Her (Spike Jonze, 2014)

Recientemente estrenada y con un Oscar apenas otorgado por estos días, tenemos por fin la posibilidad de ver HER, la última película del director Spike Jonze (Being John Malkovich, Adaptation y Where the wild things are). Bien recibida por la crítica y calificada incluso por algunos como la mejor del año, HER llega a un público que tiene altas expectativas.

 

Theodore (Joaquín Phoenix) es un hombre de mediana edad, algo retraído y solitario, separado y apunto de divorciarse. Dedicado a escribir lo que otros debieran, va de su casa a la oficina y en cada lugar será para sentarse frente a un computador. Theodore se desplaza en un mundo futuro, pero lo bastante próximo como para reconocer en su entorno y en él mismo, comportamientos que nos serán algo familiares. En este mundo, la tecnología parece finalmente haberse impuesto. Lo que hoy tantos advierten en cuanto al impacto que dispositivos informáticos o digitales de uso personal tendrían en nuestras relaciones con los demás y cómo van perfilando una nueva variante de la soledad, se expone en este filme como un hecho consumado, donde las advertencias no habrían funcionado mucho.

 

Como hoy ya suele pasar, Theodore recibirá la promoción de un nuevo sistema operativo para su computador, tableta, IPad o lo que sea que haga las veces de esos dispositivos con funciones más sofisticadas. La oferta promete un sistema con características que en la sociedad de Theodore se han vuelto escasas, capaz de un cierto grado de conciencia intuitiva que asegura convertirlo en algo parecido al mejor amigo, diseñado a partir de unos pocos datos que da el cliente sobre sí mismo y  sus preferencias. Así aparece Samantha (Scarlett Johansson) una encantadora y eficiente voz que será esa conciencia informática que administrará toda la vida digital de Theodore, convirtiéndose en una compañía permanente, omnipresente y cálida….todo lo que Theodore parece haber perdido.

 

Rápidamente Theodore y Samantha transforman una relación funcional en una relación afectiva, y a poco andar en una relación amorosa como podría ser cualquier otra. La evolución que sigue ese vínculo, no es diferente de la que podría tener una relación de pareja hoy y aquí. Samantha va ocupando un espacio vital cada vez con mayor ansia de parte de Theodore. Esta “voz” crece y se hace compleja, esta “conciencia” virtual logra tal nivel de sofisticación que termina convirtiéndose en otro individuo, con un mundo propio, con intereses, anhelos y secretos que pronto dejará de compartir con Theodore. Ella es en casi todo una verdadera mujer; los celos, la posesión, la confianza, la fidelidad, son todos ingredientes indiscutidos de las relaciones de pareja que no se conciben sin la presencia física de sus protagonistas. La ausencia de esa corporeidad, sin embargo, parece ser más un inconveniente para Samantha que para el mismo Theodore. Es ella la que requiere el contacto, la que busca recrear expresiones vitales como el femenino suspiro que termina irritando a Theodore, cuando el tiempo ya ha pasado y los defectos empiezan a aflorar.

 

Pero alrededor de Theodore están también su ex esposa Catherine (Rooney Mara) y su mejor amiga Amy (Amy Adams). La relación con Samantha será lo suficientemente gravitante como para hacerlo superar la pena y el dolor de su separación, y será también el punto de unión con Amy, que cuenta con su propia Samantha, su propio sistema operativo con el que tendrá la perfecta relación de amistad, que llegará a su vida en el momento apropiado. Claro, Amy adquirió el mismo producto, y con ella miles de personas más. La necesidad de contar con un otro que no esté sumido en sus propios gadgets  y con el que se pueda interactuar confiada e íntimamente se ha vuelto un bien lo suficientemente escaso como para que el mercado lo ponga en la mesa de las transacciones.

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Theodore, en este tiempo indeterminado y aséptico, representa un prototipo cercano, del que renegamos, pero al que pareciera que nos encaminamos indefectiblemente, si acaso creemos que la película anticipa una realidad demasiado cercana. Es un hombre que pasa inadvertido, que ocasionalmente se topa con un par de amigos y que viste como se estila en su tiempo. De pocas palabras, su talento está en su capacidad de escribir las  cartas personales e íntimas que otros no son capaces de escribir; un servicio que es un reflejo más de ese tiempo en que la falta de proximidad entre las personas es una constante.  Las cartas simulan el toque que ya hoy echamos de menos: la letra manuscrita como rasgo casi irrepetible de la identidad.  El film muestra esa actitud de ostra que hemos venido adquiriendo, en que podemos no echar en falta el contacto físico, o sus manifestaciones más evidentes, pero no podemos prescindir de estar conectados, de pertenecer al club social cibernético que sea…estar en la red, sin mostrarnos completamente y siempre medio diluidos. La soledad como resultado – tal vez accidental tal vez no- de los beneficios que como contrapartida otorgan estas tecnologías, y la necesidad de revertirla,  parece ser el tema de HER.

 

De la misma forma que en Being John Malkovich, el director propone aquí un ambiente que es visual y estéticamente la representación de la vida que vive su protagonista. Lo que en Being John Malkovich se presenta decadente, opresivo y estrecho, pasa a ser en HER una atmósfera luminosa, donde el sol y las vistas amplias de la ciudad evocan una vida menos fría de lo que la aparente perfección y pulcritud de los espacios y de la vida cotidiana podrían llevar a pensar. Y es que la soledad de los individuos puede ser más sobrecogedora en los espacios abiertos.  De igual manera, el manejo del sonido contribuye a la sensación de aislamiento y se trasluce en una cierta reducción del ruido ambiente; esa ciudad casi no emite sonidos, no hay ruido de calle, de agitación, nada de la vorágine que habitualmente asociamos a las grandes ciudades; es un mundo calmo en que sus ciudadanos difícilmente se verán en la calle haciendo otra cosa que mirar sus aparatos y caminar solos.

 

Pero si esos recursos pueden ser acertados, el guión es –no obstante lo que se diga- su mayor debilidad. El nudo básico de una inteligencia artificial que, busca o adquiere sentimientos humanos, no es precisamente novedoso ni original en el cine, y ejemplos hay muchos bastando pensar en HAL 9000. La idea más audaz de una relación de pareja totalmente desprovista de piel entre un ser humano y su computador, por decirlo de algún modo simplista, hace de esta película una pieza algo diferente que no necesariamente logra bien la ilusión.

 

Es cierto que hay preguntas que uno como espectador no debe hacerse; preguntar por la verosimilitud o credibilidad de la historia puede ser en muchos casos un error, si el parámetro es la realidad de este lado de la pantalla. Si bien HER, como alguien me hizo ver, parece reivindicar ese concepto de amor como un encuentro de almas donde el cuerpo es un dato que bien puede faltar sin menoscabar el compromiso y la devoción mutua, en algún punto roza lo absurdo y la cursilería. Este no es un amor a distancia; no es un amor entre personas y Samantha no es -por mucho que se lo crean ella y Theodore- un ser real. El que esa relación termine encajando relativamente bien en el ambiente en que el protagonista se mueve, y él y sus amigos la admitan con toda naturalidad, hace pensar más que nada en una sociedad bastante disfuncional y necesitada. Si eso es lo que anticipa Jonze…está lejos de ser una película edificante y esperanzadora.

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Cabe preguntarse cuánto hay de Theodore en Samantha y si acaso no es más bien una suerte de esquizofrenia. El que su compañero de trabajo le diga a Theodore que su lado femenino está muy desarrollado y que es también una mujer, no debiera pasarse por alto. Mal que mal ¿cuánto de nosotros mismos hay en nuestros computadores? Una de dos: o esa frase es una pista en un guión mucho menos predecible de lo que parece y este filme trata de ser una buena  y astuta sátira o –lo que tiendo a creer- se trata derechamente de un error que se cuela en el guión y que lleva a desarticular precisamente la ilusión y a poner en duda que estemos frente a una relación amorosa antes que frente a un caso de demencia.

 

Es cierto que la incipiente relación entre Theodore y Amy hace suponer que el amor, tal como lo conocemos, triunfará sobre las imposiciones engañosas de la tecnología, pero se le saca tan poca punta a eso, que no es posible asegurar que fuera un propósito de la historia. Visto así, el premio que acaba de recibir de la Academia por mejor guión original, no está realmente justificado y puede resultar algo excesivo. HER produce impresiones tan distintas y variadas que se vuelve poco asible y sólida.

 

Elena Valderas