Diálogos entre estrenos recientes de cine chileno y la Nueva Constitución
No son sólo Herminia o Víctor en Ver es un acto en tanto pacientes psiquiátricos, sino parte integrante de un colectivo históricamente discriminado por su condición de salud mental. Tampoco se trata únicamente de Sergio Graff en El pa(de)ciente que, aunque privilegiado en lo económico, enfrenta un sistema de salud donde la empatía con los pacientes es la gran ausente. Por su parte, Vicente Ruiz proyecta su expresión artística desde su propio cuerpo como soporte político hacia uno social, para expresarse desde la resistencia y la contracultura en tiempos dictatoriales.
En menos de dos semanas coincidieron tres estrenos de cine chileno en cartelera que abordan temáticas de interés social y político (dos de los cuales son documentales), los que en sintonía con la actual coyuntura incluso podrían leerse desde la perspectiva de los derechos fundamentales consagrados en el borrador de la Nueva Constitución: el derecho de las personas con discapacidad a la inclusión social e inserción laboral en Ver es un acto de la directora Bárbara Pestán; el derecho a la salud y al bienestar integral (incluyendo su dimensión física y mental) en El pa(de)ciente de Constanza Fernández; y el derecho a participar libremente en la vida cultural y artística en Vicente Ruiz: A tiempo real de los directores Matías Cardone y Julio Jorquera.
Tal como se analiza en el libro “Estéticas del desajuste. Cine chileno 2010-2020”, editado por Iván Pinto y Carolina Urrutia, el giro intimista y la estética pausada y contemplativa que caracterizó al cine nacional durante la primera década del siglo XXI, dio paso en la segunda a una estética más conflictual vinculando sus imágenes a la contingencia social, como respuesta a una época marcada por la narrativa del malestar y un cine del desajuste. En estas tres películas el conflicto está dado por los obstáculos al goce de los derechos humanos, a partir de personajes que se enfrentan a la discriminación, a un modelo de mercantilización de la salud o a las restricciones a la libertad individual y colectiva durante la dictadura. A partir de situaciones personales, se evidencian las urgencias colectivas de grupos específicos, en tanto representantes de una preocupación mayor de dimensión social.
No son sólo Herminia o Víctor en Ver es un acto en tanto pacientes psiquiátricos, sino parte integrante de un colectivo históricamente discriminado por su condición de salud mental. Tampoco se trata únicamente de Sergio Graff en El pa(de)ciente que, aunque privilegiado en lo económico, enfrenta un sistema de salud donde la empatía con los pacientes es la gran ausente. Por su parte, Vicente Ruiz proyecta su expresión artística desde su propio cuerpo como soporte político hacia uno social, para expresarse desde la resistencia y la contracultura en tiempos dictatoriales.
Diversidad mental
Ver es un acto encuentra su antecedente en el cortometraje documental de la misma directora Psiquiátrico de Putaendo filmado en 2010, a partir del cual logró introducirse y generar lazos de confianza en la comunidad psiquiátrica del hospital del mismo nombre situado en esa ciudad de la Provincia de San Felipe. Siguiendo el enfoque de derechos de la Nueva Carta Fundamental, las estrategias terapéuticas que impulsan la autonomía de los pacientes con discapacidad mental que viven en el sector de las casas del hospital, bien podrían responder a una nueva mirada que los reconoce como sujetos de derecho, dignificándolos en su condición humana.
Su inquietud por indagar en las relaciones y lazos afectivos que se generan entre las personas de la diversidad mental en las casas al interior del Psiquiátrico (donde logran desarrollar su autonomía, trabajar y llevar una vida de pareja) llevó a la directora Bárbara Pestán a filmar en su cotidiano a los pacientes del Hospital Psiquiátrico de Putaendo, el mismo lugar donde la escritora feminista Diámela Eltit y la fotógrafa Paz Errázuriz realizaron el emblemático libro "El infarto del alma", un insumo artístico inspirador para el trabajo cinematográfico de la directora.
Así surgió el documental Ver es un acto, en que los gestos de cariño, compañerismo y complicidad se expresan naturalmente en un modelo en que las personas mentalmente diversas se desarrollan libremente en sus relaciones afectivas, trabajan la tierra y con los animales en una reivindicación de su dignidad, incluso manejan dinero, hacen sus compras y hasta contrabandean dulces y cigarros. Han vivido por años en el Hospital Psiquiátrico de Putaendo generando vínculos amorosos y también sexuales, constituyendo parejas como la de Herminia que casi le dobla la edad a Víctor, que la consuela cuando ella está triste porque una compañera le pega en la cabeza, en un gesto empático que hasta lo hace llorar; le ayuda a vestir su cuerpo lento y encorvado; y la besa recordándole que él es su marido.
La Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad ratificada por el Estado de Chile, insta a la eliminación de aquellos obstáculos sociales que les impiden participar en condiciones de igualdad y ser víctimas de discriminaciones, principalmente en lo laboral, los que en el Hospital de Putaendo han logrado superar para una vida desplegada en sus potencialidades dentro de su condición de salud mental.
De médico a paciente
Si hay un elemento que distingue al libro del oftalmólogo y experto en bioética Miguel Kottow El pa(de)ciente de la película del mismo nombre dirigida por Constanza Fernández e inspirada en el testimonio de quien en la vida real es el abuelo de su hijo (su exsuegro), ese elemento diferenciador es la familia. En la ficción basada en hechos reales, la también realizadora de Mapa para conversar (2012) quiso destacar el rol jugado por sus familiares en el cuidado y apoyo al médico que enferma por el síndrome de Guillain Barré, que documenta su paso por el sistema privado de salud ahora en condición de paciente.
La enfermedad degenerativa que causa debilidad muscular y hasta parálisis, deja al protagonista Sergio Graff -interpretado magistralmente por Héctor Noguera (84)-, en una condición extremadamente vulnerable, que obliga a un profesional de gran reconocimiento y estatus a depender completamente de su familia, primero, y del sistema médico, después. El pa(de)ciente es, según su directora, "una despedida de hombres mayores que nos están dejando" y también un homenaje a su padre que enfermó de alzhéimer cuando ella ya tenía escrito el guion. Una generación de padres, abuelos y esposos de otra época, hijos del machismo y de su posición de privilegio en el orden social, que enfrentados a la enfermedad ven cuestionado su sistema de creencias.
Ante la pregunta que tuve la oportunidad de hacerle a Héctor Noguera en el estreno de El Padeciente en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI) sobre cómo trabajó en su cuerpo el dolor de la enfermedad del protagonista, el destacado actor chileno de amplia trayectoria señaló que echó mano de la memoria emotiva en situaciones hospitalarias donde él mismo sufrió mucho dolor. "Es interesante unir el dolor físico con el otro dolor. Hay un momento en que este dolor físico y el dolor de vivir, de existir, se juntan. Pareciera ser que el dolor físico y el moral van unidos, no sé cuál de los dos es más fuerte o influye más en el otro", señaló el octogenario actor en esa ocasión. Luego, durante el conversatorio de la película en el Centro Arte Alameda, Héctor Noguera complementó señalando que al enfrentar una enfermedad degenerativa y convertirse en paciente, el protagonista se siente miserable con su cuerpo y traicionado por él.
Performance como resistencia cultural
A 30 años de la controvertida performance "Por la cruz y la bandera" (1992), en que una joven actriz Patricia Rivadeneira representaba un Cristo a torso descubierto y envuelta en la bandera chilena se bajaba de la cruz para abandonar ese estado de castigo, la figura de uno de los íconos de la resistencia cultural en dictadura es rescatada a través del uso de material de archivo en el documental Vicente Ruiz: a tiempo real, de los directores Matías Cardone y Julio Jorquera.
En palabras del destacado dramaturgo Ramón Griffero -cuya voz en off se integra al documental, tal como la de otros performers de la época como Cecilia Aguayo, Jacqueline Fresard, Consuelo Castillo o Patricia Rivadeneira-, la forma escénica de "lo performático" impulsada por Ruiz como parte de la vanguardia cultural en los ‘80, abre la percepción hacia otras formas de representar, que hace sentir algo al público que lo saca de los cánones tradicionales. Impulsando que el arte desestime la institucionalidad del mercado y sus reglas, Ruiz en tanto actor, director, coreógrafo, dramaturgo, profesor de danza, videasta, gestor cultural usó su propio cuerpo como soporte político para desplegar la disidencia.
A lo largo de su trabajo artístico, Ruiz fue desarrollando elementos de una metodología del tiempo real (de ahí el título de la película), aplicando series de pasos que los bailarines debían memorizar apenas unos momentos antes de salir a escena, para "vivir el momento" generando tensión dramática a partir de la tensión real. Polémico protagonista de diversas expresiones artísticas que fueron resistencia en dictadura y también denuncia en los primeros años de la transición a la democracia, Vicente Ruiz sigue bailando a sus 64 años con la misma identidad en distintos momentos de su cuerpo, que este documental homenajea como una revisión de la propia historia de Chile reciente desde el movimiento y la expresión de cuerpos políticos que resisten.