El Lobo de Wall Sreet (The Wolf of Wall Street – Martin Scorsese – 2013)

Un curioso efecto produce en los espectadores Wolf of Wall Street. A la salida de su proyección uno se puede enfrentar al clásico dilema de la proyección en las acciones representadas en la pantalla. Esto es porque el protagonista, Jordan Belfort, es quizás uno de los mayores criminales financieros en la historia del mundo, con millones de dólares a su haber de manera completamente ilegal, que además procede en excesos de todo tipo, los cuales resultan glorificados por la manera cuidadosa, detallista y divertida con la que son filmados.

Las acciones presentadas en la cinta de Scorsese, per se moralmente reprochables, lo único que causan en el espectador es risa y comentarios graciosos, entre otras reacciones que uno puede considerar “positivas”. Por ejemplo:efectos de drogas ilegales, estafas a miles de personas, discursos fascistas que dejarían chico a cualquier dictador de pacotilla de este lado del mundo y principalmente la objetualización de la mujer en todo contexto de la historia. Todo eso es causa de risas, chistes y principalmente entretención.

Es por eso que de alguna manera, pese a lo reiterado y agotado que se encuentra el tema en ciertos círculos, el tema de la identificación y la respuesta del espectador resultan muy interesantes en cuanto a la moralidad de la película, asunto del cual también se ha debatido bastante alrededor de otra película lanzada el año recién pasado, Zero Dark Thirty.

Tal como dijo Kathryn Bigelow (directora de la película recién mencionada) en su momento y que ahora repite Martin Scorsese cuando se ve enfrentado a las mismas reiterativas preguntas: “depiction is not endorsement” (algo así como “la representación no implica apoyo a lo representado”).

En The Wolf of Wall Street, toda la representación de la personalidad, acumulación de riquezas y crímenes del protagonista Jordan Belfort y sus compañeros, forma parte del proceso de representación de una realidad fáctica (no teorizada), como una presentación de pruebas, las cuales no producen ambigüedad, sino una respuesta clara: la diversión por parte de quien lo ve. Esto podría conllevar a que los mismos puedan ser tomados con más ligereza, pero lo que realmente ocurre es que el espectador está tomando estos datos y los están memorizando de manera más afectiva, cosa de que cuando finalmente ocurre la debacle y la consecuencia de todo, la culpa no es solo la de Jordan Belfort, si no que nuestra también, nos sentimos culpables al disfrutar de eso.

Con esta película Scorsese vuelve a repetir un tema de mucho de su cine: personajes que se encuentran arriba y que vemos cómo caen al vacío. Tema que tenía un tanto abandonado y que recupera majestuosamente, esta vez en un claro tono de comedia, al estilo de lo que es la constante descendente de After Hours (1985). Sin embargo, creo que hasta el momento nunca una caída había sido tan satisfactoria, luego de ver todas las maldades que cometía el personaje el momento en que ocurre es un momento de liberación, donde hay una mezcla de culpa por el disfrute anterior, pero también una satisfacción por la destrucción de la vida de Belfort. La catarsis de un espectador sádico.

La catarsis no viene a arruinar lo que fue una experiencia agradable, sino lo contrario, viene a aumentar la tensión, a entregar el momento esperado del fracaso, porque sabemos que después de todo esto él no podría llegar a quedar impune, y sabemos que llegará el momento en que se le acabará la fiesta (casi literalmente, pues uno de los elementos más interesantes de la película es la forma en que filma y encuadra las fiestas). Pero antes de que eso pase, nada nos impide disfrutar de una temporada en el infierno, y quién nos dice que el infierno tiene que ser necesariamente malo.

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Hay un momento clave en la película, y es acá donde llego al punto exacto al que me quiero referir. Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio en la performance de su vida) ha recibido el consejo de sus abogados, amigos, familia y prácticamente todo el FBI de que si renuncia a la empresa que él mismo ha fundado, es posible que sólo tenga que pagar multas, sin necesidad de pasar por un juicio que podría significarle años de cárcel, una posible separación de su mujer, no poder ver a sus hijos y perder todo el dinero que ha tenido guardado después de años de estafas a personas que creyeron ciegamente en lo que ellos estaban vendiendo. Belfort hace un discurso frente a sus empleados, sobre cómo era el momento en que él debe bajarse para que otros se hagan cargo, y en ese momento, recordando lo que ha hecho por sus trabajadores (porque él se considera un buen tipo al haberles dado oportunidades), mirando a su audiencia, se arrepiente y decide seguir.

Hay un dicho entre los traficantes de droga que forma parte de la sabiduría popular, dice algo así como “nunca te drogues con lo que trafiques”, y eso es exactamente lo que Belfort ha hecho, ha llegado un momento en el que se encuentra tan drogado con su propio éxito, con su propio sueño de éxito, con el éxito de otros, con la idea de la impunidad, del poder absoluto que lo rodea… y eso lo ve en los que le compran, sus empleados que compran su modelo de éxito millonario instantáneo, es en ellos que ve los frutos, y quiere volver a ser como ellos: inocente y absurdamente rico, por eso sigue, y esa es su perdición.

Pero ojo con lo anterior, la audiencia nuevamente vuelve a aparecer, pues Jordan Belfort es un ser que requiere de la atención del público, tanto cuando el mismo personaje nos habla a nosotros, quienes vemos la película, contándonos las cosas que toma para drogarse cada día, o cuando inaugura su empresa, felicita a sus trabajadores, o se quiere retirar, siempre anda en la búsqueda de la masa, y es por eso que esta cinta es principalmente acerca de la audiencia misma que la está viendo, y es por eso que una discusión sobre la identificación es justamente lo que buscaba Scorsese.

De alguna manera se puede inferir que cuando Jordan Belfort vuelve a las andadas tras anunciar su retiro y arrepentirse, lo hace también por la audiencia, que quiere más, quiere verlo divertirse, volver a aparecer en fiestas, teniendo sexo con prostitutas de 1000 dólares la hora, tomando cocaína de las formas más ridículas posibles, no porque eso nos divierta (bueno, lo hace, pero no se trata de eso) sino porque sabe que es un espectáculo que la audiencia quiere ver, y quiere verlo caer.

La película cierra con un plano de una audiencia mirando y escuchando a Jordan Belfort. No creo que haya otra pista para hablar sobre la grandeza de esta película y lo mucho más compleja que parece ser a primera vista. Que no engañe la enorme cantidad de premios Oscar, Globo de Oro o cualquier invento que vaya a recibir en los meses que viene, esta es una obra de arte compleja y mayor dentro de la filmografía de Martin Scorsese.

Jaime Grijalba