Maleza (1): Más allá de los márgenes
Desde hace algún tiempo, junto a otros miembros del blog, hemos discutido sobre el cánon de lo que entendemos por cine chileno. En esas conversaciones nos surgió la inquietud por esas películas invisibilizadas, en diálogo con las películas del novísimo y post-novísimos, pero de un “tono menor”, usando lo menor como lo definen Deleuze y Guattari. En ese sentido, el estreno de Maleza (2017), debut de Ignacio Pavez, adhiere justamente a este grupo de películas fuera del cánon.
Daniel (Cristián Luna) es recibido en un hogar de acogida cristiano luego de haber salido de la cárcel. En este lugar, él podrá reinsertarse en la sociedad vendiendo pasteles que ellos mismos fabrican, en distintos barrios de Santiago. Sin embargo, desde un principio, vemos que Daniel no está comprometido ni enfocado en su reinserción, sino que su interés está en un sitio fuera del hogar.
Si bien el referente más directo de la película lo podemos encontrar en El Pejesapo (José Luis Sepúlveda, 2007), el estilo de cámara, ritmo e historia se asemeja también a las primeras películas de los belgas Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne. La historia es mínima, con un personaje atormentado en su interior y que no logramos ver, percibir ni mucho menos saber de qué escapa y qué busca. Daniel vagabundea por las calles de un Santiago marginal, medio perdido, completamente ajeno a la realidad cotidiana del hogar, e indiferente respecto a su compañero de ventas, quien intenta enseñarle el oficio.
Maleza extiende los márgenes de la ciudad a los excluídos, a los invisibles y a los perdidos. Si bien queda en evidencia la precariedad del hogar que recibe a Daniel, y la fragilidad económica con la que se desenvuelven, el foco no está puesto en la obra social, sino en su pequeño viaje desde un lugar de “salvación” hacia ninguna parte. Es un camino sin sentido ni motivo claro, donde solamente podemos observar un personaje que apenas habla, que no demuestra emociones ni intenciones.
El único momento en que sabemos algo más de Daniel es cuando llega a unas precarias casas de madera y cartón desmanteladas por el abandono, donde encuentra el cadáver de un burro, en el lugar donde suponemos vivía su tía. Es en este punto en que perdemos definitivamente a Daniel, porque ya no hay posibilidad de redención o, quizás, porque él mismo nos confirma que nunca quiso reinsertarse en una sociedad que no le abre las puertas luego de la cárcel.
Una de las virtudes de la película, es que actúa como la sombra del protagonista. Una cámara amateur (Hi8) registra cada movimiento de Daniel. Cada espacio es retratado desde una cercanía y suciedad que por momentos agobia, pero que permite a su vez adentrarse en el relato de un lugar más allá de lo socialmente conocido. Es la historia de los verdaderos excluidos, los outsiders que no son “cool” y cuya única opción es marginarse más allá de la propia marginalidad.
Daniel no quiere vivir en Santiago, no quiere pertenecer a un lugar que le es hostil. Su cabeza está en volver al sur. Le incomoda la ciudad, que le digan “huasito” y que constantemente le recuerden que él no pertenece. Maleza, con muy pocos recursos pero con mucho detalle, logra retratar el rostro de la exclusión a través de un personaje que entrega más silencio que certezas. La película transforma la introspección, tan común en cierto cine chileno, dándole un carácter político desde el relato de los excluidos, de los que están más allá de los márgenes.
Nota del comentarista: 7/10
Título original: Maleza. Dirección: Ignacio Pavez. Guión: Ignacio Pavez. Productor: Ignacio Pavez. Reparto: Cristián Luna, Ignacio Pavez, Pablo Álvarez, Gastón Salgado. País: Chile. Año: 2017. Duración: 92 min.