Harley Queen: Sobre anhelos y contradicciones de clase
Les realizadores construyen el mundo doméstico de su heroína/villana filmándola a la vez que deserotiza su cuerpo, pero con una cercanía apabullante. En el documental convergen sensaciones de incomodidad, extrañeza, y hasta ironía. De esta manera es posible encontrar una relación directa entre el dispositivo de la película y el mundo exterior en el cual se enmarca, un juego entre lo particular y lo universal –después de todo, es un documental–, y al ser un desplazamiento que desanuda una trama de identidades sociales deja quizás más preguntas que certezas en torno a lo narrado: ¿es posible escapar del laberinto que significa la marginalidad? ¿Cuál es el límite ético entre lo que podemos o debemos filmar/ver? ¿Cómo convivimos con tales contradicciones de clase?
Escribe Virginia Woolf en Orlando que el deber del biógrafo es el de «largar los hechos hasta donde se conocen, y de esa forma dejar que el lector deduzca de ellos lo que pueda». Por momentos, cuando la narrativa en el libro se vuelve densa, cuando las páginas pasan y nada sucede, la autora –o bien su versión ficcionada devenida en biógrafo– se disculpa en su prosa por lo aburrida, contradictoria y lenta de la vida de Orlando, su sujeto de estudio, y justifica como necesario el hecho de prodigar tanta tinta en la nada misma y gastar la paciencia de sus lectores. La reconstrucción en detalles de la vida por instantes vacía de Orlando y el stream of consciousness operan en función de comprender su rol social como varón aristócrata y posteriormente su repentino e inesperado “cambio” de género, giro del cual se desprenden varias preguntas en torno al modo en que se construyen la feminidad y la masculinidad.
Harley Queen, la última película del dúo chileno entre Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda, sufre (y se nutre) del mismo mal que aqueja a Woolf al aproximarse a un intento de biografía o estudio documentalista de personaje. El pulso del documental está marcado por las desventuras en la vida de Carolina Flores (también Harley Queen, su alter ego laboral, más atrevido y desinhibido, en sus palabras), quien, en pos de una reconstrucción identitaria luego de una tragedia familiar, se embarca en una serie de proyectos personales que quedan truncos. El documental trastabilla a la vez que su protagonista lo hace y se encauza cuando ella encuentra un camino más certero –al igual que Orlando–. Quizás al contrario de la noble inglesa, quien puede permitirse tardar trescientos años en completar un escueto poemario, Harley Queen no goza de los mismos privilegios de clase, y debe sortear a duras penas los tantos obstáculos que el capitalismo y el patriarcado le deparan. Esa nada épica y lírica sobre la que Woolf narra, acá es un tanto más pedestre y catastrófica.
El documental un tanto rompe con ciertas evidencias sensibles en el cine y deja ver la existencia de un mundo en común, más allá de las divisiones políticas que definen los territorios nacionales. A pesar del recorte regional chileno más concreto que presenta, es posible reconocer en estas imágenes granulientas y digitales filmadas en una eterna búsqueda de foco a otros sectores populares latinoamericanos, sumergidos en la desidia estatal (en mi caso, el Conurbano bonaerense en Argentina), con los que guarda enormes similitudes, ya que se encuentra latente un amplio abanico de problemáticas y cuestiones de clase que operan como lazo entre estos diversos planos existenciales.
Les realizadores construyen el mundo doméstico de su heroína/villana filmándola a la vez que deserotiza su cuerpo, pero con una cercanía apabullante. En el documental convergen sensaciones de incomodidad, extrañeza, y hasta ironía. Ensayos de rutinas de striptease acompañadas por juegas de niñas y bebotes, entre carteles de Ni Una Menos –el feminismo hegemónico desaprueba tales prácticas–. De esta manera es posible encontrar una relación directa entre el dispositivo de la película y el mundo exterior en el cual se enmarca, un juego entre lo particular y lo universal –después de todo, es un documental–, y al ser un desplazamiento que desanuda una trama de identidades sociales deja quizás más preguntas que certezas en torno a lo narrado: ¿es posible escapar del laberinto que significa la marginalidad? ¿Cuál es el límite ético entre lo que podemos o debemos filmar/ver? ¿Cómo convivimos con tales contradicciones de clase?
Quizás al igual que Woolf, Adriazola y Sepúlveda tienen en claro que para tomar la radiografía de la vida de estas mujeres –y de los tiempos en los que están situadas–, es necesaria una (re)construcción sensible de la domesticidad y lo cotidiano, con todo lo que esto supone en el caso de Carolina Flores, cuya identidad es porta-huella de los flagelos soportados y en cuyo cuerpo se inscribe una sucesión de tropiezos con piedras y tragedias circundantes –podría decirse que la heroína/villana no pega una (desconozco el sinónimo chileno de esta expresión). Es en este sentido que por momentos en el documental se cruza (o está por cruzarse, aún no se han definido límites claros) la línea entre lo filmable y lo no filmable, lo ético y lo abyecto de imágenes construidas con una honestidad brutal, en función de trazar un amplio territorio y circunferencia de un sujeto vivo y dinámico mientras anhela la reinvención propia en un mundo que arrasa con todo.
Título original: Harley Queen. Dirección: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda. Guion: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda. Casa productora: Mitomana producciones. Fotografía: Ronnie Fuentes. Edición: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda. Reparto: Carolina Flores, Cristián Donoso, Victoria Donoso. País: Chile. Año: 2019. Duración: 100 min.