Informe XXI BAFICI (4): Películas rioplatenses
A Chile llegan muy pocas películas provenientes de países latinoamericanos, este problema se hace aún más evidente cuando el criterio para elegir esas pocas películas se basa en quién actúa (Darín, Francella, Martínez) o dirige (Campanella), es decir, los mismos de siempre, los que a estas alturas no asumen ningún riesgo en sus propuestas y tienden a repetir viejas fórmulas. Es cosa de analizar la cartelera actual de películas latinas en Chile, que salvo la gran excepción que es Las hijas del fuego, solo tiene para ofrecer El cuento de las comadrejas. El cómputo final es de solo dos películas latinoamericanas en cartelera, la misma cantidad de películas que hay de Marvel (Avengers: Endgame y Dark Phoenix), ni hablar de la cantidad de producciones estadounidenses.
La posibilidad de ver películas latinas en una sala de cine termina restringiéndose, finalmente solo tenemos acceso a ellas en ciclos ocasionales (como el mes de cine uruguayo que se hace actualmente en Cineteca Nacional) o festivales. En estos últimos gran parte de la programación está compuesta de películas latinoamericanas que ofrecen un amplio panorama del estado del cine en la región, algo que las salas comerciales niegan sistemáticamente.
Esto lo digo porque tuve el privilegio de ir al último BAFICI y ver muchas películas latinas. Para este texto seleccioné las uruguayas y argentinas, aunque en el anterior informe hablé de Claudia y Badur Hogar, que bien podrían incluirse aquí. En el festival también se exhibieron películas de México, Cuba, Perú, Colombia y Chile, pero, con motivo de acotar este informe para que alguien pueda leerlo entero sin morir de aburrimiento en el intento, me quedé con la región del Río de la Plata como marco.
Breve historia del planeta verde
Comenzamos con la última película del argentino Santiago Loza, que llegaba a BAFICI con muchas expectativas luego de su recorrido exitoso por el festival de Berlín, donde obtuvo dos premios Teddy. Fue su estreno en Argentina como parte de la competencia oficial argentina (hoy está en cartelera en Buenos Aires).
El primer plano de la película nos muestra a la protagonista durmiendo con un antifaz de E.T. y a partir de una genial secuencia descriptiva vemos el despertar de ella y sus amigos, introduciéndonos en la rutina matutina de cada uno. Luego de demostrarnos cómo la vida en la capital asedia a estos tres amigos, una llamada hace que los tres personajes decidan emprender un viaje a la casa donde vivía la abuela de la protagonista, lejos de la ciudad. Allí cambian las cosas, la abuela murió y dejó algunos cabos sueltos, entre ellos hay un entrañable extraterrestre violeta resguardado en una especie de incubadora.
Santiago Loza logra grabar estas secuencia del extraterrestre de una manera tan amena que el brusco cambio de género (desde una ficción que parece bordear el realismo a la ciencia ficción) no parece siquiera un cambio sino una progresión liviana, acompañada de movimientos de cámara lentos y circulares que privilegian caras y objetos en primer plano, usando cortes solo cuando parece realmente necesario. El efecto de esto es una especie de verosimilitud absoluta de lo fantástico, donde los personajes asumen como una nueva misión en sus vidas devolver al extraterrestre a su planeta. Se inicia con este nuevo motivo una especie de road movie articulada en las diferencias (algo que puede pensarse junto a Las hijas del fuego), donde los cambios de tono y género seguirán ocurriendo, aunque algunas veces parecen mejor logrados que en otras.
En esta película, de corta y amena duración, que tiene una primera mitad increíble y una segunda bastante buena, el tránsito de identidades, cuerpos y géneros van logrando una apología de la diferencia (marcado principalmente por la protagonista trans, pero contrastado también con el extraterrestre) que no es solo narrativa sino también formal, logrando una coherencia estética que no es precisamente un elemento común del cine de nuestros tiempos.
Los tiburones
En una Competencia Internacional con ausencia de directores/as argentinos, la presencia latinoamericana corrió por parte de Monos, del colombiano Alejandro Landes (que no pude ver) y de la película uruguaya Los tiburones.
Esta ópera prima, escrita y dirigida por Lucía Garibaldi, está protagonizada por Rosina, una adolescente de 14 años que se encuentra junto a su familia (padres, hermana grande y hermano pequeño) en un balneario de la costa uruguaya. Allí se dedica a pasear en bicicleta y nadar. Un día cree ver un tiburón, o lo que parece ser su aleta, y como en cualquier pueblo pequeño esta noticia circula bastante rápido, llegando incluso a la televisión. En seguida los hombres toman el protagonismo de determinar la urgencia y la solución del problema de los tiburones, algo que Garibaldi comienza a tensionar a partir del uso del fuera de campo narrativo, amplificando la paranoia del balneario y la tensión de sus habitantes mientras al mismo tiempo comienza a narrar el acecho de Rosina a Joselo. Él trabaja junto al padre de Rosina y otros dos hombres haciendo jardinería en las casas del balneario. Ella los acompaña frecuentemente y comienza a sentir atracción por Joselo, algo que no es negado por alguna de las dos partes aunque es constantemente marginado por la diferencia de edad y las implicancias sociales de lo que podría ser la materialización sexual de dicha relación. Rosina comienza a rodear a Joselo, lo busca constantemente, pasa a su casa, le roba la mochila y después a su perra. Intenta incomodarlo, llamar su atención, mostrar que le importa pero que también le desagrada.
La metáfora animal funciona completamente en la película, mientras parece que los tiburones no existen, de todas maneras se vive la tensión de su posibilidad, la conducta del pueblo se materializa en el comportamiento de Rosina frente a Joselo. Creo que lo difícil de lograr es que dicha metáfora no sea subrayada ni evidenciada, sino progresivamente construida y nunca enunciada. Un efecto de cómo esta metáfora animal cae en la necesidad de evidenciarse se puede ver en Los perros de Marcela Said.
La integración orgánica de los tiempos del balneario en la duración del plano es fundamental para que Los tiburones pueda producir su misma plausibilidad de una manera que no sea azarosa ni disruptiva. La alteración de la vida del pueblo se materializa por lo tanto en el montaje, lo que supera la necesidad de tener que remarcar la inquietud detonada por los tiburones. Quizás el único "pero" de esto sea una escena en la se replica un vicio que parece muy presente en el cine latinoamericano, hablo de aquellas escenas en que al son de la música electro-pop los personajes bailan y saltan en cámara lenta, un recurso que parece propio de la publicidad y el video clip, pero que han replicado Breve historia del planeta verde, Nunca vas a estar solo, Una mujer fantástica, Claudia y un largo etcétera.
Fin de siglo
Fin de siglo consiste en una especie de transformación de la idea que Richard Linklater hace con la trilogía Before. Allí dos amantes se encuentra en tres películas y tiempos distintos, cada una de ella es un día en sus vidas. Lucio Castro realiza un ejercicio parecido, sin embargo, logra hacer que los distintos tiempos -pasado, presente y futuro- se conjuguen genialmente dentro de la película, a través de cortes cuya inteligencia radica en su simpleza.
En Barcelona transcurre esta historia de dos amantes que recorren la ciudad hablando de cualquier cosa, conociéndose a ellos mismos y la ciudad. En el presente se encuentran para después darse cuenta que ya se habían conocido en el pasado, donde también habían sido amantes, luego queda espacio para elucubrar futuros posibles, juntos o separados, los finales abiertos que propone la arriesgada estructura narrativa de Lucio Castro es su principal fortaleza.
Para hacer esto, Castro se vale de los pocos objetos que forman parte de la película, un refrigerador con botellas de cerveza y una polera de Kiss parecen unir todas las narrativas, una puesta en escena simple pero efectiva, donde los objetos pasan a ser más importantes para el tiempo de los personajes que ellos mismos. Una justa ganadora de la Competencia Argentina.
Las facultades
El primer largometraje de Eloisa Solaas, quien ya había colaborado en Bacanal (1999), participó en la Competencia Argentina y es para mí una de las mejores que vi en el festival. Yo no sé si tendrá que ver con que toda mi vida me la he pasado anclado a la educación formal, o con que justo cuando vi la película estaba en vísperas de conocer los resultados de mi examen de título, pero fue imposible no sentirme identificado con el amplio abanico de personas que conforman este relato.
Solaas establece una narrativa coral a partir de distintos estudiantes que están preparando sus exámenes finales, hay estudiantes de cine, botánica, música, sociología, arquitectura, ingeniería y filosofía. Cada uno de ellos estudia no solo algo distinto sino en lugares completamente distintos, vemos a la estudiante de botánica analizando plantas, a los de arquitectura armando una maqueta, a los de filosofía discutiendo sobre los neo platónicos en un departamento. Pero también vemos a una estudiante tomándose la cabeza en las escaleras y a un estudiante que luego de ir a la universidad debe volver a la cárcel porque está preso.
Todos son estudiantes y se nota que Solaas también lo fue, ya que el tono del relato se basa en la ternura y la paciencia hacia el aprendizaje, a las personas que lo adquieren y los lugares que lo posibilitan. El relato, consistente en diversos inicios y finales, espera a todos y respeta el tiempo de cada uno, así como da lugar al “fracaso” académico, a los que reprueban los exámenes. Porque justamente el aprendizaje no debe ni tiene por qué ser resultadista, sino paciente, humano y transformador. Justamente, la reivindicación del tiempo de estudio y de los procesos reflexivos es también una declaración política en términos de la transformación que produce todo esto en los sujetos, a los que vemos aprender ideas y discutirlas junto a sus pares, algo que hace tanta falta hoy.
Teniendo en consideración el actual vapuleo a la educación pública en Argentina y la nula presencia de un sistema de universidades públicas en Chile, esta película acierta en su enfoque y montaje, ya que intenta simplemente capturar aquellos estresantes minutos previos a -y dentro de- un examen. Le basta con eso para lograr un relato transformador y emancipador, porque Solaas entiende que para ser testigo de estos procesos no se necesitan aspavientos ni voz en off, ni siquiera una banda sonora original (mucha de la música que se ocupa en la película proviene del examen que rinde el estudiante de música).
Método Livingston
También en la Competencia Argentina, y ganadora del Premio del Público, el segundo largometraje de Sofía Mora es una aproximación al gran personaje que es el arquitecto argentino Rodolfo Livingston, que actualmente tiene 87 años. La directora se adentra en la búsqueda de un personaje complejo, nómade, contradictorio, pero sumamente humano, que habla de todo con delicadeza y genialidad, y que además suele hacer chistes bastante divertidos.
La historia de Livingston va de que luego de estudiar en Argentina viaja a Cuba, donde se encarga en los primeros años de la revolución de llevar a cabo un programa de viviendas para algunos barrios. Allí llega al famoso método Livingston, consistente en una co-construcción de casas a partir de las necesidades de la gente y las herramientas del arquitecto. Dicho sistema funcionó bastante bien en Cuba y hoy en día se enseña en las universidades. En la actualidad Livingston vive en Buenos Aires, donde volvió hace algunos años a hacer clases en la universidad, seguir trabajando como arquitecto e incluso tener alguna participación en la gestión pública. Mora lo acompaña por Buenos Aires, a casas de amigos, a la universidad, a su oficina. Pero también introduce algunos videos de archivo donde se puede ver que la lengua ácida de Livingston siempre ha sido así y no es ninguna novedad.
Este film tiene una particularidad que lo hace entrañable, y que si bien ocurre algunas veces no es un elemento frecuente. Hablo de la transformación de la película en su proceso mismo de construcción, cuando el fuera de campo altera el cuadro, el contexto transforma al personaje y todo esto a la misma película. Me refiero a la noción del cine como un sistema interviniente que también se transforma a sí mismo, que no puede ser objetivo ni parcial, sino que siempre depende de la subjetividad y, por lo mismo, es un choque sobre lo que sea que haya detrás de la cámara. Lo anterior lo digo porque mientras Livingston habla de un viejo amor uno de los camarógrafos se da cuenta que se refiere a su abuela, le comenta aquello y Livingston se sorprende de que siga viva porque hace décadas que no sabe nada de ella. Así se abre una historia paralela que culmina en el reencuentro de Livingston con este viejo amor, algo que si bien es azaroso no podría haber ocurrido sin la voluntad primera de hacer cine.
En fin, este homenaje en vida a Rodolfo Livingston es una reivindicación de un método de hacer las cosas, del trabajo colectivo alejado de la idea del experto, tanto de los cineastas como del personaje. De la misma forma que a lo largo de la película hay reverberaciones de las tensiones que guiaron su vida hacia el contexto actual argentino: ya sea la falta de áreas verdes, la poca rigurosidad periodística, los problemas de vivienda etc.
La fundición del tiempo
En esta especie de documental escindido, consistente en dos partes totalmente distintas que dialogan entre sí, el director reflexiona sobre la bestialidad de los humanos. El uruguayo Juan Álvarez Neme primero lo hace a partir de un japonés arborista de Nagasaki que ayuda a que el bosque se reforeste, plantando especies nativas y recuperando las que están a mal traer. Allí reflexiona cómo la bomba atómica cambió totalmente el suelo, que algunas especies mutaron, que la devastación producida por el humano al medio ambiente es irreversible. Toda esta secuencia que dura aproximadamente 50 minutos está filmada en blanco y negro, en un bello contraste que se corona con una toma de la lluvia cayendo en una estación de tren, en lo que parece un homenaje a los encuadres de Yasujiro Ozu.
La segunda mitad es totalmente distinta. En ella un hombre del campo, que puede ser porteño o uruguayo (sepan disculpar que aún no pueda diferenciar totalmente dichos acentos) está domando a sus caballos. Los saca del corral y los pasea, ellos comen y luego vuelven al establo. Pero hay algunos que aún no han sido domados para transportar humanos, de eso se encarga el hombre por más de media hora, de pelear con el animal para que este se amanse y reciba dócil la rienda, la silla y el humano. Esta secuencia, a diferencia de la anterior, está filmada en color.
Personalmente creo que la primera parte podría ser por sí misma un gran mediometraje, sin embargo, la transposición con la segunda secuencia no parece amena, sino que el cambio total de colores, idiomas y lugares, sumado a la diferencia entre la afabilidad del japonés y la bestialidad del rioplatense, si bien nos muestran los contrastes del comportamiento humano, no parecen validar la tesis que la película anhela reflexionar. Aunque los jurados de la Competencia Latinoamericana deben opinar lo contrario ya que le dieron el premio.
Tiro de gracia
Una sorpresa inesperada fue Tiro de gracia, película de Ricardo Becher del año 1969, allí se refleja la escena cultural porteña de mediados de siglo, entre los bares de Florida y Boedo, donde escritores, cineastas, artistas plásticos y músicos conviven entre copas y fiestas. Con una cámara intrépida, movediza, con una fotografía en blanco y negro que enaltece Buenos Aires de noche, Brechner hace una tremenda película, acompañada de la música de Manal (en la presentación se dijo que era la primera película argentina en tener banda sonora de rock) y de cantos de la Guerra Civil española (hubo muchos hijos de dicha guerra en esa época en Buenos Aires).
Llegué a ella por recomendaciones de argentinos que alababan la restauración exitosa de esta obra: tenían toda la razón, esta es una película gigante, divertida, audaz, demasiado moderna para su época. La restauración que hace el Museo del Cine es preciosa y ojalá alguna vez pueda exhibirse en Chile en un programa doble junto a Tres tristes tigres, una película que podría ser la hermana trasandina sin ningún problema.
Pistolero
En esta película, que llegué a ver por pura casualidad, me encontré con el primer largometraje de Nicolás Galvagno, una especie de western que sigue a lsidoro Mendoza, un Robin Hood moderno con ribetes mitológicos que asalta bancos y otros lugares.
La principal fortaleza está en las actuaciones de sus personajes y las escenas de robos y huida, que son divertidas y bastante elaboradas. La película empieza muy bien, haciendo uso del amplio espacio vacío de la región de Cuyo, no cayendo en clichés para presentar a los personajes y con acción desde los primeros momentos. Sin embargo, luego de que el panorama parece bastante claro, aparece la siempre poco pertinente hebra del amor romántico imposible que intentará unir a Mendoza con una profesora que ha llegado a su pueblo, y que obviamente es la mujer más hermosa que se ha visto por esos lados. Ese cliché se une a que a pesar de que hay un buen personaje de sheriff, este no logra cuajar en una historia que no le deja mucho lugar.
Ituzaingó V3rit4
En blanco y negro Raúl Perrone traza una sátira al ambiente del cine independiente, sus deseos frustrados y paranoia. Esta película, presente en la Competencia Argentina, se centra en un director independiente, rey en su terruño, una estrella de pueblo con un star system limitado, que va desde el restaurant a una fiesta y en esos trayectos transcurre el absurdo del modo de vida de la escena independiente, con guiños a Bafici incluidos.
Pronto pareciera que se agota la sátira y la mofa de la pantomima pomposa, sin embargo, Perrone deja algunas escenas que quedan en la memoria, como cuando van cinco en un auto bastante borrachos cantando "Eh Cumpari", del italiano Julius La Rosa, con mímicas a la inclusión de los distintos instrumentos incluida.