Diálogos Exiliados (22): El oro gris
En este viaje por las películas del maestro nada nos preparó para algo como L'or gris: un documental en extremo convencional acerca de la investigación científica vista desde una perspectiva económico-política. Apenas está presente aquí la mirada autoral de nuestro director, en parte por lo técnico del tema y en parte por lo fascinante de observar —cual miembro de la audiencia— a los cuadros científicos enfrascados en una lucha de poder. Insólitamente, la película nunca fue exhibida por la televisión francesa. ¿Habrá sido por lo técnico de su contenido o por lo espeluznante de sus conclusiones?
El oro gris (1980)
Episodio 1: Le tamis (El tapiz)
Episodio 2: L’enjeu (El desafío)
Alejandra Pinto: El oro gris me plantea dos dramáticas situaciones. Primero: ¿me confundí de película? Segundo: está hablada en francés, sin subtítulos, y soy parte de una generación que en el colegio debió elegir entre aprender inglés o francés. Decanté por lo primero, y claramente me equivoqué al escoger. Hoy no puedo ver algunas películas de Ruiz ni leer Cahiers. Así que he decidido entrevistarlos respecto a este documental que, según dicen, es un hueso rudo de roer. Entonces, parto preguntando: si tuvieran que convencer a alguien de ver esta película, ¿por dónde partirían?
Quintín: Es una película interesantísima. Pero, al mismo tiempo, un documental convencional basado en entrevistas y con una voz en off. No sabemos qué hizo Ruiz exactamente (al principio de la película se dice que es una emisión de televisión “propuesta” por Jean-Pierre Berman y Pierre Tailhardat, lo que hace presumir que ellos son los originadores o productores del material), pero no sabemos exactamente si Ruiz la dirigió ni qué tipo de participación fue la suya. Incluso, parte del material está filmado en Estados Unidos, y me suena raro -aunque no es imposible- que Ruiz haya viajado para hacerlo. De hecho, no sabemos nada y, como nos ocurrió con tantas otras películas, no parece que nadie la haya visto y mucho menos comentado.
Christian Ramírez: Efectivamente, nunca se transmitió por televisión: la ficha del INA que corresponde a L’or gris contiene las palabras “no emitido”. Es decir, el programa se encargó, se filmó y se editó, pero no hubo canal en Francia que lo pusiera al aire. La pregunta es por qué. En Ruiz (Ediciones UDP), Bruno Cuneo describe al documental como una pieza creada para el canal Antenne 2 sobre la fuga de cerebros e incluye el siguiente texto como “nota de editor”: “A Ruiz -dice Valeria Sarmiento- no le gustaba para nada esta película. Creo, sin embargo, que este film le permitió conocer científicos importantes, algunos de ellos galardonados con el Premio Nobel. Pero la película era dura con ellos y parecía más un film de horror que un film sobre la ciencia. Por eso no se mostró nunca”.
P: ¿Y es tan así?
Q: No me parece. Este es uno de esos momentos en los que uno tiene ganas de pedirle a Ruiz que explique por qué decía eso. Al menos me gustaría preguntárselo a Valeria, qué opinión tiene ella, pero ella siempre me pareció una persona muy reservada y no sé si le gustaría contestar la pregunta. Creo que, en algún momento, biógrafos e investigadores deberían atar los cabos sueltos que hay en la obra de Ruiz.
R: El mismo Cuneo ha dicho que toda la investigación en torno a este sector de la filmografía de Ruiz es una obra en constante progreso, de modo que hace mucho sentido ir confrontando estas presunciones con la película misma, y ver qué sale de ahí. En lo que respecta a El oro gris, esta no es exactamente una película acerca de científicos y la forma en que son cooptados por las potencias, sino más bien es un programa acerca del lado político y económico de la investigación científica: qué puede hacer una nación como Francia de cara a una coyuntura donde los recursos financieros sólo son una parte de la ecuación del desarrollo tecnológico y donde cada vez se hace más evidente que es la materia gris -es decir, la producción intelectual- lo que cuenta. Se trata de una idea muy hija de su tiempo -finales de los años 70-, un momento en que Europa, Estados Unidos y la Unión Soviética habían trasladado las preocupaciones de Guerra Fría al plano de la producción técnico científica.
P: Vi que la serie está dividida en dos episodios, y que -aunque no se trate específicamente sobre ellos- contiene entrevistas a científicos de la época. ¿Cómo se presenta esto, se siente como una película de Ruiz? ¿Hay algún punto de conexión con otros trabajos que hemos visto?
R: Lo que hace Ruiz es dirigir la mirada. Este es un programa de “cabezas parlantes”, gente que no le habla a la cámara sino al entrevistador. En ese sentido es muy convencional, probablemente lo más convencional que le hayamos visto hasta ahora al cineasta (hago el apunte que no hemos tenido acceso aún a Images de débats, de 1979, donde el formato de conversación aparentemente también juega un papel importante). A ratos, vemos a algunos científicos o funcionarios que hablan mientras caminan y la cámara se desplaza. Al inicio de cada programa, también, hay ciertos elementos de puesta en escena: una mano que juega con una calculadora, sacándole un sonido musical, en el primer episodio, y en el segundo unas manos que van cortando, arriba de un escritorio, un documento con tijeras y luego echan los pedazos sobre un cenicero y les prenden fuego. Demasiado enigmáticos como para funcionar como mera introducción a un programa de este tipo, y la verdad es que funcionan bastante bien como deslices ruicianos.
Q: Terminemos de aclarar de qué se trata la película. La expresión “oro gris”, por analogía con “oro negro” u “oro verde” alude a la inteligencia y los recursos humanos que un país necesita formar y reclutar en materia científica. La primera parte -que se llama Le tamis (El tapiz)- tras entrevistar a los altos funcionarios que consideran la formación de científicos y la producción de conocimiento como tareas estratégicas parecidas a la diplomacia y a la guerra, se ocupa de la selección de los famosos cuadros de élite en las Grandes Écoles francesas, esas instituciones de las que egresan los dirigentes políticos y empresarios (los que en años posteriores se llamarían, no sin cierto sarcasmo, los “enarcas”). La posibilidad de ser un miembro de esa élite se empieza a decidir alrededor de los 14 años, en las escuelas que preparan a los adolescentes para ingresar a la École Normale Superieure o el Politécnico entre otras. La película se toma su tiempo entrevistando a una profesora del famoso liceo Henri IV, que proclama la excelencia de un método que hace que los estudiantes trabajen para preparar su ingreso más de 70 horas semanales y se entrenen como si fueran deportistas. Luego la película se interna en una de las escuelas más nuevas, L’Ecóle Superieur d’Electricité, que forma ingenieros electrónicos y abastece a las grandes empresas estatales y privadas para ocupar los puestos técnicos y gerenciales con egresados muy jóvenes (“entre quienes el desempleo es cero”). Es un tema fascinante, no exactamente desconocido, pero no recuerdo una sola película francesa, documental o de ficción que se ocupe de él. En ese sentido, creo que en su momento debió ser un modo de informar al público sobre algo que estaba claro para los interesados, pero no sé si para toda la población francesa, para no hablar de los extranjeros. La película es cruda, seca, no toma partido y es muy precisa. También es representativa de un momento en el que Francia quería ponerse a la altura de las grandes potencias, especialmente de los americanos.
P: Me llama la atención el foco, porque desde aquí siento que Ruiz está hablando de una experiencia a la que muchos de nosotros no hemos tenido acceso, no de manera consciente. Poner en relevancia el conocimiento es algo que hasta ahora nos cuesta mucho, al menos en países como el nuestro.
R: Pero ojo que es algo que también causa inquietud. La mayoría de los expertos que hablan en los episodios no tienen un acercamiento “buena onda”, a lo Carl Sagan. Aquí no hay espacio para alucinar con la “maravilla de la ciencia”, que tanto documental científico de pacotilla vende como pan caliente. Aquí estamos en otro plano: el de la elaboración consciente, a nivel del Estado y las universidades, de una política para generar capital intelectual de la manera más veloz posible. En ese sentido, las ideas planteadas se relacionan con la forma en que los estadounidenses y los soviéticos enfrentaron la carrera espacial, desde fines de los años cincuenta -una suerte de avanzar sin transar ni tomar prisioneros-, pero lo que me inquieta es algo que poco a poco se revela como el problema de fondo: al proporcionar las condiciones para que exista tu cúmulo de nuevos científicos, efectivamente estás pensando en crear una suerte de ejército de intelectuales como si fueras a la guerra. Tal como dice Q, es un tema que rara vez se plantea frontalmente. No es casual que este documental sea contemporáneo de la obsesión nuclear que Francia profesaba en ese entonces, con las centrales de fisión construidas en la campiña y sus criticadas pruebas en el atolón de Muroroa. ¿Se acuerdan? Todo esto no corresponde sólo a intereses altruistas en beneficio de la ciencia sino que más bien se asemeja a un esfuerzo geopolítico. Ni más ni menos.
Q: La segunda parte -titulada L’enjeu (El desafío)- me pareció más interesante aún. Si la primera trataba de la formación de los cuadros científicos, esta se ocupa de su captación y para eso se globaliza. Ya no se trata de un asunto francés, sino del valor económico del capital humano que se cotiza en dólares. En el primer tramo de esa segunda parte aparecen empresas dedicadas a reclutar puestos jerárquicos para las corporaciones y los gobiernos. Se especializan en conseguir lo más rápido posible -la velocidad es la palabra clave del documental- tanto en la formación como para la captación de profesionales que deben tener un perfil muy específico y que se disputan tanto las grandes empresas como las universidades (por cada búsqueda, esas empresas cobran el equivalente a un año de salario del profesional reclutado). La velocidad se pone de manifiesto una vez más en el que tal vez sea el momento más divertido de la película. Un funcionario del Caltech, el Instituto Tecnológico de California, recuerda que la universidad tuvo en su momento la posibilidad de contratar a Einstein. Pero manejaron mal la negociación (no se sabe si la oferta económica fue escasa o incidieron otros factores), finalmente Einstein se decidió por el Institute of Advanced Study, en Princeton. Luego hablan con un científico del MIT, que cuenta que se está yendo a Egipto porque el gobierno de ese país quiere formar un MIT en pequeño. Y finalmente, un personaje extraordinario: el premio Nobel de física Philip Anderson, que murió el año pasado después de innumerables contribuciones a la ciencia. Anderson era un joven prodigio que fue uno de los primeros científicos puros contratado por el Laboratorio Bell, dependiente de la corporación AT&T, entre otras cosas la mayor telefónica del mundo. Pero allí no le exigieron a Anderson resultados aplicados, patentes a corto plazo, sino que pudo hacer ciencia básica con los recursos y la libertad propia de las grandes universidades. Pero Anderson era además un humanista: en el momento más duro de la película, habla de los millones de animales sacrificados por los colegas que investigaban las hormonas humanas. Y también habla de los cientos y cientos de trabajadores necesarios para obtener resultados en uno de los gigantescos aceleradores de partículas. Anderson trabajó en ese campo, pero de algún modo se reía de ese tipo de trabajos homéricos y dice en la película que él trabaja solo con dos o tres colegas y subraya que lo más importante en ciencia es la comunicación entre pares; lo contrario del secreto. Les conté la película casi entera. Pero me parece que es la manera de poner de manifiesto que estamos ante otra perla radiactiva de la filmografía de Ruiz. Atrévanse a decirme que una película así no es fascinante.
R: Me impresiona la manera frontal en que se retrata a estos científicos. Algunos están detrás de su escritorio y semejan el clásico estereotipo del profesor. Otros, son mostrados en pleno trabajo, en reuniones subiluminadas, donde está claro que lo último que les interesa es la cámara; por último, están los que se pasean en torno a sus dominios -institutos, universidades, reparticiones de Estado- y vaya cómo se nota su poder. Para estos efectos son los verdaderos monarcas del film, gente que en verdad se siente capaz de transmutar ese oro gris, del que tanto se habla en los programas, en eventual riqueza e influencia.
P: Me queda claro el contexto y, por supuesto, me imagino que Ruiz no iba a sacar un documental trillado de todo esto. En lo que ustedes están contando subyace esta noción de la competencia permanente, de ser el mejor, ganar la carrera como sea. ¿Hay una mirada crítica sobre eso? ¿Está Ruiz conforme con esa forma de abordar este espacio de conocimiento? Me parece que está todo más enfocado a la búsqueda de la perfección técnica. Y me lo pregunto porque Ruiz viene de un país donde no hay mayor interés al respecto, y si lo hay, se apoya bien poco. Tiene que haber sido alucinante para él toparse con esta forma de hacer las cosas.
R: En muchas de las entrevistas que Ruiz concedió en los años siguientes el tema científico flotaba en los bordes, cuando no se ponía al centro. Claramente, nuestro director disfrutaba leyendo sobre el tema (es cosa de leer sus comentarios acerca de las investigaciones en torno a la mirada y al fenómeno de la cognición); pero creo que su interés iba más allá, porque a veces se prodigaba largamente en torno sus encuentros con científicos, en simposios académicos y otras instancias en que él oficiaba de profesor invitado. A ratos, me da la impresión que terminó por disfrutar más la compañía de esta gente que la de los cinéfilos.
Q: Sin duda, Ruiz siempre valoró mucho la compañía de los científicos. Pero esta es una película que se ocupa de la sociología de la ciencia. En ese sentido, tal vez el cabo suelto que deja L’or gris es la posibilidad de un encuentro suyo con Pierre Bourdieu, que escribió Homo academicus recién en 1984 y La Noblesse d’État: Grandes écoles et esprit de corps en 1989. Pero creo que esa conexión no se produjo por más de una razón. Y una de ellas, me parece, es que Ruiz se asustó un poco de las implicaciones de lo que su película mostraba. Tal vez, ahora que lo pienso, y contra lo que yo creía dos horas atrás, Valeria tiene razón y Ruiz prefirió quedarse imaginariamente del lado de la producción de ciencia y no de su crítica. Ruiz hablaba de la ciencia como de un objeto noble y esta película la trata como un problema.
R: Quizás la propia Antenne 2 lo entendió también de este modo, porque en un arrebato de autocensura los programas se quedaron en el cajón. Lo notable es que, a cuarenta años de distancia, todavía creo que es un tema “inconveniente” para gobiernos, universidades y empresas. A muchos en los medios les sigue gustando esa idea de hacer de la ciencia algo amigable y fascinante, pero El oro gris sugiere una cara harto más salvaje y menos simpática. Si esto ya era así en 1980, me pregunto cómo será hoy…