Días de Cleo: Deslavando narrativas
Estrenada primeramente el 2015 en el Festival de Valdivia, demoró dos años en llegar a salas el debut en largometraje de la directora y guionista María Elvira Reymond. Que haya sido pospuesto tanto tiempo no significa ningún problema para un trabajo que tiene algo de atemporal, más allá de lo que puede significar marcas superficiales como ropa y locaciones callejeras, y que resulta ser un intento en comedia dramática marcada por las situaciones extrañas y peculiares que le suceden a una chica normal y apocada.
La historia de Cleo podría pasar por un símil de la comedia estadounidense indie conocida como mumblecore, subgénero pródigo en protagonismos juveniles (entre veinte y treinta años) y femeninos (se me vienen a la mente las tremedas Parker Posey y Greta Gerwig), cuya característica primera es la desprolijidad de las convenciones del relato clásico en favor de la captura del habla y los gestos, con el fin de rescatar frescura y realismo a la hora de retratar modos de conducta, valores y psiquis de la juventud de clase media en tránsito a la adultez. En Días de Cleo la protagonista afronta algo así como una crisis en la que todo le sale mal. Vive sola, acompañada por su perro y su canario y sufre el acoso de su jefe en el trabajo. Se desempeña como vestuarista en un programa de televisión de un canal chico (¿o del cable?), y además tiene líos con un par de chicos que la "jotean". Pero sobre todo su mayor problema es al parecer un "mal de ojo" el que determina su mala suerte. Le va mal casi siempre y cada vez más el día a día se transforma en una seguidilla de encuentros extraños que dotan de rareza algo absurda a lo que debería ser una vida normal. Todo por cruzarse en la calle con un extraño hombre que le preguntó si su perro estaba bautizado...
Como si de una parodia de la teoría del "cine centrífugo chileno" se tratase, parece que cualquier cosa pudiera suceder: la ficción se impone mantener a la protagonista en todas las escenas, en escoger unas cuantas locaciones recurrentes (departamento, trabajo, barrio, casas de amigos) y unos 4 o 5 personajes secundarios, los que bastan para generar -por guión- situaciones entre azarosas y reiterativas que condensan el mundo y las problemáticas de la chica. Junto con eso hay un asunto clave que tiene que ver con la producción, el bajo presupuesto y casting que no ayudan a sostener la ficción. Muchas locaciones tienen un aire deslavado, notorio en el caso de la dependencia del canal, que no alcanza a funcionar como prueba de amateurismo o decadencia profesional. Lejos está de ser algo del tipo Wayne's World o Rosa Chumbe.
Pero más me llamó la atención el desorden con que la película aborda el formalismo cinematográfico: hay tiros de cámara que extrañan por no proponer marcas compositivas y tensionales que permitan generar más atención que la mera información visual básica (hay un personaje, hace algo, hay un diálogo) y que, además, se encadene a otras imágenes y vayan armando lo que podríamos comprender como "el estilo propio" de la película. Entonces parece que cualquier encuadre se puede encadenar al siguiente y al que venga después. Mientras que, correlativamente, las acciones se van presentando en un ordenamiento causal que mantiene un piso narrativo mínimo en todo momento hasta el final de la secuencia, cuando se entiende qué estaba sucediendo o se puede inferir motivación para las acciones previas de los personajes. Esta película es un interesante caso de "antihitchcock", prácticamente no hay situaciones de "suspense": no hablo de opción de género, sino simplemente de la cantidad y cualidad de información que recibe el espectador, que va variando entre lo que sabe, de más, de menos, o en igualdad, que el personaje.
La empatía que podríamos sentir por una chica que está pasando por un bajón en su vida, que está siendo acosada por posibles pretendientes, que tiene que sufrir las provocaciones de su jefe, que puede tener un conflicto interno con su identidad sexual o que puede simplemente estar pasando por una racha de mala suerte producto del "mal de ojo" no despega de lo que se pueda sentir por ella en los primeros minutos. Con toda una serie de elementos que conspiran para traducir en claridad lo opaco del armado narrativo, o que cuando son entendibles no generan demasiado interés, es que la película termina provocando despreocupación por lo que suceda con Cleo, el hilo que debería intrigarnos. Ya sea de cualquier forma hay variados recursos con que el cine puede trabajar los vacíos en la trama, la desarticulación de las acciones y emociones, la ruptura del orden causa-efecto o el tedio de lo que en apariencia sería simplemente inútil (pensemos en los personajes "aburridos" de Antonioni).
Códigos que pueden ser comparables al absurdo y su lógica de reiteración e inversión de lugares comunes son los que Días de Cleo pretendería hacer suyos, pero, lamentablemente, el desarrollo es inconducente, en vez de azar parece haber antojo, en vez de absurdo hay inintegibilidad, en vez de inversión hay flojo desplazamiento. Queda la sensación, al acabar la película, que con Cleo pasa como cuando conocemos a alguien en una situación intrascendente: sabemos que lo más probable es que jamás la volvamos a ver en nuestras vidas y no importa si la conocimos o no. Pero queda una pequeña duda: que quizás si algo más hubiera pasado, tal vez hubiese sido el inicio de una amistad.
Nota comentarista: 3/10
Título original: Días de Cleo. Dirección: María Elvira Reymond. Guión: María Elvira Reymond. Fotografía: Carlos Amador Wong. Montaje: María Elvira Reymond. Música: Nicolás Quinteros. Reparto: Natalia Ramírez, Edmundo “Bigote” Arrocet, Paloma Más, Pedro Fontaine, Jonathan Prado. País: Chile. Año: 2017. Duración 77 min.