Allen v. Farrow: La verdad de Dylan, la miniserie de Mia
Es muy difícil hacer una lectura de este documental solo en términos formales o estéticos. La guerra entre Allen y Farrow es ya un clásico de Hollywood en su versión ética y también narrativa. Me sorprendió ver imágenes de la rueda de prensa de Woody Allen en el año 1992, en plena acusación del abuso contra Dylan y el reconocimiento público de su relación con Soon-Yi Previn, otra de las hijas de Mia Farrow, a quien Allen nunca reconoció como propia ni entablaron relación filiatoria alguna, según lo que ambos reconocen. Me sorprendió ver cómo durante tantos años este hecho era parte de la biografía excéntrica del genio Allen, y no tomábamos noticia de ella del modo en que lo hacemos hoy. Desnaturalizar el abuso ha sido un logro de movimientos como el #MeToo y la valentía de las víctimas, en eso no hay duda.
La miniserie de HBO cuenta con cuatro episodios y es dirigida por Kirby Dick y Amy Ziering. Cuatro episodios de una hora en donde repasamos en detalle la historia del abuso sexual que Woody Allen cometió en contra de su hija Dylan Farrow cuando ella tenía tan solo 7 años. Describo así el argumento porque el documental no duda, no se trata de dejar en manos del espectador una decisión respecto de lo que ve en pantalla, o eso, al menos, es el efecto que pareciera querer lograr. Iré por partes revisando esta decisión narrativa, que sostengo que también es política.
En Pretend it’s a City el documental de Martin Scorsese para Netflix que tiene como protagonista a Fran Lebowitz, ella declara una posición ética sobre el movimiento #MeToo que me parece clave. Lebowitz dice que ella le cree a las mujeres que fueron acosadas y abusadas porque ella misma sabe que la industria del entretenimiento, Hollywood o la vida en general se trata de lidiar con el acoso sexual y los ofrecimientos y exigencias de favores sexuales para ascender laboralmente o, para el caso, para tener una carrera en el cine. Digo que este posicionamiento es clave porque es el que muchas mujeres, feministas, disidencias (y también varones) asumen frente al problema: primero creer y después, eventualmente, dudar. Hay estadísticas suficientes para saber que los abusos que se inventan son sustantivamente menores a los reales, que las víctimas tardan mucho en reconocerse como víctimas y poder hablar (por eso existen leyes y movimientos en torno al “derecho al tiempo”, por ejemplo), y, nuevamente para el caso, denunciar un abuso en un medio tan poderosa como la industria del cine en Estados Unidos es una tarea titánica y con muchas posibilidades de salir derrotado. Yo comparto la posición de Lebowitz, yo le creo a Dylan Farrow y su denuncia.
Es muy difícil hacer una lectura de este documental solo en términos formales o estéticos. La guerra entre Allen y Farrow es ya un clásico de Hollywood en su versión ética y también narrativa. Me sorprendió ver imágenes de la rueda de prensa de Woody Allen en el año 1992, en plena acusación del abuso contra Dylan y el reconocimiento público de su relación con Soon-Yi Previn, otra de las hijas de Mia Farrow, a quien Allen nunca reconoció como propia ni entablaron relación filiatoria alguna, según lo que ambos reconocen. Me sorprendió ver cómo durante tantos años este hecho era parte de la biografía excéntrica del genio Allen, y no tomábamos noticia de ella del modo en que lo hacemos hoy. Desnaturalizar el abuso ha sido un logro de movimientos como el #MeToo y la valentía de las víctimas, en eso no hay duda.
El desarrollo argumental de esta miniserie va desde Mia hasta Dylan. ¿Cómo así? El primer episodio relata la historia de Mia Farrow, su infancia marcada por la polio, sus deseos de tener una gran familia, sus relaciones con Frank Sinatra y André Previn, y los hijos e hijas que fue pariendo y adoptando desde lugares como Vietnam, Corea del Sur, Calcuta[1], entre otros, aunque esto es contado sin mayores detalles, salvo los –supuestamente– más importantes: lo necesario que se volvió para la familia Previn Farrow aportar al desastre que su país había provocado con las guerras de Vietnam y Corea, y cómo hicieron del deseo de reparar este daño un cruce con otro de los deseos de Mia: formar una gran familia como la que tuvo ella. Luego nos enteramos de sus divorcios y de cómo por fin conoce a Woody Allen, la relación que entablan en casas separadas, y la sinceridad con que él le reconoce que no quiere tener hijos ni formar una familia, aunque de a poco va pasando tiempo con los niños y niñas y encariñándose con esta gran prole. Farrow nos cuenta de la devoción que sentía por Allen, de cómo el trabajo que hicieron juntos fue crucial en su vida como actriz y la felicidad que le iba dando ver la manera en que poco a poco el esquivo padre Allen comenzaba a ceder, decidiéndose por ser padre biológico y adoptivo de Moses, Dylan y Ronan.
Varias cuestiones empiezan a deslizarse en el relato: si Allen se decidía por paternar y adoptar quería una hija rubia (se deja entrever un desprecio hacia los hijos racializados de Farrow, pero no sé entiende entonces porqué estrecha una relación con Moses quien lo ha defendido y sigue reconociendo como su padre), también se insiste en la relación obsesiva con Dylan, que superaba los límites del cariño y era derechamente impropia, quizás por eso el deseo de una “niña rubia”. Todo el relato es crudo, el primer capítulo es particularmente difícil de digerir porque contiene muchos detalles gráficos de abuso sexual, Allen es descrito como un perverso y una serie de testigos se enfilan para sostener la verdad: niñeras, terapeutas, amigas de la familia, hermanos de Dylan y las propias Mia y Dylan Farrow.
Ya adentrado en el relato, el documental despliega por completo su vocación de justicia: se exhiben medios de prueba (juicios, testigos, recortes de prensa) y, dentro de estos, tal vez el más conmovedor: los videos caseros que Mia Farrow hizo con Dylan, en los que la niña relata cómo su padre la llevó al ático de la casa y abusó de ella. El video se repite varias veces en la medida que avanzan los capítulos, y son analizados por expertos en abuso sexual infantil que refrendan la idea de la verosimilitud de la prueba, sin dejar de insistir además, en que Dylan estuvo horriblemente expuesta a la retraumatización con la cantidad desmedida de veces que declaró. En paralelo la historia ya nos cuenta que Allen tiene una relación con Soon-Yi, que habría comenzado cuando ella aún era menor de edad, por lo tanto: también sería una relación de abuso.
La historia luego se concentra en la defensa implacable de Allen y lo imposible de horadar en alguna medida su poder e influencia en la industria del cine. Woody Allen es señalado como una suerte de patrimonio de la ciudad de Nueva York y de sus fans, de la prensa (un rol cómplice habría jugado en su protección el periódico The New York Times, por ejemplo), también para actores y actrices a los que ha promovido, y es expuesto como poderosas empresas de comunicaciones y relaciones públicas habrían conformado una cortina de hierro mediática, que tenía por objetivo insistir en que no hubo abuso alguno, que Mia Farrow era una madre manipuladora y despechada por la relación de amor que Woody y Soon-Yi estaban comenzando. Dylan, de este lado, era una niña amada por su padre, que era usada como un medio para la venganza.
Varios medios y críticas se han concentrado en recalcar que esta historia no muestra el lado de Allen. Que no hay un “versus” pues todo el argumento está puesto en demostrar que hubo abuso y que el testimonio de Dylan fue desestimado, generándole un daño profundo e irreparable. Que Mia Farrow aparece como una víctima, y que nada se menciona de la muerte de tres de sus hijos adoptivos, sobre los que se especula depresión, suicidio, abuso de drogas, y que nunca pudieron conformar un vínculo ni una reparación a sus difíciles historias de vida en esta gran familia de catorce hermanos. Moses Farrow es hoy un terapeuta que trabaja en torno al trauma por adopción, y en su blog –en el que además ha refutado el testimonio de Dylan y ha dado apoyo a su padre– cuenta de otros abusos sufridos en la casa Farrow y revela el nulo reconocimiento de la adopción como nudo de la rotura de un vínculo previo, como uno de los nombres de un daño que, en este caso, se encarnaba en niños y niñas muy vulnerables. En el documental pasa en calidad de minucia que Soon-Yi hubiera sido abandonada en la calle, pero se recalca que siempre fue distante y le costó adaptarse: eso sería más que muestra de un dolor profundo, un antecedente para ponerla bajo sospecha. Para Mia Farrow es su hija amada y una víctima, pero la miniserie no disimula una posición muy hegemónica en torno a los relatos de adopción: “fue muy amada, quise darle lo mejor… y mira cómo paga”. De hecho, la entrevista que Soon-Yi da para la revista Vulture en 2018 es mostrada como parte de la estrategia mediática de Allen. No hay un mínimo reparo amoroso para ella ni su historia, no hay en el documental noticia alguna de que su familia la declaró muerta cuando ella decidió quedarse con Woody Allen. ¿Eso no es también daño y violencia?
Es cierto, un documental no tiene que hacerse cargo de cada relato, responder a todas las preguntas, ni sostener todas las posiciones. Acá hay decisiones narrativas, pero por sobre todo éticas y políticas, y la defensa del testimonio de Dylan se hace a costa de negar otros abusos, otros dolores. Si vamos a creer que Dylan fue abusada sexualmente por Allen, ¿por qué no creeríamos que Moses fue arrastrado por Mia Farrow por la casa y sufrió castigos, o que Soon Yi nunca recibió el cobjio que necesitaba? ¿Por qué no podríamos preguntarnos si acaso es medianamente ético y responsable que una actriz famosa, que formó pareja con hombres poderosos, adoptara 10 niños y niñas de los que poco se sabe? Este documental es también una cortina de hierro sobre la verdad de Mia Farrow, la diferencia es que los tiempos actuales están a su favor. Si en 1992 Allen salía impune, en 2021 Farrow –supuestamente– también, gracias a la ola del #MeToo y el rol que su hijo Ronan cumplió allí. ¿No es este otro episodio de las luchas de poder y abuso de la industria del cine, de Hollywood siendo Hollywood? Yo diría que sí.
Si hay algo que describe el daño es que no es cuantificable. Que importa más que lo “verdaderamente traumático de los hechos” cómo los sujetos viven ese daño. Por eso solidarizar con las víctimas es una posición ética mínima. El problema del show business del daño es que convierte en mercancía los dolores y los afectos de quienes intentamos tomar una posición. Esa es la base, el nudo dramático, en mi opinión, para analizar este documental. Antes decía que los tiempos eran supuestamente mejores para Farrow, pero lo cierto es que ya no es creíble que un guion sea un medio probatorio, y este documental insiste en ello. Manhattan, Another Woman, Poderosa Afrodita y tantas otras son “prueba” de que Allen es un perverso, un abusador, que siempre jugó con las relaciones incestuosas y con menores de edad, y persistió en ello a pesar de las acusaciones[2]. Las críticas que son entrevistadas en el documental declaran que Allen “intentó convencernos” de que la relación de amor en Manhattan estaba bien, que el argumento la ponía a ella como deseante y a él como un negador de esa relación. ¿Acaso la ficción no puede darse ese espacio? ¿Acaso no podemos leer esto en clave alleniana: un obsesivo frente a una joven deseante? Podemos y es necesario el pensamiento crítico y las posiciones éticas que deciden cada vez. Esto no se trata de una guerra entre Allen y Farrow, asumir esa postura es cobrar la vida de todos esos soldados que ni siquiera merecieron ser nombrados en este filme.
Una crítica afectiva y ética ha de desplazar un pensamiento punitivo. No se trata tanto de cancelaciones ni prohibiciones. Las bolsas de valores son las que ganan cuando nos comportamos como consumidores que dan sus likes al mejor postor. Esta miniserie duele, duele porque interpela, porque obliga a mirar de frente, porque te recuerda que puedes seguir conmoviéndote con una película de Woody Allen al mismo tiempo en que lo juzgas como ser humano, al mismo tiempo en que quieres justicia para los soldados de esta guerra. Duele y enrabia. Enrabia porque ya basta de creer que es posible dirigir nuestra experiencia con el cine a una toma de postura burda y cruel. No estamos disponibles para ser cómplices si no denunciamos o no marcamos nuestra posición en forma enfática de uno u otro bando. Yo, al menos, no lo estoy.
Título original: Allen v. Farrow. Dirección: Kirby Dick, Amy Ziering. Número de episodios: 4. País: Estados Unidos. Año: 2021. Distribución: HBO.
[1]Hay adopciones que no son mencionadas en el documental. Poco se habla de las que hizo Farrow soltera y con niñes que conoció como embajadora de la Unicef. Para las omisiones del documental este artículo de The Guardian es muy incisivo: https://www.theguardian.com/film/2021/mar/03/allen-v-farrow-woody-allen-mia-farrow-documentary-is-pure-pr-why-else-would-it-omit-so-much?fbclid=IwAR2LkVLEy2ekNjd3ZGRd4yHM1OUzbjlhUzZdfZrTgCoUrN_xWlsH0P7Rf6o
[2]Hace un tiempo escribí sobre Woody Allen y el modo en que no “acusó recibo” en sus películas sobre las denuncias y la polémica en la que ha estado en vuelto, la lectura fue por medio de la película La rueda de la maravilla: http://elagentecine.cl/criticas-2/la-rueda-de-la-maravilla-woody-allen-fuera-de-tiempo/