El cine político en Chile

El cine político en Chile es más que entretenimiento. Es memoria, es denuncia, es un espejo donde el país ha visto su propia historia. Desde los años 60, las películas chilenas han acompañado momentos clave de la sociedad, registrando injusticias, levantando preguntas incómodas y enfrentando la censura.

Durante el gobierno de Allende, el cine fue esperanza y militancia. Con la dictadura, se convirtió en testimonio y resistencia, muchas veces desde el exilio. En democracia, el cine siguió luchando contra el olvido, revelando las heridas que aún no cierran. Hoy, con el estallido social y las nuevas luchas feministas, las películas vuelven a ser una herramienta de cambio.

El cine chileno no solo cuenta historias. Es un campo de batalla donde se decide qué se recuerda y qué se olvida, qué voces se escuchan y cuáles se silencian.

Orígenes del Cine Político en Chile (1960-1973)

A fines de los 60, algo empezó a cambiar en el cine chileno. Hasta ese momento, las películas hablaban poco de la realidad del país. Historias de amor, comedias ligeras, melodramas sin muchas preguntas. Pero en las calles la cosa era distinta: pobreza, desigualdad, movimientos sociales que exigían cambios. El cine no podía quedarse atrás.

Nació el Nuevo Cine Chileno, una corriente inspirada en lo que pasaba en otros países de América Latina, como Brasil con el Cinema Novo y Argentina con el Tercer Cine. Se trataba de un cine con los pies en la tierra, hecho con pocos recursos, pero con una mirada crítica y provocadora. No quería solo entretener, quería despertar conciencias.

Películas que marcaron la época

  • Tres tristes tigres (1968, Raúl Ruiz) retrató la decadencia moral y la marginalidad en Santiago con un estilo casi documental. Fue la película que rompió con todo lo anterior.
  • El chacal de Nahueltoro (1969, Miguel Littín) mostró la historia real de un campesino que mató a una familia y fue condenado a muerte. Más que un simple crimen, la película planteaba preguntas incómodas sobre la miseria y la falta de oportunidades.
  • Valparaíso, mi amor (1969, Aldo Francia) contó la historia de cuatro hermanos huérfanos que intentan sobrevivir en la ciudad puerto. La infancia pobre, la represión policial, la lucha por salir adelante.

Las imágenes eran crudas, los diálogos parecían sacados de la calle y los protagonistas no eran héroes, sino personas comunes, con vidas llenas de frustraciones. Era un cine que hablaba desde la rabia y la esperanza.

El contexto político

Mientras el cine cambiaba, el país también. En 1970, Salvador Allende llegó al poder con la promesa de un socialismo democrático. La política se vivía en cada rincón, en cada conversación, en cada plaza. Y el cine se convirtió en una herramienta de militancia. Se filmaban documentales sobre los cambios en el país, sobre los trabajadores organizándose, sobre el sueño de una sociedad más justa.

Pero el sueño duró poco. El 11 de septiembre de 1973, un golpe militar encabezado por Augusto Pinochet puso fin al gobierno de Allende. Lo que vino después fue censura, represión y el exilio de muchos cineastas. Pero la cámara no dejó de grabar.

La Dictadura y el Cine en el Exilio (1973-1990)

El golpe de Estado de 1973 no solo derrocó a un gobierno. También intentó borrar una historia, silenciar voces y controlar lo que se podía ver y decir. La dictadura entendió rápido el poder de las imágenes. Censuró películas, quemó archivos, persiguió cineastas.

El cine político que se estaba haciendo en Chile quedó mutilado. Algunos directores fueron encarcelados, otros tuvieron que escapar del país. En las salas, lo que antes eran historias sobre trabajadores, desigualdad y sueños de cambio, fue reemplazado por propaganda militar y entretenimiento inofensivo. Pero en el exilio, las cámaras siguieron rodando.

El cine desde el exilio: memoria y resistencia

Patricio Guzmán, uno de los nombres más importantes del cine documental chileno, se llevó su material fílmico en maletas y logró salir de Chile. Con esas imágenes, montó La batalla de Chile (1975-1979), un documental en tres partes que mostraba con brutal claridad el proceso que llevó al golpe y el impacto de la represión militar. No se pudo ver en Chile hasta años después, pero afuera se convirtió en un símbolo de resistencia.

Miguel Littín, otro exiliado, siguió filmando historias de lucha y memoria. Su película Actas de Marusia (1975) fue una de las pocas producciones chilenas de esos años en llegar a los premios Oscar. En 1985, disfrazado y con pasaporte falso, entró a Chile en plena dictadura para grabar en secreto un documental. El resultado fue Acta General de Chile (1986), un testimonio clandestino de un país en estado de miedo.

Raúl Ruiz, que ya había dejado Chile antes del golpe, también usó el cine para hablar del exilio y la memoria. Desde Francia, hizo películas como Diálogo de exiliados (1975), donde con humor ácido mostraba las contradicciones de los chilenos viviendo en el extranjero, divididos entre la nostalgia y la impotencia.

El cine dentro de Chile: censura y mensajes en clave

No todo el cine político se hizo afuera. Dentro de Chile, algunos directores lograron eludir la censura con historias que, aunque parecían hablar de otra cosa, escondían críticas a la dictadura. Un ejemplo es La luna en el espejo (1990, Silvio Caiozzi), una película que, bajo la apariencia de un drama familiar, hablaba del poder autoritario y el control sobre los cuerpos y las mentes.

Pero lo más común era el silencio. No había espacio para películas incómodas. Los cineastas sobrevivieron haciendo publicidad, trabajando en televisión o esperando que llegaran tiempos mejores.

Un cine que no dejó morir la memoria

Pese a la censura, el cine político chileno siguió vivo fuera del país. Las películas se proyectaban en universidades, en festivales, en espacios clandestinos. Se convertían en documentos de denuncia, en herramientas para que el mundo supiera lo que estaba pasando en Chile.

Cuando la dictadura terminó en 1990, lo primero que hicieron muchos cineastas fue volver con sus cámaras y grabar lo que había quedado después de 17 años de represión. Pero la vuelta a la democracia no significó que todo se resolviera. Al contrario, el cine tuvo que enfrentar un nuevo desafío: contar la historia de un país que, en muchos sentidos, prefería no mirar hacia atrás.

Post-Dictadura: Cine de Memoria y Transición Democrática (1990-2000)

En 1990, Chile recuperó la democracia, pero no la paz. Pinochet dejó el poder, pero no desapareció. Seguía como comandante del Ejército y su sombra cubría todo. Muchos chilenos querían pasar página, olvidar el horror de la dictadura y enfocarse en el futuro. Pero el cine no se lo permitió.

El cine político de los 90 se convirtió en un espacio de memoria. Ya no tenía que esconderse ni filmarse en el exilio, pero sí enfrentaba un problema: el miedo no se había ido. Hablar del pasado todavía era peligroso. Muchas víctimas de la dictadura seguían desaparecidas, muchas heridas seguían abiertas y los responsables de los crímenes aún estaban en el poder.

Películas que enfrentaron el pasado

Patricio Guzmán, que había pasado años documentando la dictadura desde el extranjero, volvió con su cámara para registrar lo que quedaba del Chile post-Pinochet. En Chile, la memoria obstinada (1997), mostró cómo las nuevas generaciones sabían poco o nada sobre lo que había pasado. La amnesia colectiva era una realidad.

Otras películas también se atrevieron a hablar de la dictadura desde distintos ángulos:

  • Amnesia (1994, Gonzalo Justiniano) retrató el trauma de un torturador que, años después, intenta llevar una vida normal.
  • La luna en el espejo (1990, Silvio Caiozzi) usó una historia sobre un hijo atrapado en casa por su padre autoritario como metáfora del Chile que no podía liberarse del control de los viejos poderes.
  • Los náufragos (1994, Miguel Littín) contó la historia de un hombre que vuelve a Chile después del exilio y se encuentra con un país irreconocible.

Estas películas no fueron masivas. No llenaban salas ni aparecían en la televisión. Pero estaban ahí, insistiendo en que Chile tenía que mirar su historia de frente.

La democracia y la contradicción del neoliberalismo

Mientras el cine de memoria intentaba reconstruir lo que la dictadura había borrado, el país entraba en un nuevo capítulo: la consolidación del modelo neoliberal. Pinochet se fue, pero el sistema económico que impuso siguió intacto. Se hablaba de crecimiento, de modernización, pero la desigualdad era brutal.

El cine empezó a retratar estas contradicciones. Caluga o Menta (1990, Gonzalo Justiniano) mostró a los jóvenes de las poblaciones atrapados entre la pobreza, la delincuencia y la indiferencia del Estado. Johnny 100 pesos (1993, Gustavo Graef-Marino) usó la historia de un asalto a un banco para hablar de la espectacularización de la violencia y la corrupción en la prensa.

Chile se había convertido en un país obsesionado con la estabilidad y el éxito económico, pero debajo de esa superficie había rabia y frustración. El cine lo veía y lo mostraba.

Un cine entre el pasado y el futuro

Los 90 fueron un periodo de transición para el cine chileno. Ya no había censura directa, pero sí un nuevo tipo de silenciamiento: la indiferencia. Las películas sobre la dictadura no tenían espacio en los cines comerciales. La televisión prefería comedias y telenovelas. El financiamiento era escaso.

Aun así, el cine político no desapareció. Siguió insistiendo en la memoria, en la justicia, en las deudas de la democracia. Porque aunque Chile ya no tenía una dictadura, todavía no podía decir que era un país libre.

El Cine Político en la Democracia (2000-2019)

Los años 2000 trajeron un nuevo aire para el cine chileno. La censura ya no era un problema y las películas empezaron a tener más apoyo, más visibilidad, más impacto. Pero la democracia seguía llena de sombras. Los militares que torturaron y asesinaron durante la dictadura seguían sin pagar por sus crímenes. La desigualdad, que ya era brutal, se volvió aún más evidente. Y la memoria seguía siendo un campo de batalla.

El cine político de esta época no se limitó a recordar el pasado. También empezó a hablar del presente. Se alejó de los discursos solemnes y buscó nuevas maneras de contar historias: desde la mirada de los niños, desde la ironía, desde el thriller.

El peso de la memoria en la gran pantalla

La dictadura seguía marcando la sociedad chilena, y el cine se encargó de recordarlo. Películas como Machuca (2004, Andrés Wood) usaron la perspectiva de la infancia para mostrar la brutalidad del golpe de Estado. Otras, como Post Mortem (2010, Pablo Larraín), se metieron en los rincones más oscuros de esos años, mostrando el horror desde dentro.

Pero la película que marcó un antes y un después fue No (2012, Pablo Larraín). Con un estilo que imitaba los comerciales de los años 80, contó la historia del plebiscito de 1988, cuando los chilenos votaron para sacar a Pinochet del poder. Mostró cómo la política se convirtió en un espectáculo publicitario, donde la lucha contra la dictadura tuvo que venderse con jingles pegajosos y mensajes optimistas. Fue un golpe a la nostalgia de la “transición pacífica” y una crítica al Chile moderno.

Nuevos temas: desigualdad, feminismo y diversidad

A medida que el país avanzaba en el siglo XXI, el cine político chileno amplió su mirada. Ya no se trataba solo del pasado. Las películas empezaron a mostrar el presente, sus injusticias, sus fracturas.

  • El club (2015, Pablo Larraín) sacó a la luz el encubrimiento de la Iglesia Católica en los casos de abuso sexual.
  • Una mujer fantástica (2017, Sebastián Lelio) puso en el centro a una mujer trans y su lucha contra la discriminación, marcando un hito en el cine latinoamericano.
  • Jesús (2016, Fernando Guzzoni) retrató la violencia de los jóvenes en un país que los ignora y los margina.

Estas películas mostraban un Chile que ya no solo hablaba de su pasado, sino que empezaba a cuestionarse su presente.

El cine como reflejo del malestar social

En los últimos años de esta etapa, el país empezó a agrietarse. Las protestas contra el sistema de pensiones, las luchas feministas, la rabia contra la educación de pago. El descontento estaba en la calle, y el cine no tardó en captarlo.

Películas como Araña (2019, Andrés Wood) abordaron el resurgimiento de la ultraderecha en Chile, conectando el presente con las viejas heridas del pasado.

Mientras tanto, el cine documental seguía siendo una herramienta de denuncia, con trabajos como El pacto de Adriana (2017), donde una joven descubre que su tía fue parte de la policía secreta de Pinochet.

El país estaba al borde de algo grande. Se sentía en las conversaciones, en las universidades, en los barrios. Algo iba a estallar. Y cuando lo hizo, el cine estuvo ahí para documentarlo.

Cine Político en el Chile del Estallido Social y la Nueva Constitución (2019-presente)

En octubre de 2019, Chile explotó. La subida de 30 pesos en el metro fue la chispa que encendió una rabia acumulada por décadas. Millones de personas salieron a las calles a protestar contra la desigualdad, la precarización y la falta de derechos básicos. Fue un momento de quiebre, un punto sin retorno. Y como siempre, el cine estuvo ahí para registrar, interpretar y cuestionar lo que estaba pasando.

El cine documental: testigo de la revuelta

Si hubo un género que capturó el estallido social en tiempo real, fue el documental. Directores salieron con sus cámaras a filmar las marchas, las asambleas, la violencia policial. Patricio Guzmán, quien había dedicado su vida a documentar la historia política de Chile, no podía quedarse fuera. En Mi país imaginario (2022), mostró cómo el estallido no fue solo una protesta, sino un despertar colectivo.

Otras producciones también registraron este momento clave, como El ruido de los trenes (2022), que exploró el vínculo entre la memoria de la dictadura y las violaciones a los derechos humanos durante la represión de las protestas.

Feminismo y nuevas voces en el cine político

Uno de los grandes motores del estallido social fue el feminismo. El colectivo LasTesis lo dejó claro con su intervención Un violador en tu camino, que se viralizó en todo el mundo. Y en el cine, esta ola de cambio también se hizo sentir.

Chile ‘76 (2023, Manuela Martelli) fue una de las películas más potentes de los últimos años. Ambientada en la dictadura, cuenta la historia de una mujer de clase alta que, casi sin quererlo, se involucra con la resistencia. Pero más allá del contexto histórico, la película habla de los silencios, los miedos y las pequeñas rebeliones que también son parte de la lucha política.

Otras películas recientes han abordado temas de género, identidad y opresión desde perspectivas frescas, alejadas del cine político tradicional. La vaca que cantó una canción hacia el futuro (2022, Francisca Alegría) combina realismo mágico con ecología y feminismo, demostrando que las nuevas generaciones de cineastas están explorando el activismo desde otros lenguajes.

El cine después del plebiscito: incertidumbre y nuevas preguntas

El estallido social llevó a un proceso constituyente que prometía cambiar Chile para siempre. Se votó por una nueva Constitución, se eligió una convención ciudadana, se redactó un texto con derechos fundamentales nunca antes garantizados. Pero en 2022, en un giro inesperado, la nueva Constitución fue rechazada en el plebiscito.

¿Qué pasó? El cine ya está buscando respuestas. Las próximas películas y documentales no solo analizarán lo que significó el estallido, sino también las esperanzas frustradas, las divisiones políticas y el futuro incierto.

Chile sigue en transformación. Y mientras haya historias que contar, mientras haya preguntas sin responder, el cine político seguirá encendiendo la pantalla.

El cine político en Chile ha sido más que imágenes en movimiento. Ha sido memoria, denuncia y resistencia. Desde los años 60, ha acompañado los momentos clave del país: el ascenso de Allende, el golpe militar, la dictadura, el exilio, la transición a la democracia y, más recientemente, el estallido social. Cada generación de cineastas ha encontrado su propia manera de contar la historia, ya sea desde el documental, la ficción o nuevas formas narrativas.

El cine chileno ha demostrado que la política no solo se juega en el Congreso o en las protestas. También se juega en la forma en que recordamos, en las historias que nos atrevemos a contar y en las verdades que elegimos no olvidar. En los 70, las películas militaban por el cambio; en los 80, luchaban contra el olvido; en los 90, buscaban justicia. Hoy, siguen incomodando, siguen preguntando, siguen encendiendo la pantalla con imágenes que no dejan a nadie indiferente.

Chile sigue en disputa. Su historia no está cerrada. Y mientras haya algo que decir, el cine político estará ahí para documentarlo, cuestionarlo y, por qué no, imaginar un futuro distinto.

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