Editorial: La risa del descontento
Joker se instaló como un filme epocal, por esta capacidad que tiene a veces el cine de traducir en imágenes y relato el sentimiento de una época; en este caso, el de la frustración, rabia e impunidad en que se vive. Será por ello que su estreno posiblemente marque la memoria que tendremos de este particular año.
1) El viernes 18 de octubre en la noche comenzó un estallido social que no encuentra parangón desde la llegada de la democracia. A un sonido ascendente de caceroleo, la ciudad de Santiago se manifestó primero con barricadas, luego destruyendo estaciones de metro y enfrentándose abiertamente a la fuerza policial. El gobierno derechista de Piñera, sin mucho más que hacer, cedió a la demanda por el alza de tarifa pero puso a los militares al mando. Estos decretan un toque de queda, lo que en su primera noche fue sencillamente ignorado por las manifestaciones. Los graffitis alrededor de toda la ciudad reclaman la renuncia del gobernante y de paso de toda la clase política.
En este clima los discursos mediáticos e institucionales instalados en una campaña de criminalización de la protesta y el exceso de vandalismo, bypassean parte del motivo central de esta protesta: el abuso económico y la radical desigualdad expresada en una clase política desvinculada de las bases sociales y su malestar. Las declaraciones del gabinete político para justificar el alza del metro en los días previos parece haber sido un gatillante importante para este estallido: el ministro de economía Fontaine se refería al asunto aduciendo que “al que madrugue tiene la posibilidad de una tarifa más baja”, la ministra de transporte que los que se oponían “no tenían argumento”, e incluso un “experto” sentado en el panel ironizaba que cuando “sube el pan o los tomates nadie protesta”. Todos estos dichos parecían echar leña a un fuego que finalmente se transformó en incendio social y protesta de tres días (hasta ahora), desafiando la noche a la luz del riesgo de una ciudad sitiada por militares.
2) A pocas semanas de su estreno, Joker de Todd Phillips no ha dejado de estar en el centro del debate y polémica, por un lado, ante la acusación por el exceso de violencia, por otro, por su ambición artística e interpretación de Joaquin Phoenix y, por último, por su potencial alegoría política. No es de extrañar que durante estos tres días en varias fotos -como la que acompaña esta nota, tomada por Juan Eduardo Murillo- el Joker ha estado presente como fondo en una ciudad todavía empapelada con su propaganda, aunque también, en varios guiños y máscaras de los manifestantes (Se trata de algo similar a lo ocurrido con Vendetta en su momento y las máscaras de Anonymous).
La película de Phillips, ya sea por izquierda o derecha, contiene una carga de violencia traumática difícil de olvidar. Poco importa aquí la subrayada cita al Scorsese de Taxi Driver o el Rey de la comedia, la gestualidad just for the print de Phoenix, la patologización victimizante de su personaje central o la representación de la protesta social desde un ángulo tan caótico y obscuro que recuerda más a la saga de The Purgue que al cine “cívico” de Spike Lee. Phillips jugó por el lado obscuro, desde una película espectacular y violenta que a su vez puede ser triste y depresiva, destilando frustración y rabia.
3) Las “similitudes” con la realidad no dejan de llamar la atención. La arrogancia de la clase política encarnadas en el filme por Thomas Wayne, quien declara ante el asesinato cometido por Joker -que defendía a una mujer- que “los que sí hemos hecho algo en la vida, podemos darnos el lujo de mirar como payasos a los que no”, lo que desata una oleada de máscaras de payaso en acciones vandálicas y de protesta contra Wayne y toda la elite política. O la representación de los medios, quienes celebran el espectáculo, criminalizan a la protesta o se burlan de sujetos víctimas, como el caso del mismo Joker, lo que termina en una escena de una violencia pocas veces vista en el cine. Cuando el animador televisivo -en una escena extensa de diálogo- le pregunta al Joker si su motivación es política, este responde que no, y que asesinó a los oficinistas por diversión. Antes de la escena comentada, dice: “a nadie le importa la gente como yo; ustedes, los poderosos, pensaron que nos quedaríamos sentados como niños buenos mientras nos maltratan y humillan, ya nadie es capaz de ponerse en los zapatos del otro...”.
4) Más allá de una discusión sin mucho rédito de la calidad de la película o si esta es de ideología progresista o fascista, lo cierto es que hay imágenes difíciles de olvidar y de no relacionar con lo que pasa en Chile. Pero también en Hong Kong, Ecuador, Buenos Aires o Barcelona. Joker se instaló como un filme epocal, por esta capacidad que tiene a veces el cine de traducir en imágenes y relato el sentimiento de una época; en este caso, el de la frustración, rabia e impunidad en que se vive. Será por ello que su estreno posiblemente marque la memoria que tendremos de este particular año. Ahí esta el complot mediático y la frustración de los "muchos" que podrían ser el Joker, la elite política y su "guerra interna", pero centralmenta la desazón y el abandono institucional por parte de los excluídos del sistema. Joker resume en esa risa socarrona e inevitable fruto de una patología cerebral un "reír para no llorar". La máscara, en definitiva, como apenas un recurso contra la violencia política que nos acecha.