De Jueves a Domingo (Dominga Sotomayor, 2013)
De Jueves a Domingo la ópera prima de Dominga Sotomayor, narra un viaje de fin de semana de una familia chilena, a través de los ojos, sensaciones y recuerdos de Lucía de 10 años, la hija mayor del matrimonio de Ana (Paola Giannini) y Fernando (Francisco Pérez Bannen).
Desde el comienzo y como constante del recorrido del film la imagen se centra en Lucía, quien observa desde distintos lugares y situaciones las dinámicas que se establecen entre ella y su hermano, entre sus padres, entre estos y algunos amigos, entre el grupo familiar, y en definitiva todas las anécdotas que se producen en un viaje en auto hacia el norte, lo que provoca una exacerbación de las relaciones, todo se polariza, se vuelve más evidente, más incómodo y más inevitable.
La sencillez del relato deja implícita la complejidad de las relaciones humanas, lo incómodo de sostener un viaje dentro de un auto para una pareja que está a punto de separarse, intentar disfrutar con los hijos y no traspasar a estos ningún tipo de preocupación más que aprovechar un fin de semana largo, quizás el último en que estarían los cuatro juntos.
De Jueves a Domingo tiene la cualidad de remontar al pasado personal de cada espectador, a los recuerdos íntimos pero a la vez conectados colectivamente por la música romántica muy característica de los 80 (Emanuel, Jeanette), las tonalidades pasteles de las imágenes que se presentan como metáfora de ojear un álbum familiar de fotos, desteñido con los años pero resguardando vívidamente las emociones inconclusas y sin expectativas de un niño en un paseo familiar, de ese que todos alguna vez tuvimos, de los silencios, las discusiones solapadas de los padres, de la inocencia retenida con naturalidad. A pesar de la complejidad de una extenuada relación entre adultos y de las incomodidades del viaje, Lucía no pierde jamás la frescura y alegría propias de una niña que disfruta sin prejuicios andar descalza, sentir el viento y el sol en su cara y los juegos con su hermano.
La precisión, prolijidad y continuidad de las escenas, la textura y los colores sin saturación de las imágenes, el importante soporte de la música que actúa como acompañante de cada uno de los personajes, contextualizando y explicitando las confusas e íntimas emociones de cada uno, especialmente de Lucía, quien observa con inocente sabiduría las dinámicas de la difícil comunicación de sus padres, -a quienes ella hace frente de espalda al espectador-, vuelven la película una propuesta intensa y de perfecto equilibrio estético, que sin duda será de las mejores que veremos en cartelera este año.