Informe XLVII Festival de Cine de Rotterdam: Un tigre en invierno
Como neófito de la experiencia festivalera, existe aún un emocionante factor de sorpresa que llega cuando mis expectativas se enfrentan a la realidad. La ambición previa a llegar por primera vez a un festival puede generar el ansia por “comprender” el evento. Pasé mis primeros días en el Festival de Cine de Rotterdam con la pretensión de planificar un trazado coherente de visionados que me permitiera descifrar el espíritu de su selección, aquella conexión secreta que realizan los programadores para conformar un “discurso” de festival. Al final, y esto ya no debería sorprenderme, el recorrido termina siendo mucho más sinuoso y accidentado de lo que se pretende. La cantidad de películas, secciones con líneas programáticas propias y actividades paralelas hicieron que terminara perdido entre su programación, intentando hallar posibles conexiones en cada caminata desde el hotel hacia el centro.
Cuando Bero Beyer -actual director del festival- presentó en la sección Voices la discreta, y muy hongiana, A Tiger in Winter (Lee Kwang-kuk) se bromeó respecto a la coincidencia del título tanto con el animal-símbolo como con la estación del año característicos del festival. En la cinta, la vida de Gyeongyu empieza a desmoronarse el mismo día en que un tigre se escapa del zoológico de Seúl. Las desventuras amorosas y filiales del protagonista parecen coincidir con la amenaza invisible del tigre que atemoriza la ciudad. Durante toda la película el protagonista intenta darle coherencia a los eventos que parecen obedecer secretamente a la presencia del animal suelto. Para un extranjero en Rotterdam puede ocurrir algo similar: el festival cubre todos los rincones de la ciudad, por lo que cada evento vivido parece regido por su presencia. Darle coherencia a esta secuencia de eventos y películas es lo que, al igual que Gyeongyu al final de la obra, intentaré al destacar algunos momentos del festival.
Comienzo en falso
Rotterdam es un festival que busca priorizar en su programación la obra de directores emergentes -su competencia oficial no admite más allá de la segunda película- que tengan algún tipo de exploración formal o narrativa. Tanto Hivos Tiger Competition como Bright Future actúan como el foco principal del festival, dejando a los cineastas consagrados y películas con buena trayectoria festivalera para las secciones paralelas. Por esta misma razón, la programación de una obra formalmente conservadora como Jimmie (Jesper Ganslandt) como apertura solo puede ser entendida como un guiño complaciente del festival a la obligatoria misión “social” de los festivales europeos. El problema no reside en dar la partida con una obra que se encargue de las crisis actuales de continente, sino en el tono de fantasía paternalista que sostiene la obra de Ganslandt. Como el mismo director aclaró, Jimmie es un ejercicio de “caminar en los zapatos” del otro. La película presenta una distopía en la que Estocolmo se ha convertido en una ciudad peligrosa debido a una nueva guerra. Esto obliga al pequeño Jimmie a escapar junto a su padre hacia diferentes ciudades europeas en busca de refugio. En el camino se encontrarán con neo-nazis, nuevos focos de peligro, la violencia de la policía fronteriza, y distintos grupos de refugiados suecos.
Es necesario ser incisivo respecto a cómo las películas festivaleras tratan la representación de la crisis de refugiados en Europa. La tendencia a incluir algunas de estas obras muchas veces parece más bien guiada por la idea de marcar un gesto de buena conciencia que por una reflexión en torno a la representación política. Casos como el de Berlín -que han premiado durante dos años seguidos películas sobre el tema- dan para pensar respecto las formas opuestas que pueden tomar un mismo tópico: la miseria y los cuerpos anónimos de Gianfranco Rosi en el Oso de Oro de 2016 Fuocoammare, contra el humanismo elemental de Aki Kaurismäki en El otro lado de la esperanza en 2017. Ambas obras demuestran la preocupación de los festivales por discutir el tema, pero la diferencia entre sus formas refleja cierta confusión discursiva. El caso de Jimmie se suma por el lado de las representaciones problemáticas. ¿Acaso Gaslandt no se da cuenta de lo ridícula que puede resultar una escena de un ataque neonazi a un grupo de personajes blancos y rubios? Es un llamado a la empatía que de tan inocente, resulta ofensivo.
Bright Future
Mi participación en esta edición del festival se dio en el marco del programa Young Film Critics, una instancia de formación destinada a críticos jóvenes de todo el mundo que el festival viene realizando desde hace años. Una de las actividades del taller incluía tomar parte de las discusiones del jurado FIPRESCI para premiar una obra de la sección Bright Future. Esta responsabilidad implicó que aquella sección del festival sea la única que pudiera conocer de manera más o menos completa.
La sección competitiva de Bright Future sigue el mismo espíritu de la competencia principal Hivos Tiger, pero con un límite más acotado que solo permite primeras películas. Ver varias obras de esta sección en conjunto presenta algunas ventajas interesantes, como el hecho de casi no poder tener información previa antes de cada proyección, pero también hace visibles algunos signos de irregularidad programática. Esto se debe a que una sección como Bright Future se encarga de apostar por cineastas nuevos que toman riesgos formales, lo que significa que uno puede encontrarse con una voz novedosa un día, y con un impreciso experimento al siguiente. Desde el cuestionable freak show realizado con extractos de YouTube de The Pain of Others (Penny Lane), hasta el extremo cotidiano semi-documental de Ordinary Time (Susana Nobre), Bright Future es una sección que permite todo tipo de tratamientos y propuestas.
De los casi 15 títulos que tuve que ver para la deliberación, la brasilera Azougue Nazaré fue la película que defendí durante las reuniones. El jurado de FIPRESCI, sin embargo, no se mostró especialmente entusiasmado con el debut de Tiago Melo, dejándola fuera de la lista corta después de las primeras discusiones. Por fortuna, el jurado principal decidió darla como ganadora de la competencia general. La película de Melo, producida por Mendonça Filho, hace un homenaje a la cultura de la música maracatu en Pernambuco. En ella un grupo de amigos se prepara improvisando distintos cantos para el carnaval. El problema comienza cuando un pastor evangélico de la comunidad inicia una campaña para detener el maracatu por considerarlo música diabólica.
Si bien el conflicto principal de Azougue Nazaré se puede resumir de esta manera, el tratamiento de Melo contiene múltiples líneas narrativas unidas delgadamente por la cultura del carnaval. Desde el comportamiento machista de los músicos, hasta las distintas interpretaciones que se le pueden dar a un pasaje bíblico, la película forma un relato coral que indaga por distintas aristas de la cultura latinoamericana. La obra de Melo no se puede resumir desde la disputa entre la cultura invasora (religión evangélica) y la cultura “originaria” (carnaval, maracatu), sino desde las distintas posibilidades de interpretación que existen en una cultura mestiza. Aquellos que defienden el maracatu no están necesariamente en contra de la prédica del pastor, sino que tienen sus propias lecturas del mismo texto sagrado. Las complejidades de las disputas históricas de la religión entendidas desde el continente son el tema principal de Melo, quien además contamina toda la película con el espíritu del material que lo inspiró. Con atuendos coloridos, un montaje musical, y algunos asomos de magia que recuerdan al cine portugués, Azougue Nazaré es una película que espero consiga algún tipo de distribución en Chile. Su indagación en el presente y la historia neocolonial no resulta nunca quejosa, sino fresca, compleja, y divertida.
Asia en Rotterdam
Como he comentado, la gran cantidad de secciones y películas no me permite hacer un balance demasiado decisivo de cada sección. Sin embargo, y puede ser solo debido a la azarosa selección que seguí este año, la variada y consistente representación del cine asiático parece ser uno de los puntos altos de la programación. La ganadora de la competencia principal de esta edición, The Widowed Witch (Cai Chengjie), viene de China, y otros cines nacionales, como el filipino, fueron representados tanto por obras de carácter más narrativo y comercial (Respeto, de Alberto Montreras II) como por relatos íntimos y fragmentados (Nervous Translation, de Shireen Seno). Dentro de esta selección me gustaría destacar dos películas japonesas que, si bien no eran estrenos exclusivos del festival, se encuentran dentro de los visionados a los que más he vuelto mentalmente durante los días siguientes.
Se trata de dos de las pocas películas que escogí conociendo obras anteriores de ambos directores. La épica de casi tres horas Hanagatami (Nobuhiko Obayashi) puede que se convierta en la última entrada de la extensa filmografía de su director. Incluida en la sección Deep Focus -dedicada a las últimas películas de autores consagrados- lo último de Obayashi comenzó con una triste introducción en video en la que el director se excusaba por su ausencia debido a estar padeciendo una avanzada fase de cáncer. Quizás sea por esta razón que Hanagatami me llegó como una sentida reflexión en torno a la muerte, a pesar de su sobrecargada y frenética propuesta Al igual que en su clásico del terror absurdo Hausu (1977), la mezcla de técnicas experimentales y humor absurdo podría hacernos pensar que lo de Obayashi no va tan en serio. Sin embargo ambas obras ocultan un relato personal sobre el trauma de la bomba atómica y las amistades perdidas del director durante su infancia en Hiroshima.
Hanagatami emplea todo tipo de técnicas para su tratamiento plástico: una corrección de color que tiñe al cielo con tonos imposibles, fondos recortados, cambios de cadencia, uso reiterado del CGI, etc. A diferencia de Hausu, esta vez la trama posee una estructura bastante más aterrizada que su tratamiento visual. En la película, el joven Toshiko vuelve a Japón después de pasar su adolescencia en Ámsterdam, lo que lo lleva a una lenta adaptación en una nueva escuela. La primera hora avanza a través de distintas escenas que describen el cotidiano del grupo, incluyendo el comienzo de algunos romances y desconfianzas. A pesar del humor absurdo y el tratamiento de collage que Obayashi mantiene durante todo el metraje, cuando la guerra empieza a separar a los personajes la película se tiñe con una densidad, un peso trágico que cae sobre sus personajes. Desde ese momento el absurdo de las situaciones y la exagerada candidez de los personajes se vuelve coherente. Aunque a primera vista puede parecer un cineasta del absurdo, el delirio del cine de Obayashi nace como respuesta a la confusión de haber sobrevivido un genocidio.
La segunda obra japonesa que me impactó viene de la mano de un director que sí podríamos calificar de absurdo. Night Is Short, Walk on Girl de Masaaki Yuasa puso la dosis de anime con una comedia que da gusto ver en medio de una lista de películas generalmente más “densas”. Esta nos presenta a “La chica del pelo negro” en una serie de episodios que varían de tono y tratamiento prácticamente en cada nueva secuencia. En una noche ridículamente larga, la protagonista se enfrasca en concursos de beber alcohol, hace visitas médicas a varios amigos, se une a un grupo de teatro clandestino, y realiza una serie de tareas inconexas. Ambientada en el universo de su serie The Tatami Galaxy (2010), es más difícil hallar un discurso unificador en el cine de Yuasa. Si bien reaparecen sus preguntas en torno a la identidad y el paso a la adultez, también se trata de un director capaz de meter segmentos musicales o desaparecer personajes sin necesidad de dar explicaciones. Su discutido uso de los software flash se vuelve aún más extremo, tratándose de su obra más digital hasta la fecha. La estética “barata” y compuesta por capas es otro de los elementos con los que el director juega sin sentir la necesidad de justificarse. Aun así, Night Is Short, Walk on Girl resulta menos delirante que obras anteriores como Mind Game (2004), pero resulta satisfactorio ver a un director con un sentido tan alto de la diversión pura en un festival como Rotterdam.
Apuntes finales
¿Cómo procesar una serie de películas de distintas secciones, mientras se salta entre sala y sala en una ciudad desconocida? No resulta fácil destacar los puntos que resuman mi experiencia del festival sin sentir que estoy omitiendo demasiado. ¿Qué decir sobre el ejercicio de teoría activa que proponen la interesante Les Unwanted de Europa (Fabrizio Ferraro) y la errática Le film de Bazin (Pierre Hébert)? ¿Debería mencionar algo sobre Los versos del olvido (Alireza Khatami), única presencia semi-nacional en el festival? ¿Por qué omitir la pequeña decepción que fue Insect, lo último del gran Jan Švankmajer? Asistir activamente a un festival exige un ejercicio de cinefilia activa: la relación que se da entre filmes es tan importante como los destacados particulares. Sin embargo, esta relación también se revela (y muta) con más lentitud. Por ahora solo queda esperar con optimismo la llegada de Azougue Nazaré y Hanagatami a territorio nacional.