Carol (2): Amor condicionado
El insoluble problema de las expectativas: esperaba por Carol desde el año pasado, cuando leí en la prensa que era de las grandes favoritas del Festival de Cannes. Ahora que llega a nuestra alicaída cartelera en este verano infernal, termino de verla y la primera sensación es insatisfacción, como si las piezas que arman este drama amoroso entre dos mujeres no lograran encajar del todo. Tal vez la culpa la tenga Haynes, que busca transmitir una historia de incomunicación camuflada en una historia de amor prohibido. O tal vez la culpa la tenga el espectador, acostumbrado a esas tragedias rigurosas en donde el amor no logra brotar por la presión social de una comunidad que no cede ante una realidad disimulada que nadie nombra. Haynes elige el largo y angosto camino de la distancia dramática, con personajes opacos y algo retraídos, alejándose del lugar común del “drama gay” (si es que eso existe). Bien por él, hay osadía en la decisión de contener las furias pasionales para poner en relieve el presagio de una relación marcada por sus silencios, por una fatalidad que solo es presentida. Que de allí salga una buena película, es otro tema. A veces ir contra la corriente en términos de cómo contar una historia no garantiza nada.
Mediados de los años cincuenta. Carol (Cate Blanchett) es una mujer de buena situación que vive un proceso de separación con su marido, Harge (Kyle Chandler). Las razones no son expuestas pero todo hace pensar que el lesbianismo de Carol ha dejado de ser un secreto y la relación marital se vuelve algo insostenible. Tiene una hija y pasa sus días sola en su mansión. A veces recibe la compañía de una amiga que entiende y comparte el conflicto interno que padece Carol. En los días previos a la navidad, visita una juguetería en donde trabaja Therese (Rooney Mara), una joven aspirante a fotógrafa que también vive su pequeño drama privado: a regañadientes convive con Richard, un hombre que también duda de la sexualidad de su pareja. El encuentro es filmado de manera algo torpe, como dándonos a entender que hay un “flechazo” mutuo frío y extrañamente pasivo. ¿Cómo es posible que la aparición casual entre Carol y Therese pueda tener tan poca enjundia? Esta pregunta, con sus variaciones de espacio y lugar, se repite durante el resto de la película: ¿Cuál es la fascinación cautivadora que anima a estas dos mujeres a estar enamoradas? En vez de pasión y arrebato, sobrevuela la turbiedad sosegada de una amistad erótica, dos personas solitarias y taciturnas que comparten y buscan cierto aislamiento. Advertencia: quien espere intensas agonías amorosas, está en la película equivocada.
Las disposiciones psicológicas de las protagonistas son reemplazadas por el conductismo de sus actos. El efecto para el espectador no es menor: nunca logramos penetrar en sus pensamientos ni empatizar con ellas. Carol es el centro de la película, es la que más minutos permanece en pantalla y la que manipula o asimila a los demás personajes. La visión descriptiva de las imágenes sobrevuela sobre las zozobras que la inquietan y la llevan a actuar y a incidir en la trama. Pero inquieta y fastidia el hecho de que Todd Haynes decida ocultar todo vestigio de vida interior, sustituyendo el carácter de Carol a una suma de decisiones condicionadas por la necesidad de escapar de sus problemas. Una fuga física pero en ningún modo mental, arrastrando con ello a Therese.
La cámara se detiene en la superficie de las cosas, señal del sentido moral que alberga la atmósfera de estancada satisfacción del american way of life de los años cincuenta: ventanas humedecidas por la lluvia, almacenes, carreteras, espacios cerrados y opresivos, personas que caminan sin identidad alguna. Aquí una aclaración: cierta crítica ha dicho que Haynes es un autor, que Carol se emparenta con Douglas Sirk y que es una obra maestra. No puedo estar de acuerdo. Haynes es un director con ciertas obsesiones, que duda cabe. Por debajo de todas sus películas ronda la incomunicación. A veces toma el rostro de una mujer que se aísla de un mundo que siente hostil al extremo de enfermarla (Safe), es la fama del artista de rock que explora su sexualidad en medio de la soledad (Velvet Goldmine) o que se siente incomprendido al indagar en sus múltiples rostros (I’m Not There). Es -en su más bello film, y en un acto declarado de admiración a Sirk-, la orfandad y la perdida del sentido ante un secreto que se devela (Far from Heaven). En Carol, Haynes, en apariencia, mantiene sus constantes narrativas. Pero pasma la opacidad formal de su puesta en escena, los reiterados encuadres incómodos a la vista, lo sombrío y lánguido de su progresión dramática, el casi total desinterés en incorporar al espectador a la trama que envuelve a sus apáticas protagonistas. Eligió el camino menos transitado para desplegar su historia. Solo que a veces el espectador no logra transitar por las distancias un tanto insalvables de un drama que debería sentir como propio, pero que le resulta totalmente ajeno.
Nota comentarista: 6/10
Título original: Carol. Dirección: Todd Haynes. Guión: Phyllis Nagy. Fotografía: Ed Lachman. Montaje: Affonso Gonçalves. Música: Carter Burwell. Reparto: Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, John Magaro. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 118 min.