Informe XXIV Fidocs (1): Añoranza y urgencia en el cine de lo real
Las restricciones a las proyecciones presenciales que han caracterizado el complejo año que se va, significaron para la 24° edición del Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS) una tremenda oportunidad descentralizadora de llegar de manera virtual a nuevos públicos en regiones, que en ocasiones agotaron los tickets on line y gratuitos, que por razones geográficas no habían tenido acceso a esta curatoría sobre “el cine de lo real” que aborda nuevos temas del presente con propuestas de no ficción de cuidada y vanguardista factura.
Las restricciones a las proyecciones presenciales que han caracterizado el complejo año que se va, significaron para la 24° edición del Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOCS) una tremenda oportunidad descentralizadora de llegar de manera virtual a nuevos públicos en regiones, que en ocasiones agotaron los tickets on line y gratuitos, que por razones geográficas no habían tenido acceso a esta curatoría sobre “el cine de lo real” que aborda nuevos temas del presente con propuestas de no ficción de cuidada y vanguardista factura. El ensayo autobiográfico La metamorfosis de los pájaros de la directora portuguesa Catarina Vasconcelos, ganadora de la Competencia Internacional de Fidocs 2020, Premio del Jurado Joven a Mejor Ópera Prima y anteriormente merecedora del Premio Fipresci a la Mejor Película en la sección Encuentros del Festival de Berlín de este año, refleja en buena medida el espíritu sensible e inspirador de este festival de documentales fundado hace casi un cuarto de siglo por el realizador chileno Patricio Guzmán. Del reconocido documentalista radicado en Francia en esta edición de Fidocs se exhibió en pantalla grande al aire libre -a modo de clausura- La cordillera de los sueños (2020), la más personal de sus películas de la trilogía de la luz (que también integran Nostalgia de la luz y El botón de nácar), en la que reconoce la profunda soledad que lo ha acompañado desde el golpe de Estado de 1973.
Los antiguos creían que los pájaros que emigraban y los que llegaban a un lugar eran los mismos, como si hubieran sufrido una metamorfosis, dice el relato en off de la realizadora de La metamorfosis de los pájaros, su primera obra y que constituye un poético diario personal, con un tono melancólico y pausado que emociona y deja un dejo de nostalgia persiguiéndonos por varios días. Catarina nos sumerge en un mundo visual en que ella misma -además de la dirección y el guión- realiza la dirección de arte, logrando poner en imágenes la "saudade" o añoranza por su madre y la madre de su padre, ausencias que unen a padre e hija cuando ambos las han perdido; él de manera intempestiva y ella, después de una larga enfermedad.
Formada en la Academia de Artes de Lisboa, Caterina Vasconcelo explora bellas, idílicas y creativas manifestaciones visuales echando mano de espejos, vidrios, rostros estampados en banderas, composiciones de color que parecen pinturas y toques de surrealismo, para encontrar la palabra "madre" (que enuncia en distintos idiomas) en la cortina de franela verde que la recuerda; en las discusiones sobre la existencia de Dios y de los ovnis; en el otoño; en el marcador de libros; en la Reforma Agraria; en las plantas que se apropiaron salvajemente de la casa familiar antes de venderla. Con ello homenajea a las madres de las madres de las madres de las madres y así hacia atrás en la genealogía materna.
Jacinto -el padre- fue criado por Beatriz junto a sus cinco hermanos, mientras su padre, el capitán naval Henrique, se ausentaba por largas temporadas en el mar, donde recibía las cartas y telegramas que le envíaba "Triz" y los discos donde podía escuchar las voces de ella y sus hijos, a una de las cuales conoció recién cuando tenía 4 años. De pequeño, Jacinto quería ser un pájaro y tenía problemas respiratorios, pero no por falta de oxígeno, sino de aire y de libertad, porque se sentía ahogado en esa casa religiosa y en su país, Portugal. Para él era impresentable la idea colonial de descubrir un continente (África) que ya había sido habitado por millones de personas y comenzó una colección de sellos postales de Senegal, Angola, Mozambique o Cabo verde.
Catarina, la hija, pensaba que su abuela Triz era una fotografía y cuando de grande supo que su abuelo ya anciano había pedido a sus hijos que quemaran las cartas entre ambos como una forma de despedida (mientras él vivía en un asilo por su propia voluntad), se coló en el sótano para buscarlas, sin comprender el deseo del capitán por destruirlas, que sin embargo era su derecho porque eran propiedad de su historia de amor. Más que por la ausencia de la madre de Catarina (que murió cuando ella tenía 17 años y es el vínculo afectivo más directo entre ellos), la directora y su padre se conectan emocionalmente por la nostalgia y los recuerdos de sus respectivas madres, tal vez metamorfoseadas en los pájaros que se resistieron a irse en los viajes estacionales de la migración.
La ausencia se convierte en Zaho zay de Maéva Ranairojaona y Georg Till (Madagascar, Francia y Austria) en un ejercicio de imaginación de una hija que trabaja como guardia de una prisión sobrepoblada que sueña con la vuelta del padre, que sin embargo es un asesino que la abandonó cuando niña tras matar a su propio hermano. Con crudas imágenes reales de hombres privados de libertad en condiciones de extremo hacinamiento y con escenas recreadas de quien podría ser el padre imaginado, la realizadora lo pesquisa y trata de encontrarlo entre los delincuentes que llegan a la prisión en Madagascar, en esos rostros donde busca sus rasgos para recordarle que de niña se escondió en las cañas de azúcar para no ver lo que él hizo y que nadie le devolverá la niñez. Un íntimo y contradictorio relato de una mujer que a pesar del daño infringido por el padre, ya de adulta sigue sufriendo su abandono, soñando con él e imaginando que se convierte en un asesino mítico que tira los dados para decidir el destino de sus víctimas.
También realizada por una mujer directora y con una clara perspectiva de género, Río turbio (Premio Prix Georges de Beauregard FID Marseille 2020) de la argentina Tatiana Mazú González -que además hizo el guión y la fotografía- transmite una atmósfera oscura y temerosa sobre la cultura minera del pueblo de la Patagonia argentina que titula el documental, en que las mujeres han debido soportar la discriminación y los persistentes intentos por culparlas por la fatalidad propia de las profundidades subterráneas, hasta que se organizan, militan y marchan para superar el silencio que les ha sido impuesto por generaciones. Basado en entrevistas a once mujeres cuyos testimonios se escuchan en off (la que perdió a un hermano en faena, la que acompañó a su marido en resistencia sindical), Río Turbio mezcla formatos de 16mm, mini DVD, VHS, Súper 8mm en un relato que comienza con la negativa de los Yacimientos Carboníferos Río Turbio al ingreso de la realizadora a la mina de carbón sin mayores justificaciones, lo que retrata a la perfección el persistente mito machista de que las mujeres no pueden entrar a una mina porque ésta “se pone celosa” y se pueden generar accidentes (como si la culpa fuera de las mujeres y no de la precariedad). Dividido en capítulos que hacen alusión a la estrategia o perseverancia, el documental utiliza imágenes en negativo, planos geológicos y sonidos de impresoras que exponen los dispositivos, partes en blanco y negro e imágenes ampliadas hasta la pixelación de la foto antigua de la abuela de la directora apuntando con un rifle, en un actitud de autodefensa a la que tuvieron que recurrir las mujeres ante la negación de la que han sido objeto en los pueblos mineros.
La familia propia es la unidad retratada en Ayer había cosas extrañas en el cielo del realizador brasileño Bruno Risas, que siendo una película de no ficción incluye un pasaje que no lo es y que viene a confirmar a través de un hecho fantástico que incluso ante la pérdida temporal de uno de los miembros claves de la parentela, todo sigue igual. Es la madre del realizador la que lleva gran parte del peso de un hogar donde el padre está desempleado y ve cada vez más deteriorada su autoestima (es sabido que los hombres construyen su identidad personal en base al trabajo) hasta subsumirse en la depresión, la abuela es una carga más que cuidar y la hija aporta lo que puede con el bajo salario de su trabajo precario. El director no vive con ellos, por lo que aprovecha el doble juego de mirar desde afuera y, a la vez, entrar y salir de la escena de la dinámica familiar en que es la madre la que continúa inyectando optimismo a pesar de las penurias económicas. Es en ella donde se centra la acción, son sus movimientos los que la directora de foto (e inicialmente novia del director) ensaya para ubicar la cámara, definir el plano y el encuadre y es quien actúa, explicitando en una escena a su hijo/director que ella no es una actriz profesional y que intenta hacerlo lo mejor posible, a lo que él le responde que éste es un trabajo por el cual le está pagando, evidenciando que “lo real” igualmente es una representación que requiere una puesta en escena.
La urgencia persistente
No resulta nada fácil ver los 80 minutos del documental El monopolio de la violencia del periodista, escritor y documentalista francés David Dufresne compuesto principalmente por imágenes de abusos policiales grabadas por celulares en 13 ciudades francesas analizadas por especialistas de las ciencias sociales y por las propias víctimas, cuando en Chile aún resuenan las violaciones a los derechos humanos cometidas por agentes del Estado durante la revuelta popular del 2019 (la mayoría de las cuales se mantienen en total impunidad); persisten decenas de jóvenes encarcelados en prisión preventiva por más de un año; y las mutilaciones oculares, los torturados y fallecidos nos recordaron dolorosamente que, como dice la canción que Nano Stern le dedicó a Gustavo Gatica, "el Nunca Más no era verdad".
Son demasiadas y preocupantes las similitudes entre la violencia policial francesa y la chilena (de hecho, en el filme aparece un funcionario de Estado chileno exponiendo ante un organismo internacional), alertando de un fenómeno de dimensiones globales que ha deformado el principio de que es el Estado quien tiene el monopolio de la violencia según la definición de Max Weber. La legalidad del uso de la fuerza que los ciudadanos cedemos al Estado en función del control del orden público y la estabilidad, en los hechos ha mutado a la ilegitimidad del abuso policial, constituido en un peligroso régimen disciplinario y en una forma de violencia institucional, elementos contradictorios con una democracia de larga tradición y sólidos cimientos que debe respetar al derecho a la manifestación.
En un interesante ejercicio de análisis de imágenes de violencia policial contra los chalecos amarillos en los dos últimos años (proyectadas a gran escala para que se vuelva imposible sustraerse de ellas), especialistas desmenuzan los principios del Contrato social de Rosseau, el régimen democrático como forma esencial de disenso y el derecho a manifestarse. Confrontando al único oficial de policía que estuvo dispuesto a aparecer en el documental, un joven periodista le encara que los sectores populares han sido laboratorios de violencia policial, leyes de emergencia y doctrina policial, y que la gente blanca que antes no se veía afectada por la violencia en la periferia, se da cuenta hoy cuando la sufre en carne propia.
Tan urgente, pero más brutal todavía, es la representante de Italia al Oscar a Mejor Película Extranjera, Notturno, co-producción italiana, francesa y alemana dirigida por Gianfranco Rosi que en tanto documental de observación retrata la bestialidad de las tiranías, invasiones, regímenes corruptos, dictaduras, el Estado islámico que han afectado al Oriente medio en la fronteras entre Siria, Irak, Kurdistán y El Líbano, representada en diversas situaciones de terrible realismo. El dolor de una madre que visita la celda donde su hijo fue torturado y asesinado, las notas de audio que le envía a su madre una hija secuestrada por Isis, una obra de teatro sobre la Patria con pacientes psiquiátricos o grupos de reos con cabezas rapadas vestidos de naranjo, mirando al suelo y obligados a dormir en un lugar tan reducido que ni siquiera les queda espacio para estirar sus piernas; imágenes tan escalofriantes que obligan a preguntarse cómo pudieron ser obtenidas. Una de las secuencias más dramáticas son los testimonios de niños víctimas de la guerra, que a través de dibujos con violencia explícita narran las atrocidades que les tocó vivir o presenciar, como si la vida en esos territorios se hubiera transformado en una noche eterna.