Un buen día en el vecindario: La película oculta
La película, en la superficie, en su sentido más primario y evidente, es el desarrollo de ese darse cuenta. Un camino de lucha, redención y aceptación, el rito del perdón hacia los demás y hacia sí mismo. En este sentido, Un buen día en el vecindario recurre a los consabidos derroteros de la superación, la autoayuda y la terapéutica. Sin embargo, el efecto posterior, subterráneo, que circula en sordina a través de la película es que utiliza esos lugares comunes para contrabandear un extraño repertorio de geografías visuales y narrativas que no luchan ni se oponen a la unidad discursiva ya planteada, pero que expanden la paleta de colores y densidades del film.
A simple vista, esta puede ser la película perfecta para detestar por la simpleza de sus enunciados y lo grueso de sus ideas: he aquí una película sobre el buenrollismo, las buenas intenciones, las personas que se ofrecen una nueva oportunidad en la vida, el perdón, la buena fe, la confianza en el futuro, el optimismo innato, los valores propios del norteamericano medio. Y, sin embargo, aunque sea en cuotas breves y esporádicas, Un buen día en el vecindario está inspirada, en su costado más oblicuo, por ideas nada ingenuas ni inocentes.
Ambientada en los años noventa, esta es la historia Lloyd Vogel (Matthew Rhys), un periodista de mediana edad que recibe el encargo de realizar un perfil sobre Fred Rodgers (Tom Hanks). Rodgers es una especie de presencia tutelar y bienhechora de la televisión estadounidense. Con un programa que conduce por décadas, ha educado a generaciones de niños con canciones, historias y narraciones escenificadas. Su misión es que todos reconozcan el valor de ser uno mismo, acepten sus emociones y lidien con ellas de forma creativa, sin dañar al otro. Marielle Heller nos lo presenta como un ser levemente extraño, amorosamente improbable, provocando cierta aprensión del espectador por alguien de tan virtuosa moral. Lloyd transporta esa duda al momento de entrevistarlo: ¿cómo alguien, en medio del cinismo moderno, puede ser tan beato, piadoso y comprensivo?
Las dudas se convierten en recelo cuando Rodgers advierte que Lloyd esconde una inadvertida odiosidad hacia su padre por un episodio ocurrido años atrás. Los consejos no tardan en llegar y Lloyd se siente agredido por la intromisión de Rodgers, obligado a revelar un secreto doloroso y persistente. En realidad es la ofensa del que se siente impelido a dejar de disimular los lastres del rencor y las odiosidades que alberga la conciencia. La película, en la superficie, en su sentido más primario y evidente, es el desarrollo de ese darse cuenta. Un camino de lucha, redención y aceptación, el rito del perdón hacia los demás y hacia sí mismo. En este sentido, Un buen día en el vecindario recurre (por sobre todo, en su segunda parte) a los consabidos derroteros de la superación, la autoayuda y la terapéutica.
Sin embargo, el efecto posterior, subterráneo, que circula en sordina a través de la película es que utiliza esos lugares comunes para contrabandear un extraño repertorio de geografías visuales y narrativas que no luchan ni se oponen a la unidad discursiva ya planteada, pero que expanden la paleta de colores y densidades del film. Esto ocurre, por sobre todo, en su primera media hora inicial. Allí, Un buen día en el vecindario intenta desplazarse hacia territorios ambiguos e insólitos, cercanos al humor negro y el surrealismo: la combinación de texturas visuales, pasando del digital a la fisicidad del celuloide; la expansión del campo mental de Lloyd al imaginarse dentro del mundo en miniatura que Rodgers tiene en su estudio de grabación; cierta sensación ensoñadora, a veces febril y pesadillesca, siempre amable, de estar viviendo una alegoría delirante habitada por títeres y seres inanimados. No es de extrañar que así sea. Marielle Heller ya había jugado con algunos de esos supuestos en la estupenda ¿Podrás perdonarme? (2018), una película arriesgada en su intento de conciliar el cine terapéutico y las sinuosidades de las interacciones humanas y la contradicción de los tonos.
Un buen día en el vecindario es, por supuesto, una película sobre la necesidad del perdón, del poder de verbalizar nuestras emociones y dejar atrás las mochilas del resentimiento. También es, en su costado más torcido y menos visible, una historia de la virtualidad de los planos y cómo repercuten en la subjetividad del protagonista. Un cine benévolo, cordial, que esconde un malicioso y travieso intento de superponer los pliegues del sentido común junto a la borrosidad de la realidad y sus supuestos. A veces, lo más valioso de una película no es su mensaje, sino los entresijos que se filtran en compases breves y fugaces, apenas atisbados en un primer momento. Como decía nuestro Raúl Ruiz, encontrar la película oculta que se apoya en la otra.
Título original: A Beautiful Day in the Neighborhood. Dirección: Marielle Heller. Guion: Micah Fitzerman-Blue, Noah Harpster. Fotografía: Jody Lee Lipes. Montaje: Anne McCabe. Música: Nate Heller. Reparto: Tom Hanks, Matthew Rhys, Chris Cooper, Susan Kelechi Watson, Noah Harpster, Tammy Blanchard, Wendy Makkena, Enrico Colantoni, Sakina Jaffrey, Maddie Corman, Crystal Lonneberg, Maryann Plunkett, Michael Masini. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 108 min.