Informe XXV Fidocs (2): Resignificando los bordes de lo real
Plantear un festival pequeño le ha permitido a FIDOCS concentrarse en una programación que vuelve a situarlo como el evento que consagra el documental como un cine rebelde, que cuestiona desde distintas miradas, historias y reflexiones a una sociedad contemporánea, los modos de relacionarnos entre nosotres y nuestro entoro, y del mismo modo re-pensar el cine como un arma narrativa que va más allá de un debate entre lo real y la ficción.
Huub Bals, cuando le preguntaban sobre el Festival Internacional De Cine de Rotterdam que él creó, siempre mencionaba que su sueño era hacer un festival pequeño, donde solo se exhibiera lo necesario, sin presiones industriales o mediáticas. En la breve, pero precisa ceremonia inaugural del XXV FIDOCS, su directora Antonia Girardi señalaba que habían querido realizar un festival pequeño pero grande al mismo tiempo. Y esa definición es, quizás, la que mejor apunta a este nuevo FIDOCS, el que comenzamos a vislumbrar desde 2019 con el nuevo equipo dirigido por Girardi.
Una de las premisas que se pueden observar en estos nuevos FIDOCS, es que el foco está puesto en una programación que reposicione al festival como el espacio del documental en Chile, pero al mismo tiempo como un lugar en que se puedan reencontrar las audiencias con un cine vinculado a los procesos que se están viviendo en el hoy. En ese contexto, la presentación del cortometraje (o micro metraje) As Revoluções Também Têm Frio (2021), una película que homenajea a las protestas de Portugal en 1974 y que realiza un vínculo con lo vivido en Chile desde 2019, haciendo un llamado a cuidar las revoluciones mientras un personaje que camina en la nieve porta una bandera. Este cortometraje de la documentalista portuguesa Catarina Vasconcelos (La metamorfosis de los pájaros, 2020) abría cada una de las exhibiciones de la competencia.
La primera película que vi fue la inaugural, Cow (2021) de Andrea Arnold. El documental sigue la vida de Luma, una vaca lechera de una granja en Inglaterra. Cow presenta a Luma casi siempre en cámara, la vemos parir, dar leche, pero principalmente la vemos sufrir durante el proceso en que le quitan a sus terneros desde muy pequeños. Arnold nos hace empatizar con un animal que es visto como una mercancía, logrando transmitir emociones que habitualmente se presentan como humanas, mostrando cómo la desolación y desesperación es parte de nuestra animalidad. Luma no es humanizada, sino que somos nosotros quienes nos conectamos con nuestra naturaleza animal.
También pude ver The Story of Film: A New Generation (2021) una suerte de actualización al trabajo que hace Mark Cousins retratando y dialogando con la historia del cine. Lo más interesante de esta versión es que se abre un poco más a los cines alejados al canon cinematográfico dominante, incluyendo una mayor variedad de autores y miradas para comprender la historia del cine más allá del eje Europa-Hollywood. Se incluyen autores como Sebastián Lelio, Mati Diop, Lucrecia Martel y se agregan películas de cineastas como Patricio Guzmán, Kore-eda, Godard, entre otros. Aún así, la mirada de Cousins, al igual que la mayoría de los autores enfocados en la historia del cine, está sesgada en su visión europea anglófona, donde el desarrollo del arte cinematográfico está fuertemente enfocado en la promoción de cineastas europeo-norteamericanos como los grandes articuladores del desarrollo y evolución del cine a través del tiempo.
Un bloque al que le puse particular atención fue a la competencia de cortometrajes emergentes. Susurros del hormigón (2021) de Matías Rojas juega con el concepto del material encontrado para hacer un retrato crítico sobre el desarrollo inmobiliario en la región de Valparaíso. El documental reflexiona sobre el consumo de la naturaleza en pos de un capitalismo desenfrenado, que se ve cuestionado desde una mirada que propone la materialidad del cine como resistencia reflexiva ante la depredación de los territorios. Mundo (2020) de Ana Edwards propone un diálogo entre el mundo aimara, su cultura, lengua, territorio y espiritualidad ante la llegada de la Iglesia Evangélica a su zona, donde sus creencias se ven modificadas del mismo modo en que cambia su forma de relacionarse con su entorno. Así aprendí a leer (2021) de Mati Araos invita, en tres minutos de documental, a cuestionarnos como el lenguaje modifica y restringe nuestra educación y el modo en que nos relacionamos. El documental utiliza el silabario tradicional, para observar la construcción del lenguaje y su relación con nosotros. Son los tres cortometrajes más interesantes y con propuesta autoral más clara que pude ver dentro de la competencia.
Hubo más películas que pude ver, como Travesía Travesti (Nicolás Videla, Chile 2021), El gran movimiento (Kiro Russo, Bolivia-Francia-Catar-Suiza 2021), El cielo está rojo (Francina Carbonell, Chile 2021), y No Táxi do Jack (Susana Nobre, Portugal 2021). Sin embargo, quiero cerrar comentando sobre la construcción de la programación y del festival en general. Sin duda, el cambio de dirección de FIDOCS desde 2019 ha permitido reencontrarse con una propuesta de festival auténtica, que busca comprender no solo al medio del documental o agradar a la comunidad del cine, sino que interpela a una audiencia que necesita espacios de reflexión sobre el documental. Pensar un festival desde la capital siembre tiene el riesgo de intentar hacer algo industrial que supere la capacidad de gestión y sostenibilidad que pueden tener los espacios dedicados al cine. En este sentido, plantear un festival pequeño le ha permitido a FIDOCS concentrarse en una programación que vuelve a situarlo como el evento que consagra el documental como un cine rebelde, que cuestiona desde distintas miradas, historias y reflexiones a una sociedad contemporánea, los modos de relacionarnos entre nosotres y nuestro entoro, y del mismo modo re-pensar el cine como un arma narrativa que va más allá de un debate entre lo real y la ficción. En sí, un documental siempre es una ficción que busca cuestionarnos lo que pensamos, creemos y sentimos.