Informe International Film Festival Rotterdam 2017 (2): Apuntes finales y el caso del cine chileno
Una de las favoritas del público fue A Hustler's Diary, parte de la VPRO Big Screen Awards, dirigida por Ivica Zubak. Usando como motivo la frase "planta un árbol, escribe un libro y ten un hijo", la película cuenta la historia de Meltin, líder de una banda de estafadores inmigrantes en Suecia, quien escribe un diario sobre sus aventuras delictivas. Usando el humor negro, la película devela el racismo y marginalidad existente en Suecia, usando el deseo de Meltin por alcanzar la fama y la tragicómica búsqueda de su diario, el cual finalmente será publicado. A Hustler's Diary se sustenta principalmente en un protagonista que controla la película de principio a fin, lo que entretiene y a la vez oculta las falencias en el relato. Por otra lado, Atrás hay relámpagos, de Julio Hernández Cordón, es una película entretenida y sumamente ligera sobre la amistad de dos jóvenes de clase alta costarricense que encuentran un cadáver en uno de los autos de su casa. Sin embargo, lo que podría haber sido una crítica mayor sobre los privilegios sociales de las clases acomodadas pasa a ser una anécdota que se diluye entre largas recorridos en bicicleta, velódromos y skateparks. En un mundo actual donde todo es instantáneo y pasajero, la película -aparentemente- quiere retratar cómo los jóvenes se diluyen en un presente que no los satisface ya que es solo un tránsito. En ese sentido el filme hace un giro hacia la madurez y responsabilidad al final, sin embargo Sole, la protagonista, nuevamente escapa. La película por momentos se ve más profunda de lo que parece, pero en otros da la impresión de ser una mirada sumamente superficial y "taquillera" sobre la juventud en Costa Rica, una película ondera con gente bonita y una atractiva banda sonora. Siguiendo esta línea, António Um Dois Três, ópera prima de Leonardo Mouramateus, nos presenta tres versiones de la historia de Antonio, la que utiliza para hablar del amor, de la amistad y de cómo la ciudad se relaciona con los sujetos y sus emociones. En este sentido Lisboa es un espacio que por momentos va marcando la personalidad de cada uno de los personajes. La primera versión es de Antonio, quien escribe una carta anónima a su padre contando que ya no asiste a la universidad, lo que le permite escapar hasta el departamento de su ex, donde conoce a una chica brasileña que está de paso por la ciudad camino a Rusia. Es esta misma historia la que progresa en dos sentidos: el tiempo que juega con un futuro y pasado, relacionando cada temporalidad con ciertos momentos que no sabemos si pasaron antes o después; y con el cambio de rol que tiene Antonio en su propia vida. La segunda versión cuenta la historia como una obra teatral, en la que el mejor amigo del protagonista busca triunfar en las tablas portuguesas como una suerte de venganza contra su ex. Antonio acá observa esta creación inverosímil donde todo lo que antes vimos como una certeza ahora parece una ridícula obsesión de su director teatral. Luego, en la tercera versión, es Antonio quien vive aún con su padre y es el protagonista de la obra teatral que relata lo que vimos en la primera parte. Aquí vuelve a conocer a la misma chica brasileña que acaba de regresar de Rusia. En este cambio del tiempo y de la actitud del protagonista es donde la película, por momentos, pierde rumbo, sin embargo cada una de las etapas sirven para hablar de los desamores, la amistad y los nuevos amores. Si en la primera parte Antonio vuelve desesperado donde su ex, en la segunda es un soporte de su mejor amigo despechado, y en la tercera es un personaje que es más bien la antítesis del Antonio del principio.
La segunda película del israelí Hagar Ben Asher -parte de la Hivos Tiger Competition-, The Burglar, también da esa impresión de ser a veces más profunda de lo que parece. Yaeli es una adolescente abandonada repentinamente por su madre, y se tiene que hacer cargo de su vida y de las deudas que deja el diario vivir. En medio del desierto, la chica comienza a reemplazar a su madre en su trabajo en el zoológico y se transforma en asaltante nocturna entrando a casas de conocidos y vecinos en busca de dinero, mientras trabaja como terapista en un spa en el Mar Muerto. En el spa conoce a un geólogo alemán con quien entabla una extraña relación de amistad con alta tensión sexual pese a la evidente diferencia de edad, ella recién acaba de terminar el colegio y el alemán sobrepasa los 40. Yaeli no tiene identidad y eso le permite ir transformándose de acuerdo al lugar en que se encuentra, pero a la vez le permite endurecerse en la soledad de su cotidiano. La película es una expiación de culpas ajenas que la propia protagonista va adquiriendo sin razón alguna. Por otro lado, Burning Birds mantiene la línea de las culpas ajenas al mostrar el drama de una madre recientemente viuda que debe hacerse cargo de sus ocho hijos luego de que los militares mataran a su marido. Ambientada en 1989 en Sri Lanka, la película de Sanjeewa Pushpakumara (Flying Fish, 2011) es un retrato del rol de las mujeres en una sociedad religiosa y conservadora, donde el rol del hombre es esencial y gozan de una inmunidad en todo ámbito social, salvo en el político. Kuzum, la protagonista, vive marcada por una suerte de maldición después de la muerte de su marido, perdiendo varios trabajos, siendo violada y terminando presa por trabajar en un burdel en una ciudad cercana. La película es cruda y a la vez morbosa, al ejemplificar en Kuzum todos los males de la sociedad, haciendo justicia con ella tan solo al final, cuando decide vengarse de quien entregó a su marido a los militares.
Sin duda me faltaron películas por ver, partiendo por la ganadora de la Hivos Tiger Competition Sexy Durga (de Sanal Kumar Sasidharan), la holandesa Quality Time (de Daan Bakker), o La Flor, parte 1 (de Mariano Llinás), ganadora de uno de los premios del público.
El cine chileno en Rotterdam
Lo primero que me llamó la atención es la inexistente misión chilena en el IFFR. Siendo uno de los mercados más importantes y haber sido un evento clave para el financiamiento, desarrollo y exhibición de películas chilenas en los últimos años, parece necesario algún esfuerzo por estar presentes de una forma más activa en el festival, tal como sucede en Berlín y otros festivales, considerando que la presencia de productores, programadores y cineastas no fue menor este año. De las cuatro películas chilenas que participaron solo me faltó por ver Non castus de Andrea Castillo, la que fue parte de la sección Voices Short 2017. En la misma sección, se estrenó mundialmente El sueño de Ana, cortometraje protagonizado por Amparo Noguera y dirigido por uno de los cineastas favoritos de Rotterdam, José Luis Torres Leiva. La película es sencilla, un monólogo realista, que duele y conmueve, sobre decirle adiós al amor. La virtud que tiene Torres Leiva es su capacidad de transmitir las emociones humanas de manera simple y directa, el dolor de Ana no solo se ve o se oye, se lo siente y se comparte. Ese manejo del lenguaje documental y de la ficción le permite a Torres Leiva presentar, en apenas 7 minutos, una historia que se ve tan real que da la impresión que sus ficciones son cada vez más documental. Al contrario de El viento sabe que vuelvo a casa, donde es la no-ficción la que juega con la ficción. Tras su estreno mundial en Sundance, se presentó dentro de la VPRO Big Screen Award Vida de familia, primera colaboración en dirección entre Alicia Scherson y Cristián Jiménez. Comedia negra que narra la historia de Martín, que llega a cuidar la casa de su primo y familia que apenas conoce. A partir de ahí, realiza un evidente cambio de personalidad transformándose en un hombre de familia, adaptando su entorno y a sí mismo a un personaje que se lo devora. La película aborda las dinámicas y obligaciones sociales donde llegando a cierta edad tienes que ser como la sociedad lo pide: casado o divorciado, con hijos, trabajo, etc., y donde Martín juega a ser un miembro más de esta sociedad. Vida de familia además juega con la ironía y las casualidades para hacernos sentir aún más profundo el vacío en la vida del protagonista.
Por otra parte, todas las expectativas estaban puestas en el estreno mundial de Rey, segunda película de Niles Atallah, que era parte de la Hivos Tiger Competition y obtuvo el premio especial del jurado en esta categoría. La película narra la historia de Orélie-Antoine de Tounens, abogado francés que se autodenomina rey de la Araucanía en el siglo XIX. Rey es un experimento bien realizado y culminado, donde Atallah mezcla marionetas, máscaras y actores, cintas sucias con barro, imágenes de archivo y mucho found footage para ir construyendo un relato que más que una ficción es un ensayo audiovisual. Atallah tiene la capacidad de transformar una historia que en una simple lectura parece ridícula en una fábula que no tan sólo ilustra, sino que hace evidente un conflicto que hasta el día de hoy está latente. La teatralidad de las actuaciones puede ser uno de los puntos bajos: la sobrexageración de los personajes, especialmente en las escenas en que usan máscaras. Tal recurso nos remite directamente a las últimas películas de Alejandro Jodorowsky, generando una distancia que al principio incomoda, pero a medida que se mantiene se la comprende como intencional, alejándose de esa mirada distante que dan las máscaras y se logra entender su funcionalidad respecto al trasfondo del filme. Rey es una fantasía personal de Atallah que busca no contar la historia sino reducirla a un montón de interpretaciones e interpelaciones entre dos discursos que se contraponen. En este juego, intencionalmente muestra la imposibilidad de los propios mapuches de ser vistos, teniendo que llegar un "salvador" desde fuera a hablar por ellos, a representarlos, aunque en el fondo venga a conquistarlos. La película es una propuesta artística arriesgada y eficiente, y fue lejos uno de los trabajos más diferentes dentro del festival, donde la historia y la fantasía se mezclan en una fábula que mantiene la tensión a lo largo del metraje, aunque es incapaz de generar empatía con los personajes.
Apuntes finales
A lo largo de todo este festival existe la intención de discutir sobre la escena actual de la industria cinematográfica. Por una parte está la sección Limelight, donde pude ver los preestrenos de Jackie de Pablo Larraín y Paterson de Jim Jarmusch, además de la ganadora del premio del público, Moonlight de Barry Jenkins (que fue parte de Black Rebels), quien además ofreció una masterclass, al igual que Olivier Assayas, quien presentó Personal Shopper. Pero más allá de las películas, lo interesante fueron algunas mesas temáticas ofrecidas para los acreditados en industria. En ese sentido, además de la charla de Thomas Elsaesser sobre "The Cinema of Abjection", durante el IFFR se habló de coproducción, mercados de festivales, el estado actual de los festivales de cine y sobre audiencias. Sin embargo, un punto clave a discutir en el futuro cercano es cómo estos eventos se pueden transformar en accesibles para la gente. Por ejemplo, el valor de entrada a una película en el IFFR cuesta cerca de 7 mil 700 pesos, lo que parece abordable, pero si lo multiplicamos por cinco o seis películas aumenta de manera considerable el costo, algo que en cierta forma también se puede observar en los festivales chilenos más grandes. De todas formas, el IFFR es una tremenda experiencia y desde ya puede esperar en los próximos años el arribo de los nuevos trabajos de José Luis Torres Leiva, Dominga Sotomayor, Leonardo Brzezicki, Ana Cristina Barragán y otros que fueron parte este año del Hubert Bals Fund y que nutrirán su cartelera.
Sebastián González Itier