Vicio propio (2): Fábula (pop) moderna

Vicio propio es muchas cosas. Entre ellas es también un laboratorio de formas culturales. Una película narrada desde una resaca social que revisa una imaginería específica- la de Norteamérica post-hippie de la década del setenta- metiendo todo a una licuadora. Toma la intertextualidad pop de un Tarantino, pero deja de lado su zona más domesticada (la que sirvió a cineastas mediocres como Guy Ritchie para hacer pastiches del pastiche y a Hollywood para renovarse). Por sobre eso, Thomas Anderson se mimetiza con un novelista (Pynchon), concentra la diégesis en una historia laberíntica de la cual se sostiene apenas un hilo, y trabaja un barroquismo visual pop que bien podría estar cerca de Lynch.

Los últimos filmes de PTA son todos a tener en cuenta: el cuidado trabajo de puesta en escena, un manierismo operático concentrado antes que extensivo, la sensación  de trabajar con los tiempos narrativos con libertad, sin apuros ni ralentíes  excesivos, en torno a personajes con capas y verdaderas “novelas” corales donde poder, corrupción, familias y grupos humanos construyen un mosaico cinematográfico que bien recuerdan a un primer Coppola. Uno podría pensar en toda la relación que es posible pensar entre el cine de PTA y el Nuevo Hollywood de los setentas, como si en parte su ambición fuese tomar el guante (formas elaboradas y personajes de peso, narraciones densas y opción por la diégesis). Es quizás desde ahí el anacronismo de su cine y lo que lo hace contemporáneo. Aquí, por ejemplo, retoma algunos elementos de su primer y brillante filme Boogie Nights (revisar período cultural, galerías amplias de personajes delirantes, el toque noir), pero deja de lado el homenaje a Scorsese para ya dar cuenta de un estilo personal.  O procede la libertad colorinche de Punch drunk love , los saltos y elipsis del relato y la construcción de un punto de vista narrativo al interior de la mente de un personaje, jugando a perder un poco al espectador. Pero creo que de Petróleo sangriento y The master, toma lo más ambicioso, esto es, hacerse cargo de una “novela” epocal, una dimensión que no es literalmente histórica si no, ante todo, una narración y una forma que desde ellas mismas …nos hablan de un país y de una época. Es aquí donde creo que Vicio propio es un laboratorio.

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Vicio propio postula una disolución al interior de la propia forma cinematográfica. Una narración que desde el estado drogado de su personaje central, el inolvidable Doc Bordello, pierde un poco el hilo, y donde el mismo personaje pierde el sentido de su investigación en el límite entre una investigación compleja y la alucinación paranoica que producen los efectos de la droga (oh sí, Burroughs).  A pesar de ello, hay una trama y muchas subtramas:  un millonario que está secuestrado, una exnovia hippie de Bordello que también desapareció, varios asesinatos, un barco oriental que trae heroína, complots políticos de la era Nixon, pandillas nazis vinculadas con mafias, casas de prostitutas, policías que gustan de romper derechos civiles y muchas sectas hippies.  Doc Bordello, detective, está sumergido en esta trama, aún cuando su principal motivación es recuperar a su ex novia (y seguir drogándose). A esto PTA suma el trabajo de los juegos visuales y las citas. Juegos visuales: el constante ir y venir entre la alucinación y el recuerdo de Bordello con aquello que “efectivamente” está sucediendo, confundiendo ambos planos ¿trama detectivesca o paranoia?  Por otro lado los gags visuales y guiños al espectador, situados en una complicidad, ejemplo: las referencias homoeróticas de los policías, el delirante imaginario de los dentistas o presentar a los detectives como mormones pelotudos.

Y luego están las citas. Primero, las musicales: comienza con esa increíble presentación casi al inicio con Vitamin C de Can (algo que casi resume la sensibilidad desde donde está hecha la película) y continúa con citas de música psicodélica, Neil Young, surf rock y soul. Y luego a la cultura pop, desde la novela y el cine policial- algo así como un Chandler corroído- las series de televisión de policías en acción (muy de la época), y nuevamente todo lo que conlleva una subcultura hippie en decadencia: las faldas cortas, las drogas,  el libertinaje sexual.

 

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Vicio propio postula un decadentismo visual en honor a una época que deja de ser. Re-lee la imaginería epocal  vinculada a la disolución  y la  destrucción (recordemos a Hopper y The last movie de 1971 o ese increíble registro de fin de época de 1970 el documental  Gimme shelter de los hermanos Maysles) y piensa cinematográficamente desde aquí nuevas formas de resistencia cultural, en donde las transformaciones sociales y de marcos de experiencia han dejado huellas inusitadas al interior de la cultura.  El melancólico Bordello no deja de remitir a su novia hippie, acaso el único momento en que sintió algo de amor. Y ella es la metáfora perfecta de todo aquello que parecía bueno se volvió su opuesto, el fin de una utopía (los sesentas) que vuelve como pesadilla (los setentas).