Informe XXI Ficvaldivia (4): Waiting for August (Teodora Ana Mihai. Béligica- Rumania, 2014)

Invisible e inaudible, Teodora Mihai nos presenta la cotidianeidad de siete hermanos  rumanos, que han debido adoptar una orfandad improvisada tras la partida de la madre, quien, dada la precaria situación económica rumana, debe viajar a Italia para trabajar como ama de llaves y poder sustentarlos. Invisible e inaudible, porque  lo único que resuena  en la pantalla es el pulso de un hogar que respira, la contingencia del devenir, la vida desmantelada en pantalla, feroz y sorprendente sólo por su condición de anónima y aparentemente intranscendente, aun cuando sobrevive sólo sustentada en el heroísmo de quienes la viven.

Con fuerte impronta de cine directo, la única intervención que parece hacer Mihai es la de escoger extractos de la vida, la de diseccionar la realidad y fragmentar el cotidiano, para amalgamarlo y darle condición de relato. Waiting for August es aquello que se erige de entre toda esa profusión de realidad, aquello elegido como apto para contar la historia.

Sin voces en off, sin entrevistas frente a la pantalla, la autora nos instala en un asfixiante departamento en Bacau, Rumania, en medio del invierno, donde seis hermanos deambulan con cierto frenesí, mientras Georgiana, la mayor de las hermanas, permanece ajena, cocinando mecánicamente, imbuida en un rol improvisado.  No hay intermediarios en esta intromisión doméstica, no hay prólogo que nos permita parapetarnos ante una realidad que nos toma como advenedizos, solo un leve presentimiento autoral en el sutil encauzamiento que hace Mihai, cuando se detiene en  la mirada ausente de una niña que cocina y que permanece al margen de sus hermanos, que hacen  interminables listas de regalos a la madre, vía telefónica.  Entendemos entonces que el peso simbólico de este relato recae en Georgiana, la niña de 15 años que resulta ser la madre escogida por la necesidad y el abandono.

El relato transcurre sin aparente afección, como el  friso de la vida cotidiana de un grupo de niños obligados a alienarse en función de imperativos macroeconómicos que seguramente no entienden, pero que los determinan. Eximida  de cualquier intuición de catastrofismo, a poco andar entendemos que el conflicto se instala en la condición, en la esencia de un relato antinatural, pero que sin embargo fluye con cierta ligereza. Si podemos hablar de tensión dramática, quizás sucede allí, en ese núcleo inexplicable que forja seres indefensos como autores de sus propias contingencias, acometiendo la empresa de hacerlo, sin desgarro, sin trizaduras. Por lo mismo, en aquellos espacios donde la cotidianeidad opera con extrema asiduidad, donde todo parece extrañamente normal, Mihai nos aleja, y con voluntad panóptica, nos muestra esa realidad que ya no vemos por la  inusitada cercanía que hemos alcanzado con lo representado; una madre que sólo existe en su versión telefónica o precariamente audiovisual en la pantalla de un computador caduco. Para escucharla,  es necesario arreglar cables, retomar la llamada más tarde, hacer turnos, condensar los avatares del día. La imagen paterno-filial, mediatizada siempre por un dispositivo, se vuelve difusa y artificiosa, pixelada y meramente informativa, en los días de la revolución tecnológica.

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Es que si hay algo que instala y cuestiona Waiting for August es el lugar desde el cual deben hablar los discursos filiales, las condiciones de posibilidad de ser padre y de ser hijo en sociedades cuyos imperativos obligan y subsumen los cánones, pervierten las tradiciones,  para finalmente terminar inhabilitando los lugares desde los cuales se ejercen ambas condiciones y reinventando una idea de normalidad, muchas veces nociva, contraproducente. Es la necesidad de progreso, lo que atomiza el origen, en este caso, a la familia como núcleo primigenio de la sociedad, y lo que construye nuevas formas de relacionarse con la otredad, nuevas formas de ser hermano, vecino, hijo, comunidad.

Toda esta complejísima trama de resistencias, caducidades y renovaciones, subsisten bajo esa normalidad sin sobresaltos de niños que comparecen ante su destino con la templanza del héroe trágico, como quien sabe desde un principio lo que debe hacerse.  Sólo a través de la materialización de ese abandono, ostensible en la comunicación telefónica con la madre, en la forma en Georgiana habla con ella, refiriéndose a sus hermanos como “tus hijos” tratando a duras penas de reinstalar la lógica, de eximirse de una impostura, o en la amenaza de una monja de enviar a los niños a un orfanato por la situación en la que se encuentran, que nos distanciamos de la cotidianeidad aparentemente protegida y controlada de esta familia, para , en esa hondonada, construir otro film, uno crítico, que esta vez no habla de la inmigración económica ni de los grandes relatos socio-culturales,  sino de cómo construirse íntegro, aun habiendo sido asolado por un abandono, justificado, necesario y encomiable, pero abandono, a fin de cuentas.

Luna Ceballo