Los niños (2): Cuerpos afectivos
Uno de los aspectos más interesantes que Maite Alberdi ha desarrollado a lo largo de su filmografía corresponde al tratamiento cinematográfico que realiza sobre el cuerpo humano. Mientras en El salvavidas (2011) se despliegan cuerpos en distensión a la luz del sol bajo esa extraña exposición pública e íntima que se da en la playa, en La once (2014) se registran cuerpos septuagenarios que, pese al paso del tiempo, persisten en sus rituales de maquillarse y pintarse conforme a ciertos cánones estéticos.
A diferencia de sus filmes anteriores, en Los niños son cuerpos afectivos los que desbordan la pantalla. Esta afectividad no se reduce a las suaves caricias detrás de las orejas, abrazos durante la jornada de trabajo y besos -con o sin lengua- entre los protagonistas con síndrome de Down. En este sentido, Alberdi despliega su habilidad para encuadrar con precisión la cercanía de los cuerpos al momento en que estos se disponen a escuchar los problemas del otro. A lo largo del documental resulta posible apreciar cómo los protagonistas se aproximan a sus pares y a las ancianas con las que trabajan para oírlas detenidamente. Hay una disposición corporal a escuchar que a ratos recuerda el largometraje Être et avoir (2002) de Nicholas Philibert, en donde tanto el profesor de la escuela como la cámara se equiparan a la altura de los rostros de los niños como forma de legitimar e intentar comprender sus discursos.
Dentro de este contexto interactivo, en el documental constantemente se da cuenta de la racionalidad con la que operan los personajes, los que son caracterizados por exigir constantemente razones que permitan explicar alguna situación o conflicto. Esta racionalidad rodeada de inocencia es la que comienza a entrar en discrepancia con la racionalidad global del sistema. ¿Es verosímil la realización de los sueños considerando las remuneraciones que pagan las instituciones a cambio de los servicios prestados por los personajes? La directora acierta en montar imágenes de los personajes marcando tarjeta al comienzo de cada jornada, lo que permite la demarcación de los días, la afirmación de la rutina y el recordatorio de que estamos frente a una jornada laboral que en nada se diferencia de una común.
Es precisamente en el marco de esta dinámica laboral donde Alberdi vuelve también a explorar las paletas cromáticas que ofrece la gastronomía. Si bien en La once es posible apreciar los productos ya servidos para ser consumidos, en Los niños se exhiben toda una gama de dulces en proceso de elaboración. Hay una cercanía entre el bello micromundo de pasteles y la realización de los pequeños sueños que sí terminan llevándose a cabo, ya sean en forma bailes sensuales dentro de una torta o jugando con la muñeca de regalo de cumpleaños. Esta lectura, por cierto, sirve como nota para no olvidar que hay cuerpos -a ratos cansados- que están trabajando detrás de esta gama de sabores.
Las estructuras cotidianas de trabajo y afecto se ven alteradas por la aparición de la muerte en la vida de los adultos con síndrome de Down. Ana María, una de las protagonistas del filme, ve remecida la estabilidad que le proporciona la vida colegial al enterarse de la muerte de su padre. Ante el dolor de la pérdida, nuevamente aparece la imagen de cuerpos afectivos que rápidamente proporciona paz. La reacción natural de su pareja, Andrés, es contenerla y consolarla con su visión que las personas viven por siempre en el corazón. La proposición de irse a vivir juntos como respuesta a la pena no es sino una muestra de que la compañía y cotidianidad física es la forma de afrontar tanto la rutina como las tragedias de estos personajes.
La idea de la muerte ronda a lo largo de la filmografía de Alberdi -ya sea como evento trágico en el litoral (El salvavidas) o como parte del ciclo inexorable de la vida (La once)-, dando cuenta de que, a pesar del dolor, las historias (y el dispositivo cinematográfico) continúan. Pese al acaecimiento de la muerte, los turistas seguirán visitando la playa y las amigas sobrevivientes continuarán reuniéndose a tomar once una vez al mes siempre que así lo deseen.
Sin embargo, algo distinto ocurre en Los niños. Puede que sus padres mueran o que sucedan eventos que hagan que “los niños” pierdan las ganas de continuar un año más en la dinámica escolar. Incluso en contra de su voluntad manifiesta estos adultos deberán seguir asistiendo al rito de ir colegio. En dicho punto, Alberdi acierta en visibilizar la ética detrás de la institucionalidad actual por medio de su (ya reconocible) estética documental.
Nota comentarista: 9/10
Título original: Los niños. Dirección: Maite Alberdi. Guión: Maite Alberdi. Producción: Maite Alberdi, Denis Vaslin. Fotografía: Pablo Valdés. Montaje: Menno Boerema, Juan Eduardo Murillo. Música: Miguel Miranda. Sonido: Boris Herrera, Juan Carlos Maldonado. País: Chile. Año: 2016. Duración: 80 min.