Mank (1): Y por lo mismo, falso

En Mank no hay interés por simular una historia de la vida real, porque, en su forma de filmar, nos recuerda que todo está supeditado al montaje, al ritmo, al guion. Por eso, la presencia del director es evidente, como si de alguna manera hubiese entendido que no hay posibilidades de escapar de la supremacía de esa artimaña. 

En 1999, David Fincher le explicó a toda una generación a través de su Club de la pelea el origen de la “marca de cigarrillo” en las películas. Esta marca se trata de un círculo que aparece en el costado de la imagen mientras rueda la película y que, originalmente, señalaba el cambio de rollo de cinta durante las exhibiciones. Con un filme aparentemente efectista y con la estética de video clip de la que tanto se abusó en los noventas, Fincher nos dejó una idea indeleble y la certeza de que, incluso en medio del pop, podíamos acceder a ideas que pudieran remecernos de alguna forma. Esa manera de hacer las cosas se ha seguido replicando durante su carrera, pero no ha sido hasta Mank que podemos ver de manera desnuda la provocadora noción de Fincher acerca de lo que se muestra o no en el cine. 

No es casual la relación entre ambas películas, partiendo precisamente por esa “marca de cigarrillo” que emerge cada tanto en el metraje de Mank, marca que, en este caso, no es necesaria. La película se filmó en digital y, dadas las actuales condiciones, no será exhibida en cines por un largo tiempo. ¿De qué se trata esta alusión? ¿Es una decisión artística, una llamada a sus seguidores, una forma de instalar su propia nostalgia?

Existe, en efecto, una especie de nostalgia que se instala desde los primeros créditos de la película. El blanco y negro parece querer emular la estética de las películas de los años 40. Un color gris azulado, brillante, escenarios iluminados en plenitud, mujeres hermosas, jóvenes y elegantes, y hombres poderosos, con sentido del humor y conscientes de su lugar en el mundo. Su protagonista, Herman J. Mankiewicz, guionista de lo que posteriormente sería El ciudadano Kane, es precisamente uno de esos hombres. Escritor dotado, se encuentra en las antípodas del poder cuando es convocado a escribir un guion por encargo de Orson Welles, el niño maravilla, cuyo contrato incluye filmar lo que quiera, en el tiempo que quiera y sobre el tema que se le antoje. 

Fincher toma, a su vez, el guion de su padre, Jack Fincher, y lo traslada a la pantalla de streaming con una ambición que no queda del todo resuelta. Su película, bellamente filmada, utiliza la lógica de planos que el director de fotografía Gregg Toland convirtió en su marca de autor durante la década de los cuarenta, tanto en Kane como en Las uvas de la ira (John Ford, 1940). Sin embargo, el truco emerge en cada segundo, porque por más que se intente, Mank no es una película de la edad dorada de Hollywood, y Fincher parece estar regocijándose en eso, mientras explora la artificialidad de la técnica cinematográfica y la traspasa a sus personajes. 

Más que en otros filmes, el director manipula hasta la exasperación, instala y mueve como piezas de ajedrez a cada uno de sus protagonistas, volviendo a su antigua idea del “gemelo falso” -la que también fue explorada en Gone Girl (2014) obligando a la protagonista a interpretar a otra persona para no ser atrapada- pero esta vez, usando al mismo filme como artefacto doble, una película que busca operar como un lado B moderno de lo que fue Ciudadano Kane

Una de las escenas más decidoras de Mank es el discurso de Louis B. Mayer a sus estrellas, en donde el antiguo productor se para desde un escenario para hablar de la crisis que enfrenta su estudio. Nosotros, desde nuestras casas, con el control remoto en la mano y las recientes noticias sobre “el fin del cine” a propósito de las exhibiciones paralelas en sala y streaming, hemos asistido más de una vez a esa muerte, porque como dicen, al cine han tratado de matarlo desde su propio nacimiento. 

¿Está Fincher jugando con eso? Creo que sí, pero a la vez, juega también con el artificio que implica contar historias, hacer cine, generar imágenes para otros y dejar que ellas puedan hablar por sí mismas. En Mank no hay interés por simular una historia de la vida real, porque, en su forma de filmar, nos recuerda que todo está supeditado al montaje, al ritmo, al guion. Por eso, la presencia del director es evidente, como si de alguna manera hubiese entendido que no hay posibilidades de escapar de la supremacía de esa artimaña. Fincher se entrega a la experiencia como nosotros lo hacemos ahora, matando al cine una y otra vez, mientras las imágenes siguen prevaleciendo.

Título original: Mank. Dirección: David Fincher. Guion: Jack Fincher. Fotografía: Erik Messerschmidt. Edición: Kirk Baxter. Música: Trent Reznor, Atticus Ross. Reparto: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Arliss Howard, Charles Dance, Tom Burke, Lily Collins, Tuppence Middleton, Tom Pelphrey, Ferdinand Kingsley, Jamie McShane, Joseph Cross, Sam Troughton, Toby Leonard Moore, Leven Rambin, Madison West, Adam Shapiro, Monika Gossmann. País: Estados Unidos. Año: 2020. Duración: 132 min. Distribución : Netflix.