— a una mezcla de sonidos que evocan un trip psicodélico inducido con spray. A las voces en off y los sonidos de la psicodelia se le suman los ruidos de la carretera Lerma Toluca, a las orillas de la Ciudad de México. El sonido es importante para entender la segunda parte de la película, Alex desaparece en medio del viaje alucinógeno y a partir de ahí Lucas tendrá que enfrentarse con la burocracia y las amenazas de los funcionarios públicos cuando reporta la desaparición de su amiga. Y es que el sonido propicia una atmósfera opresiva, Lucas marca el número de Alex y sólo escucha el mensaje grabado para el buzón de voz, sólo en la alucinación puede volver a ella.
Mostro parece filtrar la realidad, la muestra a partir de la alucinación, es como si la crudeza de la realidad nos impidiera verla de manera frontal. La desaparición de Alex —y la desaparición de tantas mujeres mexicanas— es un hecho demasiado doloroso y traumático, la película recurre entonces al sonido, a la atmósfera opresiva, a la psicodelia. Se trata de un recurso similar al de Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020) en donde la figura del diablo encarna la violencia del narcotráfico, hay que recurrir a la metáfora para rasgar la realidad porque nunca alcanzamos verdad, en ambas películas la policía está coludida con “el mal”, sólo queda el dolor y la desesperanza. Habrá que tener cuidado con los límites entre los recursos formales para que los tratamientos de estos temas no parezcan ejercicios de estilo.
En Espíritu sagrado (2021) también hay una desaparición, o una abducción, no lo sabemos al principio. Las noticias locales de Elche, provincia de Alicante, solicitan la ayuda de la comunidad para encontrar a una niña desaparecida, su madre y su hermana gemela aparecen a cuadro contando los detalles, poco después el tío de la niña y un grupo de amigos —una especie de culto que cree en alienígenas ancestrales— contarán entre ellos su versión de los hechos: la han abducido para salvarla.
Espíritu sagrado pertenece a ese mundo imaginario que su director Chema García Ibarra ya había construido desde sus cortometrajes, en ese mundo hay vecinas videntes, fanáticas neonazis, ufólogos, clarividentes… personajes que podrían parecer outsiders que habitan lugares en los que parece que no ha pasado el tiempo. En Espíritu sagrado la textura del fílmico de 16mm simula la de una película familiar antigua, con sus objetos de la década de los 90’s.
Se trata, entonces, de un mundo imaginario con sus propias dinámicas. García Ibarra no muestra a sus personajes con condescendencia ni tampoco parece advertirles a sus espectadores de la existencia de una verdad —de la que el culto ufológico no parece estar al tanto, por ejemplo—, más bien, el acercamiento a la comunidad de Elche está dado a partir del humor e incluso del absurdo y aquí podríamos advertir una especie de paradoja: si no juzgamos las acciones ni creencias de sus personajes tampoco podemos participar de la alarma de las desapariciones de niños, porque, aunque detrás de esas desapariciones hay una realidad muy oscura, no hay un juicio moral respecto a la “desinformación” de los implicados.
Si existe un punto en común entre las tres películas anteriormente mencionadas, ese sería la interpretación de la realidad por parte de sus protagonistas. En la chilena están los sueños, en la mexicana la alucinación psicodélica y en la española algo parecido a las teorías conspirativas o a la “información alternativa”, todos son ejercicios de lecturas de mundo. Me interesa cómo en la ficción, el tratamiento de la imagen o del sonido complementan dicha lectura, ya sea a partir del montaje, el sonido o un formato como el fílmico. La presente edición del Festival de Locarno se distinguió, de hecho, por la presencia del cine “de género”, esto permitirá reflexionar a futuro la relación entre este tipo de cine y la autoría, o la relación entre el tratamiento de la realidad desde la ficción o desde una estructura más cercana a la no ficción o al cine experimental.