Diamantes en bruto (3): Adicción y ciudad

Los Safdie juegan con total consciencia de los límites que en algún momento tendrán que reventarles en la cara a sus personajes, quienes estiran las reglas de una realidad que no puede aguantar tanto. Eventualmente, llegarán la ley, la autoridad, el tener que hacerse cargo o, derechamente, la maldad, quizá el gran límite de todo acto ingenuo e infantil. La diferencia es que, en Diamantes en bruto, Ratner se encuentra con su límite habiendo estirado hasta el máximo las posibilidades de la realidad, al punto en que esa posibilidad mágica que es una apuesta loca y exagerada, basada totalmente en la fantasía, en la relación arbitraria de elementos supuestamente cargados de cábala, se cumple.

El sábado 8 de febrero, Ben y Josh Safdie recibieron el premio a mejor dirección por Diamantes en bruto (Uncut Gems) en los Film Independent  Spirit  Awards, la antesala de los Oscar, premiación de la cual fueron totalmente pasados de largo. Subieron al escenario juntos y, al mismo tiempo e interrumpiéndose, como si no se escucharan el uno al otro, dieron cada uno un discurso distinto. Contar el chiste siempre queda mal, mejor lo ven en Youtube. Cualquiera que haya visto la película y el video del discurso habrá pensado lo mismo: la sensación de frenesí, la actitud y las voces interrumpiéndose una sobre otra están también presentes en Diamantes en bruto, quizá un homenaje a su propia película, más probablemente una forma inevitable de expresarse y mostrarse ante el mundo, sean ellos mismos, sea en sus ficciones. Sea como sea, no es novedad del film este ritmo, la música sofocante, los diálogos chocados, callejeros, forzando la espontaneidad. Los directores de Heaven Knows What (2014) y Good Time: viviendo al límite (2017) continúan una senda que venían tomando hace ya un tiempo, pero la llevan allá adonde sus anteriores trabajos no habían alcanzado a tocar: el mainstream y la unanimidad.

Es 2012. Adam Sandler hace de Howard Ratner, un vendedor y dealer de joyas y, principalmente, adicto a las apuestas. Detrás suyo tiene a sus deudas y a los tipos que buscan asegurarse de que las pague. Enfrente, una familia medio derrumbándose. A su lado, Julia, su amante, que también es del mundo de las apuestas, este escape irrefrenable del que Ratner no solo es parte, como atrapado en un torbellino, sino que motor del mismo. Ocurre que dos elementos se juntan medio por destino y medio por azar: Kevin Garnett, jugador de Basketball en la vida real y que hace de sí mismo en la película, visita la tienda de Ratner gracias a un amigo en común, Demany, interpretado por el multifacético Lakeith Stanfield. Al mismo tiempo llega un pedido que Ratner estaba esperando: una gema de Etiopía, extraída por judíos negros que trabajan en las minas del país africano. Es una piedra hermosa, única. Garnett la quiere. Ratner la necesita, la prometió para entregar pronto a una subasta. Demany hace de intermediario, Ratner se la presta a Garnett por la noche, solo por la noche, mientras que Garnett le deja un anillo de campeonato a modo de intercambio, un depósito. Como es previsible, desde aquí las cosas empiezan a ir mal: empeños, préstamos, deudas, matones, una esposa cansada de aparentar. Si la película ya se anunciaba delirante con sus diálogos saturados y su música constante, inquieta y metiche, ahora lo comienza a demostrar en hechos. Esto no solo lleva el color y los adornos de un gran enredo, sino que es un enredo. La mano que hace girar el asunto es la apuesta maniaca y compulsiva y Ratner tiene a la suerte de su lado: hay que apostar allí donde la gema se encuentre. Y la tiene Garnett.

Los Safdie están acostumbrados a los personajes excéntricos y marginados, adictos a esto o a lo otro. Su terreno seguro. Heaven Knows What es quizá el mejor ejemplo, una pareja intensa y a la deriva. En Good Time, Connie (Robert Pattinson) pone el freno en términos de intensidad, pero todos a su alrededor (y lo que él mismo provoca) es de un desenfreno calculadísimo, si algo así es posible. La gran ciudad y aquellos al borde intentando funcionar en ella, como se pueda, robando, drogándose, apostando: a Nueva York entran todos, pero no de la misma manera. Nunca hay mucho fondo ni justificaciones para lo que sus personajes hacen. Digamos: las hay, sus historias están a la vista, claro, pero a los Safdie lo que les interesa filmar no es entender lo que los llevó a eso, sino que el momento aquel que justifique una película frenética. Esto, en su caso, no tiene una sola gota de superficialidad, y aquí se encuentra una de esas genialidades silenciosas, las que aparecen de fondo: pareciera ser que para ellos toda justificación para el actuar y devenir de sus personajes se encuentra justamente en ese paisaje, en la ciudad, un escenario no solo propicio para las adicciones, sino que explica que la adicción ocurra. El frenesí de sus películas no es solo una marca estética gratuita, sino que una manera de vivir y mostrar la ciudad. Es como si se preguntaran que cómo alguien no se iba a hacer adicto a la heroína (Heaven Knows What) o a las apuestas (Diamantes en bruto), o a lo que sea, cuando quedarse sentado en medio de ese descontrol sería la verdadera locura.

Este desenfreno hacia la adicción, hacia el paso al acto, la falta de contención en sus personajes parece venir, en todo caso, de un núcleo aún más vulnerable. Ratner es un adicto, sí, pero basta escucharlo para entender que sus ideaciones, si bien calculadas, son además infantiles. Resulta que, casualmente, en esa tríada que forman la gema, Garnett y las apuestas de Ratner, todo resulta bien, tal como debe ser. Una fantasía, magia, sueños de niño hechos realidad. Un mundo infantil que un personaje de mentalidad infantil, quizá incluso básica, se ha armado. Una fórmula que es mucho más evidente en películas anteriores, especialmente en The Pleasure of Being Robbed (2008) o Daddy Longlegs (2009). En la primera, una chica cleptómana, en la segunda, un padre irresponsable. Ambos son niños o poco más. Se enfrentan a la vida con una falta de criterio total, casi peligrosa, pero sin maldad alguna. Pequeños inocentes. La cleptómana, vemos luego, es más bien una curiosa e intrusa sin ningún criterio de realidad, ni siquiera roba el dinero. Vive la vida bajo sus propias reglas, totalmente ajenas a las del común de los demás ciudadanos. Algo de esa esencia infantil se traspasa a las siguientes películas del dúo. Se arman planes idóneos que terminarán por encontrarse con la realidad. Los Safdie juegan con total consciencia de los límites que en algún momento tendrán que reventarles en la cara a sus personajes, quienes estiran las reglas de una realidad que no puede aguantar tanto. Eventualmente, llegarán la ley, la autoridad, el tener que hacerse cargo o, derechamente, la maldad, quizá el gran límite de todo acto ingenuo e infantil. La diferencia es que, en Diamantes en bruto, Ratner se encuentra con su límite habiendo estirado hasta el máximo las posibilidades de la realidad, al punto en que esa posibilidad mágica que es una apuesta loca y exagerada, basada totalmente en la fantasía, en la relación arbitraria de elementos supuestamente cargados de cábala, se cumple. Punto para las ideaciones infantiles.

Hay otros elementos que la película incorpora a este mundo de personajes irresponsables, adictos e infantiles, y que terminan por añadir otras capas. La presencia de la realidad, representada en personajes como Garnett o The Weeknd, dan una sustancia palpable a Diamantes en bruto. No sin problemas: lo de The Weeknd parece más cercano a una estrategia de product placement, quizá no es más que un chiste. Ni el cómo llegan ahí (quizá lo peor justificado en una película muy bien armada) ni lo que sale de ese momento del film necesitaba de la presencia del cantante. Pero lo orgánico no está en el armado narrativo, sino en la vida y la sustancia de realidad que le dan estos personajes a ese universo. El basketball es nuclear, algunos dirán que es una película sobre el basketball y el mundillo que arrastra a cuestas. Probablemente. Hay una escena en la que somos obligadamente espectadores de un partido clave para Ratner, y queremos que Garnett lo gane todo, como si a ratos no existiera el intermediario de la ficción (¿las escenas de los partidos son de archivo? Como sea, otra capa de realidad). Es todo un gran juego, las apuestas, el deporte, incluso, a ratos, las relaciones.

Son interesantes los elementos que configuran la personalidad de Ratner: está dejando a su mujer por su amante, pero ese vínculo parece solo real en la medida en que el éxtasis de la victoria y el dinero esté presente. El sexo, para Ratner, parece tener no solo una función celebratoria, mucho menos amorosa, sino que pareciera necesitar del fetiche de la apuesta y la victoria. Julia, de hecho, es una extensión del mundo de las apuestas, están estrechamente vinculados, ella y el dinero. Sin las apuestas, sin la victoria, probablemente no habría razones para estar con Julia. Cuando está en problemas, cuando ve que no le quedan alternativas, que Julia se le escapa, que no hay dinero, recurre a la familia nuclear y a la ampliada. Esto resulta ser un soporte novedoso, pues si bien los Safdie han seguido una línea más o menos clara, especialmente arrastrando hasta Sandler y compañía lo colorida y oscura que es Good Time, en Diamantes en bruto cambian el foco desde la marginalidad y se acercan un poco más a un centro. Aquí sus personajes padecen tanto como los otros, pero subidos en una montaña de dinero y protegidos por una red firme, la familia, al menos bastante más firme que la de sus personajes anteriores, con sus propias debilidades, claro, debilidades de aristas diferentes. Allá donde antes sus protagonistas no tenían nada y lo querían todo, aquí la balanza está del otro lado, y el miedo constante y la tensión están puestas en la posibilidad de que un judío neoyorkino, probablemente el ápice del privilegio para cierto mundo, pierda todo aquello que tiene, incluso lo que apenas tiene: el dinero, el dinero que debe, el dinero en empeña, su familia, su amante, su negocio; todo por su adicción. Ahora bien, este cambio de foco sigue inserto en el mismo mundo; ricos o pobres, aquí se juega con dinero, y nunca se juega muy bien.

Quizá este cambio de foco indique también un cambio de rumbo en el futuro, al menos una apertura hacia otras posibles direcciones. Será interesante ver qué hacen los Safdie luego de su película más popular, y aquella que quizá mejor conjura los elementos de la tensión y el desenfreno, que hasta ahora venían en escalada. Esto no quiere decir en ningún caso que Diamantes en bruto sea mucho mejor que Good Time, aunque esa discusión parece poco interesante. Pero es cierto que si bien en esta película han perfeccionado su ritmo narrativo, Good Time ofrece momentos que en esta última entrega no existen (esa excelente escena en la que la policía persigue y atrapa a Connie al tiempo que su compañero cae del edificio, ambos destinos vistos desde las perspectivas de cada uno, pastillas de genialidad). Comparaciones más, comparaciones menos, el nuevo parcito de hermanos directores de Hollywood tras los hermanos Coen ha encontrado un lugar tanto en la industria como en ese ambiguo y nebuloso espacio que es el de la opinión y el estilo, y su presencia es estimulante.

 

Título original: Uncut Gems. Dirección: Josh y Benny Safdie. Guion: Ronald Bronstein, Josh Safdie, Benny Safdie. Fotografía: Darius Khondji. Reparto: Adam Sandler, Kevin Garnett, Julia Fox, Lakeith Stanfield, Idina Manzel, Eric Bogosian, The Weeknd. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 135 min.