La cordillera: Explicando el poder

Podríamos decir que La cordillera forma parte de un conjunto más amplio de reflexiones audiovisuales sobre el poder. No es raro que esta película nos sitúe visualmente en la perspectiva íntima de quienes manejan los hilos del poder, algo que puede recordarnos a las series House of Cards o The Young Pope: con una mezcla entre humor sutil y política institucional, Santiago Mitre nos muestra una cumbre, realizada en Chile, de países latinoamericanos que buscan conformar una alianza petrolera local. La figura central del filme es el presidente argentino Hernán Blanco (Ricardo Darín), un mandatario sin fuerzas, simplón y proveniente del pueblo, sin experiencia política ni historia de linaje. Blanco es la figura necesaria para configurar los demás rostros del poder: frente al rostro de Blanco se oponen las astucias del presidente mexicano, el liderazgo del brasileño, el humor de la presidenta chilena (interpretada por la gran Paulina García, quien realiza una parodia a Bachelet digna de los chistes de Raúl Ruiz). Y hasta ahí el filme se instala como un vistazo por la cerradura del poder, lo que incluye el misterio, los secretos y los temores propios de un mandatario cuya única virtud es no tener pasado. La figura de Blanco, sin embargo, es interesante en relación con los rostros de otras reflexiones contemporáneas sobre el poder: a diferencia de Frank Underwood o del papa Lenny, Blanco es blanco, es decir que no esconde secretos, no manipula a los demás como obstáculos ni instrumentaliza sus acciones. Blanco simplemente llega a una cumbre en la cordillera chilena.

Pero detrás de ese relato sobre el poder, se articula un misterio que poco a poco cubre el filme como una mancha que termina por devorarlo. Antes de comenzar la cumbre, se descubre que el ex-yerno de Blanco amenaza con revelar malversaciones de fondos públicos que implicarían al gobierno argentino. Esta es la razón por la que Blanco manda a llamar a su hija Marina (Dolores Fonzi). Con ella en pantalla, la película ya no se ocupa tanto de los rostros del poder como de los rostros aún más íntimos de la psiquis. Con Marina el filme se tuerce hasta llevarnos a mirar a Blanco, ya no como un mandatario, sino como un hombre que debe superar sus temores más profundos. De esta manera Mitre configura una tesis sobre el poder sentada en una reflexión psicológica sobre la autoridad: mientras en el aspecto íntimo Blanco debe llevar una lucha con su hija para que no explote el problema de corrupción que la implica, en la cumbre debe superar las autoridades que se imponen sobre él. Una lucha doble de Blanco, con su hija y con los mandatarios que integran la cita internacional.

En esa mezcla entre discusiones sobre el poder, Mitre va entramando los relatos hasta convertir la cinta en un clásico filme en que el protagonista debe superarse a sí mismo para encontrar su identidad, forzando un clímax predecible donde debe producirse un acto emancipatorio. Lleva un filme que podría haber funcionado bien como una parodia de los gobiernos latinoamericanos hacia un thriller lento e innecesario. El trato que Mitre hace del asunto político nos lleva a pensar que este filme podría haber tenido por excusa cualquier cosa (un fin de semana en la nieve, por ejemplo, como lo hizo de manera majestuosa Ruben Östlund el 2014 con su Fuerza mayor), ya que lo político no sería más que un conjunto de decisiones que se toman de acuerdo al estado mental de los gobernantes.

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Es interesante, en este sentido, el paralelismo que mencionamos al comienzo. En series como House of Cards o The Young Pope el interés de sus protagonistas por mantener el poder radica en un exagerado deseo de tenerlo, una tautología que nos cautiva: el poder por el poder, a costa de lo que sea, con matices en cada uno de ambos personajes. Pero el ejercicio de Mitre es, en este sentido, profundamente literario, al buscar las explicaciones de las acciones de los personajes en cuestiones psíquicas y estados mentales. Mientras podríamos decir que en House of Cards o en The Young Pope vemos constantemente acciones que no se explican por motivos ajenos a ellas mismas, La cordillera realiza el ejercicio opuesto: donde aquellas revelan el vacío que habita el poder, Mitre intenta rellenarlo, intentando explicar las acciones de su presidente Blanco. Diríamos que ese ejercicio, el de Mitre, es profundamente contrario a la producción cinematográfica que reflexiona estos asuntos y que La cordillera bien podría ser una larga novela para leer en verano.

 

Nicolás Ried

Nota comentarista: 5/10

Título original: La cordillera. Dirección: Santiago Mitre. Guión: Mariano Llinás, Santiago Mitre. Fotografía: Javier Juliá. Reparto: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas, Gerardo Romano, Paulina García, Alfredo Castro, Daniel Giménez Cacho, Elena Anaya, Leonardo Franco, Christian Slater. País: Argentina. Año: 2017. Duración: 114 min.