James Bond y No time to die: La señal de los tiempos
La idea de Bond es también la encarnación de lo que cada década ha decidido entender por masculinidad. Una masculinidad que puede abrirse a debate, por supuesto, en donde el protagonista de turno mantiene el poder a través de su sagacidad, su forma de enfrentar al mundo y su elegancia incombustible. Ser escogido para interpretar a 007 es el equivalente a ser tocado por la varita mágica, pero también supone el peso de una generación respecto a las expectativas que genera.
Son 16 años de Daniel Craig como el infalible James Bond y cinco películas después, todo parece estar listo para su retiro. No del personaje, por supuesto, porque el agente más famoso del cine, el que ha sido imitado hasta el hartazgo por cuanta película de acción hemos visto en los últimos 50 años, es incapaz de desaparecer de nuestras vidas y ahí radica buena parte de su magia.
Es imposible no hacer la relación entre el actor y su personaje porque, al igual que en los otros casos, la idea de Bond es también la encarnación de lo que cada década ha decidido entender por masculinidad. Una masculinidad que puede abrirse a debate, por supuesto, en donde el protagonista de turno mantiene el poder a través de su sagacidad, su forma de enfrentar al mundo y su elegancia incombustible. Ser escogido para interpretar a 007 es el equivalente a ser tocado por la varita mágica, pero también supone el peso de una generación respecto a las expectativas que genera.
El mismo Daniel Craig ha logrado imponer un estilo y una forma de desarrollar a su personaje a través de todos estos años, que deja en un lugar distinto –no bueno, no malo, sólo distinto– a todas las demás entregas. Puede haber varias razones para ello, pero me gusta creer que la decisión inicial, la que incluyó escoger a Daniel Craig para este puesto, fue la que dio paso para vivenciar un arco desde un joven Bond, inmaduro y sarcástico, que inauguraba el ingreso de Craig con la voz de Chris Cornell en los créditos de Casino Royale –desatado, explosivo si se quiere– hasta el sujeto que encontramos en No time to die. mesurado, consciente de sus acciones y, por lo mismo, mucho más efectivo.
Si bien estas películas han sido tildadas de sexistas –varias veces con justa razón– y de insistir en la supremacía del europeo, una muestra del imperio, por sobre todo lo distinto y exótico –Quantum of Solace es un buen ejemplo de eso – hubo un cambio fundamental en esta era, que permitió encontrarnos con un personaje con mucha más carne que los anteriores. No es solo la presencia de Vesper (Eva Green) un continuo en todas las películas de esta etapa, sino también la forma en la que se decide transformar a 007. Los tiempos han cambiado, que duda cabe, por lo que Bond también debió hacerlo. Corren los nuevos años 20, y a estas alturas, tenemos que asumir que no hay nada más ridículo que un hombre que asume que puede hacerlo todo basándose exclusivamente en su encanto, tal como en un momento el James Bond de Roger Moore intentó hacérnoslo creer.
Con todo, la nueva historia de Bond entretiene, y mucho, pese a no mostrarnos la espectacularidad de otras películas de acción que hemos visto en los últimos años. Lo suyo, lo de James Bond, no está en ese registro, y no tiene que estarlo. Las nuevas generaciones podrán exigir una mayor velocidad, golpes que van y vienen sin sentido, resurrecciones milagrosas. Bond no puede ser así porque tanto el personaje como la lógica de sus películas responde a una forma de hacer cine que puede parecer anticuado y efectista, pero que ataca directamente a lo que queremos ver: un modelo, un estereotipo, que, en este caso, afortunadamente, ha logrado generar capas de interés con una mirada que, de alguna manera, quiere seguir respetando ese impulso instalado desde el Dr. No de Ian Fleming. Y si bien sus personajes femeninos han ido mutando hasta convertirse en mujeres capaces, con decisión y muy autónomas, profundamente distintas al ideal propuesto por Úrsula Andress en la primera entrega de 007, en este caso, lo más interesante es la forma en la que se están sentando las bases para exigir personajes masculinos con mucho más matiz que lo que veíamos en principio. Esto, que a la larga es una decisión de la industria, también es una respuesta de a los espectadores, una en la que todos salimos ganando.
Como dijo un buen amigo crítico en redes sociales, es imposible hablar de No time to die sin caer en la revelación de spoilers que puedan alterar la experiencia. No soy una persona que crea particularmente en ello, pero por esta vez lo dejaremos así. Sin embargo, como fan reciente de Bond y de sus aventuras, puedo ver como ha habido una mirada sobre el producto que ha permitido darle luces para seguir explorando en su ductilidad. Lo que vemos en las películas de Bond está lejos de la autoría, pero no por eso deja de ser un síntoma de cada uno de sus tiempos. Tal vez, en esta última pasada, podamos ver las señales de estos momentos convulsos, días de fin de mundo y apocalipsis, días que nuestro Bond también deberá enfrentar.