Gloria (Sebastián Lelio, 2013): Trazos de un cine femenino/feminista
Gloria es bella, divertida, conmovedora.
Su premier en Berlín fue, justamente, también todo esto. Puro entusiasmo de un público que no paraba de aplaudir al final de la función. Público que incluso se hacía partícipe de ella, como si ésta fuera una de esas películas de antaño, en los cines de barrio, le aplaudía entusiasta a la pantalla ante un pequeño triunfo de la protagonista, jugando ese juego un poco olvidado de los afectos cinematográficos. Los comentarios posteriores de la crítica fueron consistentes con ese momento, transformando la película en una de las favoritas de la competencia oficial –reacción histórica para una película chilena en la Berlinale.
¿Qué hace especial a Gloria? Quizás me parece tan notable porque soy una verdadera “fan de la emoción”, como diría un amigo crítico. Sin embargo, no es pura emoción efectista la de Gloria, no. Nada de puro juego de espejos. Es la puesta en escena de la complejidad de los afectos y las emociones entramadas en ellos; en la discusión intelectual, en el lenguaje cinematográfico, en la belleza de las imágenes. Planos cuidadísimos que, sin llegar a evidenciar un formalismo de texto, están grácilmente integrados al mundo de la protagonista y su historia. La película se desenvuelve en imágenes que son extensiones de Gloria: colores, olores, revelaciones de los detalles que significan todo.
Una peluquería, un escape playero, bailar, manejar, sexo casero. La filmación subraya la naturaleza de lo cotidiano, que no se desarrolla en tiempos muertos o suspendidos, sino más bien en pasajes dinámicos y necesarios. Sucede que Gloria no está en una fase contemplativa, sino que por está sumergida en una etapa de la vida donde actúa intensamente, donde efectivamente vive, se aventura, se apasiona. No hay vejez en su envejecimiento, madurez quizás. Aprendizaje, seguro. Bajo la mirada de Gloria crecer no tiene límites, y el viaje sobre las inseguridades e inconsistencias vitales trasciende toda juventud física.
Hay algo de reivindicativo, de justo, en esta película. De hecho, creo que Gloria es la película chilena más feminista que he visto en mucho tiempo. Entiendo aquí por ‘feminista’ una cierta disposición política y estética del cine, que está determinada por el tipo de mirada que se construye sobre el mundo, y no por quienes la enuncian. El feminismo no sería así propiedad exclusiva de nosotras, las que nos identificamos como féminas, sino que se refiere a nuestra capacidad de comprender al otro/a como un/a igual, independiente de nuestro género.
Ese feminismo de Gloria no se encuentra entonces en una especie de toque ‘femenino’ acorde a las convenciones de sociedades como la nuestra. No es ni la delicadeza de su mirada ni su voluntad por lo íntimo, lo que la caracterizan como tal. No se trata tampoco de una suerte de militarismo inconsciente, pues la empatía por la figura femenina no raya nunca en la indulgencia o en la exaltación. Es, en cambio, ese balance justo que condiciona la mirada, la posición de un narrador que comprende plenamente a la protagonista en todas sus dimensiones, que la ve como sujeto. La película entiende a la mujer como madre, cierto, pero también como trabajadora, como amante, como amiga. Y ninguno de esos roles la define por completo o la sustrae de ser un sujeto autónomo, independiente de tales definiciones sociales. Gloria es realmente, como muy pocas veces en nuestro cine, la protagonista de su historia.
Quizás el secreto de Gloria sea esa revitalización del viejo proceso de identificación. Sebastián Lelio nos presenta un personaje con aristas, con profundidad y textura, al que le creemos, con el que queremos luchar, por el que podemos llorar. Un personaje femenino que nos mira de frente, sin envoltorios de fantasioso misterio. Hay aquí un carácter memorable del que luego de la película, en la calle, podemos acordarnos como si fuera una amiga/madre real. La película nos invita a realizar el pacto lúdico al que nos mueve la buena ficción: imaginar que hay una Gloria ahí caminando, entre la gente, viviendo más allá de la pantalla.