Algunos documentales (5): Kurt Cobain: Montage of Heck (Brett Morgen, 2015)
Siempre centrado en la figura de Cobain, Montage of heck no se propone como un relato pormenorizado de la historia de Nirvana, de ahí la ausencia de Dave Grohl (aunque sí fue entrevistado no aparece en el montaje final) o que Krist Novoselic sea presentado como amigo del músico y no como bajista de la banda. Los hitos relevantes tienen más que ver con su retrato vital que con una valoración musical, suponiendo que eso el espectador ya lo tiene claro, por lo mismo no se recurre a los comentarios de otros músicos o de críticos rock, acá solo hablan los que conocieron íntimamente a Cobain: padres, hermana, madrastra, esposa, exnovia y amigo. La exposición -e imposición- de sus puntos de vista excluye así toda opinión que se desmarque de la tesis afirmada por la película y se atribuye la validez de “versión oficial” que fundamenta la manera en que se ha publicitado al documental, que, por lo demás, cuenta entre sus productores a la hija, Frances Bean Cobain. Es en este sentido que se ignoran rumores relativos a la muerte de Cobain y se resguarda la imagen pública de Courtney Love, más allá de la honestidad o certidumbre que puedan criticarle sus detractores. Es que, sin importar demasiado la manipulación o “lavado de imagen” forzado que Love y la madre de Cobain casi sin lugar a dudas sostienen, lo significativo del documental no corre por el lado de esclarecer el suicidio del rockero o provocar un síndrome de nostalgia noventera. Con el mito ya establecido desde hace tiempo, seguramente es poca la nueva información relevante que se pueda aportar. En cambio, a 21 años de distancia de su muerte, viene siendo hora de ver cómo se puede reelaborar ese mito.
A poco de iniciado, el documental marca su estrategia fílmica discursiva en un montaje al ritmo de la canción Territorial pissings, compuesto por un amplio surtido de imágenes del imaginario cultural estadounidense de los sesenta, que hacia su final hace desaparecer la potente música para dejar tan solo el sonido de los gritos del cantante. Esa sustracción es la metáfora que la película utiliza para ilustrar su tesis, en parte enunciada por Kim, hermana de Cobain, que podríamos resumir así: bajo el peso de la cultura un individuo sensible tiene que pagar el precio, a veces no es tan bueno ser genial. A partir de una historia archiconocida Montage of heck consiste en una vuelta de tuerca de los clichés y mitos que por lo general abusa el rockumental: el cliché del rockero rebelde, el mito del rock y el punk rock, y el cliché del mito Cobain, por supuesto.
Este documental formaría una atractiva “función doble” para los interesados en el genio grunge sumado con About a son (AJ Schnack, 2006). Lo que diferencia ambas películas es que Schnack utiliza sólo archivo auditivo con entrevistas y las sobrepone a un montaje sinfónico de paisajes naturales y urbanos, suerte de Cobain en sus propias palabras que consiste en la simulación del relato autobiográfico al que se extrajeron las preguntas, mientras que en Montage of heck la preponderancia se asigna a la develación visual, a la impronta exhibitiva de la imagen, aspecto que demarca los límites de la tarea emprendida por Morgen. Si bien algunas imágenes dan vuelta por internet u otros formatos (entrevistas televisivas, dvds o registros de conciertos), la parte más significativa se encuentra en los archivos tomados en emulsión 8mm, que captan la infancia y el ámbito familiar, y los videos caseros grabados por Courtney Love y el mismo Cobain. Tal acceso a la intimidad define el sesgo que busca formalizar el documental, como un retrato propuesto para la exhibición televisiva, mientras About a son pone en primer plano la voz y oculta al narrador debido a la imposibilidad del director para conseguir permiso del uso de imagen de Cobain, en tanto que a Morgen se le dio acceso y se engolosinó con el material, a cambio de supervisión y restricciones, tanto por parte de la familia como del formato para la pantalla chica (aunque también se muestra en cines).
Aun así Montage of heck utiliza la voz de Cobain en algunas ocasiones significativas, como sucede en el relato de su primera experiencia sexual o del tiempo creativo y de holgazanería en casa de su novia Tracey. En tales casos la imagen utiliza como recurso la recreación, mediante animaciones bastante naturalistas que contrastan tanto con el material de archivo como con la propia voz, lo que varias veces es reforzado por la fuente auditiva, tomada de una grabadora. Aunque este recurso animado pueda tender hacia la ficcionalización, queda sometido al régimen de montaje de variados soportes que propone el documental, siendo uno más de sus recursos. Lo interesante en este caso es el rendimiento exhibitivo que logra obtener de él, la voz de Cobain suena menos autobiográfica y más como una especie de estilo indirecto libre, permitiéndose un distanciamiento del enunciador.
El eminentemente notorio discurso visual del documental tiene como una de sus temáticas secundarias la exposición medial de la fama. El hincapié acerca del reportaje de la revista Vanity Fair sobre la drogadicción pre y postparto de Courtney Love y Cobain no sólo contesta la malicia y difamación que recayó sobre la pareja y su hija, también es contestada desde el archivo de los videos caseros. En este tramo importante de la segunda parte del documental -la bisagra entre las dos partes lo marca la aparición de Love tanto en la vida de Cobain como su presencia en el film- la vida del rockero parece más un reality que el drama del joven sensible y excluido que fue salvado por el punk y su primera novia de la primera parte. La mala resolución de las handicam de los 90 (en un sentido figurado) destiñe en comparación a la resolución y el colorido casi pop del 8mm fílmico de fines de los 60s, lo mismo que una infancia feliz se contrapone ante la adultez problemática, por más que los momentos registrados por el video sean la cotidianeidad de una pareja jugando con su recién nacido. En definitiva, lo que aquí se distingue no es únicamente dos soportes, dos realidades y dos imaginarios familiares y epocales, también opera la trama del mito Cobain en un doble movimiento afirmativo y desacralizador, pese a la recurrencia por tratar de apelar al espectro de los “valores familiares” que siempre abunda en la cultura oficial y televisión estadounidense, lo mismo que el discurso contra la intromisión pública en el espacio privado y de las libertades, sobre todo cuando es acompañado por los comentarios de Love, aunque paradójicamente ella misma propicie la exhibición. Por un lado lo anodino y poco relevante de ver a la pareja de famosos en su aspecto más íntimo, de la cama al baño, y la cercanía: desnudez que deja ver hasta las espinillas. Pero, por otro lado, lo realmente notorio de estas imágenes es la gravidez de sus individuos: Cobain y Love están drogados. La imagen glamorosa de los rockeros se viene abajo, no en el sentido patético de unos Sid y Nancy totalmente idos y soporíferos en heroína, en el caso de estos videos los ánimos contrastan entre lo trivial de su humor, el excesivo narcisismo y la poca delicadeza en el trato que dan a la niña durante los juegos y cariños con ella. Lo que pudo ser un registro obsceno de una pareja -recordemos que en los 90s, gracias a la portabilidad y facilidad de las nuevas cámaras, se popularizó la grabación de registros privados de relaciones sexuales en un giro exhibicionista de la intimidad, que dejó atrás el ámbito conmemorativo más pudoroso cuando se usaba el 8mm casero-, es convertido por el montaje de sus fragmentos en una puesta en cierto punto on/scena (diferente de lo obsceno) de Kurt y Courtney que trabaja en contra de la fetichización de los ídolos faranduleros. Por ejemplo, acá los pechos de Love no tienen carga erótica, pese a que ella juegue ante la cámara con la idea.
De esta forma “el estilo de vida de los ricos y famosos como no los quieres ver” propuesta por el montaje del documental contraría la imagen espectacular de la prensa y los videos musicales que hacen la mediación para con los fans y consumidores. Pero aun llega más lejos en tal propuesta y, finalmente, su principal contribución consiste en sacar a la luz una personalidad que concibió su fuerza creativa en la expulsión rabiosa de la humillación y sus demonios personales, utilizando los medios expresivos que el montaje fílmico ofrece. La exhibición de la humillación, la vergüenza, la traición, la intimidad y la forma en que los entendemos, permite seguir la pista de una consciencia negativa y adolescente que deja en evidencia los paralelos entre los ejes infancia, juventud, adultez, familia que modelaron al Cobain niño y adulto en una dinámica subterránea de atracción/repulsión si pensamos en algo que queda fuera: el desgarro y las temáticas de sus canciones. Además se echa de menos otros aspectos de su personalidad, por ejemplo, un mayor espacio a su lado divertido y cínico, rasgos que recaen principalmente en los momentos que se le ve junto a sus compañeros de banda. En un momento la problemática exposición de sí mismo que le atormentó, y que el documental evidencia en forma y fondo (por lo demás asunto que atraviesa la naturaleza del cine: comprender qué es la positividad de la visualidad y su carácter expositivo justo mediante imágenes), aparece transparentada en el fragmento de una entrevista para televisión. Un periodista le pregunta por qué no quiere hablar, dado que sus fans están interesados en conocer sus pensamientos y opiniones, a lo que responde “me gustaría más saber qué piensan ellos”. Como me comentó la directora Susana Díaz (Supersordo: historia y geografía de un ruido, Hardcore: la revolución inconclusa, Ellas No), parece que no basta con explotar el mito, hay que matar a Kurt Cobain otra vez. Pero sin duda, a pesar de las limitaciones impuestas (eso lo adivino, no tengo certeza) a la muestra del archivo y del tono normativo de algunos de los entrevistados, el mejor logro se percibe en esa intención por desacralizar al rockero rebelde vuelto padre de familia, para volver a sacralizarlo de una forma más ingeniosa.
Comentarista: 6/10
Dirección: Brett Morgen/ Intérpretes: Kurt Cobain, Courtney Love, Krist Novoselic./ Duración: 123 minutos.