El Agente Topo (3): Espacio para una duda

De todo lo dicho acerca de este filme nominado a los premios Goya y dos veces a los Oscar, postulando a este último a Mejor documental y a Mejor película extranjera, veo lugar para algunas reflexiones acerca de lo que genera en la audiencia y de sus procedimientos de registro. Primero, en cuanto a las estructuras de sentimientos, El Agente Topo ha golpeado fuerte a sus espectadores ya que presenta distintas maneras de sentir, las cuales, encausadas con precisión y fuerza, no demoran en tocar a una audiencia poco acostumbrada a conmoverse con un documental, puesto que esta forma de conocer el cine lleva consigo, todavía, la apariencia de ser un flujo de información dura y fría.  

Vi esta película varios meses después de su estreno y las emociones se me aparecieron una detrás de otra a medida que Sergio Chamy, el protagonista, iba dejando su huella de bondad e inocencia por los pasillos del hogar de ancianos donde estuvo tres meses infiltrado. Sin embargo, no puedo dejar de percibir una especie de niebla en el espacio que quedó plasmado entre los ancianos del hogar y el equipo de producción, entre las personas filmadas y quienes estaban detrás de las cámaras. Acercarse a investigar el comportamiento humano de personas reales que viven los últimos años de sus vidas en un asilo, con sus enfermedades, soledades y memorias dañadas, era algo que en Chile no habíamos visto con tal realismo en el cine, y Maite Alberdi es la primera en llegar a construir un retrato de ello usando el registro de la realidad con recursos del cine de ficción. 

De todo lo dicho acerca de este filme nominado a los premios Goya y dos veces a los Oscar, postulando a este último a Mejor documental y a Mejor película extranjera, veo lugar para algunas reflexiones acerca de lo que genera en la audiencia y de sus procedimientos de registro. Primero, en cuanto a las estructuras de sentimientos, El Agente Topo ha golpeado fuerte a sus espectadores ya que presenta distintas maneras de sentir, las cuales, encausadas con precisión y fuerza, no demoran en tocar a una audiencia poco acostumbrada a conmoverse con un documental, puesto que esta forma de conocer el cine lleva consigo, todavía, la apariencia de ser un flujo de información dura y fría.

El primer flujo de emoción corre de prisa, con pocos recursos la imagen se hace entender, la puesta en escena describe el lugar común de la oficina de un detective privado, acto seguido, el testimonio de varios hombres en edad de jubilar genera malestar pues es la comprobación de que la tercera edad sigue buscando trabajo a pesar de tantas cosas, y además, de lo difícil que se les hace ser tomados en cuenta. Son personas que probablemente durante décadas depositaron su confianza en la promesa difundida por el modelo neoliberal de pensiones, situación que también aparece retratada en Nomadland de Chloé Zao (2020), sin embargo, la sugestión de un sentimiento negativo como la injusticia no aparece de manera directa como en el filme de Alberdi. En esta película no hay tiempo para la contemplación.

Uno de los referentes del universo cinematográfico de la directora es Errol Morris, conocido por ser uno de los documentalistas más cuestionado por el uso que hace de dispositivos intermediales que generan encuentros indirectos entre el director y sus entrevistados/personajes. Sus películas más recordadas son The Blue Thin Line (1988), Mr Death: The rise and fall of Alfred Leuchter, Jr. (1999) y The Fog of War (2004), las cuales comparten el estilo neo-noir y tramas políticas detectivescas. Morris marcó el estilo transgresor de su cine también con el uso a veces excesivo de escenificaciones cercanas al cine B, como por ejemplo en la introducción de Mr Death, donde solo un plano de Leucher hace evidente la ironía y la intención con la que Morris construye la imagen de su protagonista. En la obra actual de Alberdi, también intervienen sonidos e imágenes que fuerzan la atmósfera de los espacios filmados, por ejemplo, las primeras vistas del hogar de ancianos están acompañadas de un sonido jazzero a tiempo relajado y dilatado, que contrasta con la música intrigante de las escenas donde aparece el agente secreto. La misma función tienen los insertos de imágenes de flores y pillamas de tonos pasteles colgados al aire libre bajo el sol, que introducen el asilo como un lugar donde se encuentra la felicidad. De manera tal, se instala la promesa de un final feliz desde el inicio, si Chamy cumple con el rol de espía en el hogar San Francisco encontrará la liberación de sus preocupaciones y tristezas, volverá a casa transformado.

Otro sentimiento de malestar presente en la película, aparece en las secuencias del asilo de ancianos donde los personajes hablan del abandono que sienten por parte de sus familias, emoción de injusticia que se podría desplazar además hacia el Estado que no se hace cargo del sistema de pensiones existente en Chile. Si bien esta situación genera tristeza en varios momentos del filme, el malestar no embarga toda la película, así como en La once (2014) y Los niños (2016), las obras anteriores de Alberdi, aquí también existe un equilibrio de sentimientos positivos y negativos, ya que tanto el protagonista como Marta, Sonia y Rubi, entre otras pacientes en situación de vulnerabilidad, son mostradas en la plenitud de sus momentos más felices dentro del asilo, como mujeres divertidas y generosas. 

El balance que Alberdi produce al dirigir estos sentimientos es como todo intento de equilibrio: delicado y precario. Se puede decir de Chamy que fue elegido por su manera bondadosa de actuar a pesar de las injusticias sociales, y que dentro de la institución se relaciona de manera positiva con las pacientes. En esta trayectoria se percibe el trabajo de observación y registro que la directora asumió antes de que el agente topo llegara al asilo; en una entrevista audiovisual en torno a La once, explicó que su estrategia considera un estudio extenso del espacio y del comportamiento de los personajes, para tener una idea de qué esperar cuando comienza el rodaje.

La inquietud de la que quiero hacer eco es una intuición que aparece al intentar imaginar cómo se hicieron estas imágenes y qué les depara, en ese sentido, la oscuridad del pasado y el futuro forma parte de la pregunta en sí. Sin embargo, en el filme hay momentos donde se expresan estas dudas, el primero es cuando la hija de Sergio cuestiona la legalidad de la investigación, y pregunta si podría recaer sobre él un castigo por una posible violación a la privacidad de los ancianos. Rómulo Aitken, personaje que funciona como una suerte de doble opuesto de la directora, quien le sirve como un actor-disfraz para distanciarse de los personajes, le responde con una serie de datos de acuerdos legales para persuadir el cuestionamiento, sin embargo, Alberdi, que estaba a su lado, interviene y le dice que también debe tener en cuenta que los pacientes no saben que es un infiltrado. La información conocida abiertamente dentro del asilo es que se estaba haciendo una película y que por eso rondaban los camarógrafos. Entre un dato y otro se encuentra el pequeño lugar que cede a segundas interpretaciones, pero que es llenado con el deseo de Chamy de participar en el proyecto, formar parte de algo interesante que le llenará la vida de nuevas cosas y relaciones que lo ayudarán a dejar atrás la ausencia de su fallecida esposa.  

Alberdi codirigió Yo no soy de aquí (Alberdi y Zickyte, 2016), mediometraje que registra el día a día de una mujer con síndrome de Alzheimer en otra casa de reposo, en él también habita esa ausencia que parece ser un consejo de ética que preserve la dignidad de personas cuya consciencia del tiempo y espacio es vulnerable. De esta manera, lo que parece ser una autoría que combina realismo documental con hibridación de géneros, genera, por otro lado, sospechas en torno a la instrumentalidad de los medios por los cuales se logra el fin, el cumplimiento de la promesa expresada al inicio.

 

Título original: El agente topo. Dirección: Maite Alberdi. Guion: Maite Alberdi. Casa productora: Malvalanda, Micromundo, Motto Pictures, Sutorkolonko, Volya Films. Producción: Marcela Santibañez. Fotografía: Pablo Valdés. Montaje: Carolina Siraqyan, Menno Boerema, Sebastián Brahm. País: Chile. Año: 2020. Duración: 90 min.