Loving Vincent: Movimiento dibujado
Desde hace años la cartelera animada ha estado dominada por las técnicas digitales, con alguna excepción de animación tradicional 2D de parte de los estrenos recientes de anime en cines nacionales. Por otra parte, las expresiones alternativas a estas formas tradicionales de animación (tanto digitales como no) quedan generalmente excluidas de los estrenos en sala. Por esta razón el estreno de Loving Vincent no solo resulta particular por tratarse del primer largometraje animado realizado por completo con pinturas al óleo, sino que además se trata de un raro caso de animación experimental exhibida fuera del circuito de festivales en nuestro país.
Si bien algunas reseñas han querido destacar la originalidad de la técnica utilizada por Kobiela y Welchman, los directores, en realidad se trata de una diferencia cuantitativa. La animación “al óleo” ha sido cultivada por animadores tan notables como el suizo Georges Schwizgebel, quien ya realizaba cruces entre animación y pintura desde los años ochenta. Sin embargo Schwizgebel, al igual que varios animadores experimentales, solo plasma su técnica a través del formato de cortometraje, por razones tanto económicas como expresivas. En el caso de Loving Vincent los directores contaron con más de 125 animadores a su disposición y un presupuesto que difícilmente se le concedería a un realizador tan poco rentable como el animador suizo.
El relato de Loving Vincent funciona como una cruza entre una biopic convencional y un policial estructurado a través de entrevistas. La obra comienza con el trayecto que Armand Roulin, hijo del cartero de Van Gogh, realiza para entregar una carta del recién fallecido pintor a su hermano Theo. Narrativamente la carta funciona más bien como una excusa para que Roulin vaya recogiendo contradictorios testimonios, al estilo de Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), en torno a la personalidad y suicidio del pintor holandés. Variando entre escenas a color que imitan el estilo pictórico de las pinturas para las investigaciones de Roulin, y el blanco y negro para las escenas de flashback, la cinta no se limita a las posibilidades de la representación pictórica tradicional, sino que se aprovecha constantemente de recursos de montaje y “movimientos de cámara” (o más precisamente, imitaciones de estos) para retratar la vida del artista.
La mayoría de las críticas menos positivas hacia la obra se han dirigido a la inconsistencia del aspecto narrativo, y cómo este sufre en comparación a la proeza estética de su lado visual. Sin embargo, pensando nuevamente en la obra de Schwizgebel, cabría pensar hasta qué punto una animación de este tipo puede confluir naturalmente con una narrativa tradicional. Como mencionaba, la animación experimental ha desarrollado sus grandes hitos principalmente a través del cortometraje. Si bien esto responde en gran parte a razones económicas, también es importante mencionar que estas obras han contado, por lo general, con narrativas mínimas o completamente abstractas. Desde Servais hasta Švankmajer, los directores que han innovado el lenguaje animado nunca han intentado ocultar la naturaleza metarreferencial de la técnica.
Al enfrentarnos a una animación como Loving Vincent inmediatamente nos preguntamos por su factura, por las relaciones entre cuadro y cuadro (un término más literal que de costumbre en este caso) que producen el movimiento. Por lo tanto, a la hora de enfrentarnos a una narrativa transparente, como la que proponen Kobiela y Welchman, es difícil no “apartarse” de esta a momentos para enfocarnos más estrictamente en los aspectos animados de la obra. La narración de Loving Vincent no es, como algunos han planteado, particularmente débil. Si bien sufre de reiteración, como varias obras policiales, lo que resulta particularmente problemático de su resultado es esta forma en que la naturaleza experimental y metarreferencial de su técnica no logran combinarse con el tipo de narración convencional que proponen sus directores.
A pesar de estas contradicciones, existen razones suficientes para que Loving Vincent sea una valiosa experiencia animada en pantalla grande. Los momentos visuales más esperables, aquellos en que se recrean las obras más icónicas del pintor, palidecen ante los cruces más experimentales entre pintura y animación que hacen los directores. Los mencionados “travellings” en que se diluyen los árboles del fondo, o el momento en que Roulin viaja en un tren mirando su reflejo, recreando una imagen más clásica del cine que de la pintura, generan la misma fascinación de las grandes obras animadas. Estos cruces no solo presentan los momentos visuales más altos de la obra, sino que trascienden hacia una reflexión entre las diferencias más substanciales que existen entre el arte pictórico fijo y la animación. Como definió célebremente Norman McLaren: “No se trata del arte de los dibujos que se mueven, sino del arte del movimiento dibujado”.
Nota comentarista: 6/10
Título original: Loving Vincent. Dirección: Dorota Kobiela y Hugh Welchman. Guión: Dorota Kobiela, Hugh Welchman, Jacek Dehnel. Fotografía: Tristan Oliver. Música: Clint Mansell. Elenco: Douglas Booth, Josh Burdett, Holly Earl, Robin Hodges, Robert Gulaczyk. País: Polonia - Reino Unido. Año: 2017. Duración: 91 min.