Guerrero (3): La voz del hijo

Beatriz Sarlo sostiene que la memoria trata más de vacíos que de certezas. De ahí que el arte, la literatura, el cine, erigen formas o retóricas que buscan llenar esos vacíos con materiales diversos, imágenes de archivo y testimonios personales. En rigor, se trata de entramados que buscan disimular ese vacío. En La ciudad de los fotógrafos, por ejemplo, Sebastián Moreno recurre a la imagen fija, las fotografías y sus fotógrafos, al punto de vista de estos, además del archivo televisivo, pero también, a la reconstrucción lúdica del dispositivo fotográfico de cartón que evoca a la infancia, a la relación entre padre e hijo como forma de recuperar un vínculo afectivo desde la materialidad objetual. En tanto, en Habeas corpus, Moreno y Claudia Barril articulan, conjuntamente con imágenes de archivo y testimonios de testigos, escenas con soldaditos de juguete, evocando una imagen y un recuerdo imposible, desde el referente infantil, tal como hace la argentina Albertina Carri en su documental Los rubios. Con Guerrero, en tanto, tercera parte de esta trilogía de la memoria, Moreno apuesta por repetir el gesto testimonial del archivo, sin recurrir a escenificaciones propias, pero optando configurar un documental centrado en los afectos, sin recurrir a una nostalgia melosa.

El documental pone como acontecimiento central, por un lado, el secuestro de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino en las afueras del Colegio Latinoamericano de Integración, el 29 de marzo de 1985, y, por otro, el posterior degollamiento de los tres militantes del Partido Comunista. A partir de este crimen político, Guerrero se centra en el tránsito y periplo personal de uno de los hijos de Manuel Guerrero, de igual nombre, quien regresa a los lugares del exilio, previos y posteriores a la muerte de su padre. Desde este punto es preciso situar el relato, como una suerte de relato de viaje y de formación, que vuelve y camina sobre los pasos de su propia historia, a la vez que metonímicamente refiere la historia de un país. Primero, la etapa de infancia en Pest, en Hungría, lo muestra como un “ser raro” y dislocado. Luego, a los 11 años, viaja con su padre a la Unión Soviética, donde emerge el recuerdo del vínculo del padre con este país y los movimientos obreros, una suerte de “madre patria”, pero que para el hijo no es otra escena que la de la imagen de los “cosmonautas” y de Gagarin. De algún modo, desde ese recuerdo, se asumen ciertas distancias con la forma de asumir la resistencia política. Después de esa etapa viene Barcelona, cuando Manuel, el padre, regresa a Chile, seguido por la familia, en 1982.

En pleno estado de sitio, en Chile se suspenden derechos y libertades, ordenando la detención y expulsión del padre, quien entra a la clandestinidad, asumiendo quedarse en el país, optando por su “tierra, riesgosa y dolida”. De este modo, si las escenas del exilio oscilan entre el regreso desde el presente del hijo a los lugares del pasado, montadas con algunas imágenes de archivo televisivo o imágenes fijas; del regreso a Chile Sebastián Moreno remarca el uso de imágenes documentales, con la fuerza del discurso e imagen de archivo de Manuel, el hijo. Es entonces cuando su figura, la del presente, es reemplazada por la imagen y voz del niño al momento de ocurrido el asesinato: imágenes de él hablando firme hacia la comunidad y hacia la cámara. De este modo, la representación de Manuel Guerrero se va tiñendo de rabia, de peso y compromiso político, enfatizando el relato de formación sin asumir un tono apesadumbrado. La imagen archivo carga con ese peso histórico de dolor, mientras que la imagen del presente se proyecta, desde el afecto, hacia otras formas de construcción de la memoria.

Así, Manuel asume un rol activo que busca avanzar hacia la rebelión popular. Pasa de ser el hijo de un militante a un activista político en la clandestinidad, para luego partir al exilio, primero en Suecia y luego en la RDA. “Yo salí a formarme para después dar una guerra, que nunca más nos pillaran desarmados a las puertas de un colegio, que nos degollaran, que nos quemaran vivos… me quería volver una especie de hombre de acero”. Ahí pareciera surgir el sujeto heroico, que con rabia busca venganza vía la lucha armada. No obstante, da un giro, recula y opta por otro camino. Deja su militancia política. Arma su familia y regresa a Chile.

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En paralelo, rompiendo el marco afectivo y rabioso del hijo, surge la figura infame y pesadillesca del Fanta, Miguel Estay Reyno, exmilitante comunista quebrado y convertido en agente de la dictadura, que “empieza a aparecer en las conversaciones”, y que participó en la tortura del padre. Ese nombre pesa primero en los sueños y recuerdos de Manuel padre, tomando forma en su recuerdo de la tortura y el trauma; mientras que desde el hijo se intenta entender a ese sujeto “que le había hecho tanto daño a su padre”. Luego, en el documental, el Fanta, único civil involucrado, reaparece siendo parte de la reconstrucción de la escena del crimen, el “traidor, el que le había hablado al oído en 1976” al padre. El fantasma del sujeto infame regresa.

En general, Guerrero erige una retórica convencional del trauma y del duelo en torno a la violencia política durante la dictadura y la mediación de la memoria. El archivo y los testimonios priman al momento de representar lo irrepresentable. Sin embargo, el documental acierta al enfatizar y exacerbar los afectos, cotejando la voz del presente con la del pasado, contrastando la frialdad del relato adolescente de Guerrero —por un lado, con un discurso político claro y directo, y, por otro, con una mirada dolida, sin mirar a la cámara— con la del adulto, y enfatizando la distancia en tanto forma de articular una visión de la memoria hacia el futuro. Por cierto, desde ese lugar, apuesta por abrir una tercera vía de construcción, distante de la vía militante de los setenta y de la concertacionista de la transición. Guerrero opta por subrayar un discurso de la memoria personal en la ciudad, en la comunidad, en el país.

 

Nota comentarista: 7.5/10

Título original: Guerrero. Dirección: Sebastián Moreno. Guión: Claudia Barril, Sebastián Moreno. Producción general: Claudia Barril. Fotografía: David Bravo, Sebastián Moreno. Montaje: Sebastián Moreno. Música: Miguel Miranda. Sonido: Sebastián Moreno, Cristián Freund. País: Chile. Año: 2017. Duración: 65 min.