Druk (2): Escape etílico del fracaso

La ingesta de alcohol funciona como un punto de quiebre en la vida de Martin, que más que ayudarlo a solucionar sus problemas le demuestra el estado etílico de su vida y lo arranca de su inercia y pasividad para poder hacer algo, aunque esto signifique enfrentar un conflicto que se encuentra demasiado en lo profundo como para solucionarlo a tiempo. Por otro lado, el experimento se presenta como un acto rebelde, un hito que desafía las normas sociales y que de alguna manera escucha la voz de la juventud, la que desde su propio tiempo y espacio enfrenta problemas y angustias que se relacionan de manera directa con el sufrimiento de los adultos, como Martin. Las expectativas del éxito y el miedo al fracaso se materializan tanto en la insatisfacción que siente Martin como en la angustia de los adolescentes por lo que les depara el futuro turbulento. 

Siempre es un desafío entremezclar ciertas problemáticas y emociones en la narrativa de una película sin arriesgarse a la pérdida de una cierta coherencia y consistencia en el tono de lo que se busca  transmitir a través de imágenes; en especial cuando se abordan temas complejos como las exigencias ideológicas de la sociedad moderna sobre el individuo: mantener un trabajo, formar una familia, alcanzar el “éxito”, comprar una casa, tener una vida social aceptable, responder a las exigencias de una vida romántica ideal y conservar las pasiones, ser feliz, etc. Sin embargo, el fracaso inunda a la mayoría en cuanto a estos particulares parámetros de felicidad, síntomas de una sociedad descontenta, agotada y aburrida.

Esto es lo que se expresa en el personaje principal de Druk, Martin, un profesor de historia que hace años vive en un estado de desgana permanente; ya no enseña con pasión, está distanciado de su esposa y sus hijos le devuelven como un espejo su desinterés a través de miradas esquivas y palabras monosílabas. Lo único que mantiene es su trabajo, que le da una estabilidad económica evidenciada y reforzada por los estándares de vida de un país desarrollado como Dinamarca. Pero, a pesar de esto, Martin es miserable o al menos se siente miserable, a pesar de tener una vida en el primer mundo, expresamente próspera y a costa de privilegios históricos. Con él la película expresa una problemática relativa a las dinámicas de expectativas sociales, en donde la prosperidad económica de la estructura social no asegura, por decirlo de alguna forma, plenitud espiritual. A partir de este descontento, supuestamente anormal a los ojos de la coherencia moderna y los discursos dominantes, surge una conclusión fundada en la falla o la ausencia de algo que no es contemplado por la coerción racional que demandan los modos de vida contemporáneos.

La película instala desde su primera escena lo que será el propulsor de las acciones narrativas. A las orillas de un lago un grupo de estudiantes realiza una sarcástica competencia deportiva que involucra la ingesta de alcohol en grandes cantidades. La situación es ritualista y la cámara hiperquinética transmite la euforia y adrenalina asociada a la juventud desenfrenada. La distorsión es total y el alcohol es protagonista. Todo lo contrario ocurre con Martin, que hastiado de la monotonía de su trabajo y el distanciamiento con su esposa se mantiene en un estado de pasividad e inseguridad. Sin embargo, el estancamiento de su vida será sacudido una vez que junto con un grupo de profesores amigos decidan realizar un experimento a partir de la interesante premisa de un filósofo escandinavo: los seres humanos nacen con una falta mínima de alcohol en su sangre que potenciaría sus capacidades y desenvoltura en las dinámicas sociales. Entonces, Martin y sus amigos deciden realizar el experimento e ingerir alcohol durante sus rutinas diarias y compartir las experiencias posteriormente. A partir de esto surgen dos cosas: en primer lugar observamos el avance progresivo del experimento, que en primera instancia pareciera estar funcionando bien para todos; y en segundo lugar revive la vieja amistad entre este grupo de profesores, cuyas vidas, a pesar de los matices, no difieren tanto las unas con las otras. 

El relato se desenvuelve a partir de esta premisa y observamos un evidente cambio en la vida de Martin. Sus clases nunca antes habían estado mejor y la relación con su esposa va estrechándose de a poco, retornando la intimidad extraviada en el hastío cotidiano. La progresión de los hechos ocurre de manera lúdica y continua, algo tradicional pero sin llegar a lo arquetípico y evitando caer en la superficialidad o caricatura de los cambios emocionales de los personajes. Para que esto funcione el tratamiento visual y la estética trabajada por Thomas Vinterberg (The Hunt, 2015) nos muestra con agudeza lo que necesitamos ver para comprender el estado de las cosas y las sutilezas emocionales que nos van revelando el camino de las acciones. Herencia del pasado del director, quien junto a Lars Von Trier crearon el radical grupo Dogma 95, apuntando a un realismo desquiciado, sucio y desencantado en respuesta a la ilusión inmoral del cine comercial; una especie de vuelta a la proposición bazaniana del realismo pero en el epílogo del milenio y con otras inquietudes en torno a la naciente imagen digital.

A pesar de que Vinterberg hoy esté completamente alejado del formalismo del Dogma 95, la influencia que ejerce sobre su obra es clara. El naturalismo que construye en sus películas, algo que ha ido perfeccionando (o tal vez regularizando) con el pasar de los años y el avance de su filmografía, se hace presente en Druk y permite una oscilación de emociones poco común que transita por instancias como la melancolía del pasado, el retorno a la juventud que se creía perdida, los problemas del amor y conflictos matrimoniales, la pérdida de uno consigo mismo y las repercusiones fatales que esto puede tener, sobre todo cuando la soledad es la única compañera, entre otras angustias que repercuten en nuestras vidas y se relacionan a algún momento histórico determinado.

Del mismo modo, las actuaciones encarnan de manera comprometida las turbulencias emocionales de los personajes, transmitiendo la potencia de las angustias que van fluctuando con la entrada del alcohol en sus vidas cotidianas, cuya progresión nos va mostrando el giro que existe en la inicial respuesta positiva al experimento. Poco a poco nos damos cuenta, a través del desarrollo emocional de los personajes, cómo el consumo de alcohol puede rápidamente salirse de las manos. Finalmente, lo que comienza con resultados positivos de alguna manera va mostrando el estado deteriorado de las cosas en la vida de estos personajes, profundizando y revelando la existencia real de los problemas antes escondidos por la rutina y el quehacer cotidiano.

La ingesta de alcohol funciona como un punto de quiebre en la vida de Martin, que más que ayudarlo a solucionar sus problemas le demuestra el estado etílico de su vida y lo arranca de su inercia y pasividad para poder hacer algo, aunque esto signifique enfrentar un conflicto que se encuentra demasiado en lo profundo como para solucionarlo a tiempo. Por otro lado, el experimento se presenta como un acto rebelde, un hito que desafía las normas sociales y que de alguna manera escucha la voz de la juventud, la que desde su propio tiempo y espacio enfrenta problemas y angustias que se relacionan de manera directa con el sufrimiento de los adultos, como Martin. Las expectativas del éxito y el miedo al fracaso se materializan tanto en la insatisfacción que siente Martin como en la angustia de los adolescentes por lo que les depara el futuro turbulento. 

Sin duda las complicaciones de los personajes se van oscureciendo cada vez más a medida que se complejizan los problemas que salen a la luz. El final trágico confirma la potencia de la experiencia y la devastación que parece asomarse nos destroza de a poco. Sin embargo, ocurre algo que no es mera casualidad ni suerte, algo que tiene que ver con la manera de abordar el relato y la forma en que se expresa e impregna en las imágenes. A pesar del fracaso y la tristeza y las heridas y la angustia, la manera de enfrentar las cosas por parte de los personajes no nos invita a un pesimismo extremadamente desamparado, sino que las heridas recién abiertas buscan algún tipo de esperanza y aceptación.

Las nuevas perspectivas abiertas por el experimento nos invitan a mirarnos nuevamente con compasión y aceptar nuestros fracasos como algo natural, como algo que se debe aceptar y que parte de nuestra angustia nace de las presiones que son ejercidas sobre nosotrxs. A su vez, se presenta la oportunidad de encontrar refugio en el otro, en la formación y el cultivo de amistades y relaciones humanas que nos permitan llevar el dolor de mejor manera. En este sentido, la densidad y pesimismo que Vinterberg nos suele presentar con sus películas en Druk da un reconfortante giro hacia un humanismo necesario, en donde los personajes, a pesar de su angustia, logran levantarse y afrontar sus imperfecciones, empatizando entre generaciones y asumiendo algo clave: todos nos equivocamos y levantarse juntos resulta mucho más acogedor.

 

Título original: Druk. Dirección: Thomas Vinterberg. Guion: Tobias Lindholm, Thomas Vinterberg. Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen. Reparto: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang, Lars Ranthe, Susse Wold, Maria Bonnevie, Diêm Camille G., Palmi Gudmundsson, Dorte Højsted, Helene Reingaard Neumann, Martin Greis. País: Dinamarca.Año: 2020. Duración. 116 min.