Informe XLIII Festival Internacional de Animación Annecy: Diferentes dimensiones de la Animación
Por Antonia Piña
Como cada año, el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy abrió sus puertas para recibir a más de 12.300 acreditados de todo el mundo, que llegan a deleitarse con las novedades en el mundo de la animación. El país invitado esta 43ª edición fue Japón, que cuenta ya regularmente con una alta participación en el festival. Este año las obras japonesas dominaron la programación, al igual que la primera vez que se le homenajeó, hace ya 20 años, en el evento francés.
Además de proyectar clásicos, como El castillo en el cielo (Hayao Miyazaki, 1986), primera película del Studio Ghibli; Mary y la flor de la hechicera (Hiromasa Yonebayashi, 2017), primer largometraje del Studio Ponoc; o Interstella 5555: The 5tory of the 5ecret 5tar 5ystem (2003, co-producción franco-japonesa con los éxitos de Daft Punk), el festival contó con una extensa exposición de obras de animadores y directores japoneses que se encuentran trabajando con estilos experimentales y técnicas nuevas. Sin embargo, los Cristales este año se los han llevado producciones de varios países, resultando en una selección bastante más variada en estilo, temática y origen que otras ediciones.
I Lost My Body
Este año, el premio a largometraje en competición fue para I Lost My Body, dirigida por el francés Jeremy Clapin y co-escrita con Guillaume Laurant (Amèlie), basada en su última novela, Happy Hand.
Utilizando técnicas mixtas de animación 2D y 3D, este particular y emotivo drama nos presenta a Naoufel, un joven marroquí, que llega a vivir a Francia tras quedar huérfano de pequeño. Naoufel trabaja ahora como repartidor de pizza en un humilde suburbio de París, donde conoce a Gabrielle, una bibliotecaria hípster con la cual entabla un tímido e inocente romance. Paralelo a este escenario, la historia da un giro excéntrico e inesperado, dando paso a un estado de incertidumbre que nos acompañará hasta el final. Tras un accidente misterioso que no se nos muestra con claridad, el protagonista pierde una mano y ésta cobra vida propia, rondando por las calles de París en busca de su cuerpo. Desde la perspectiva de la mano desprendida, vemos cómo ésta emprende un frenético viaje por la ciudad, peleando contra ratas en el metro, escapando de camiones de basura y navegando el tráfico parisino como si se tratase de una mascota que busca retornar al hogar a toda costa.
Clapin nos guía por un laberinto temporal en el cual vamos recolectando pistas sobre los sucesos, saltando entre los recuerdos confusos de la mano (lecciones de piano, sintiendo la brisa asomada por la ventana de un auto), nos vamos acercando a descifrar quién es Naoufel y qué ha pasado con el resto de su cuerpo. La película se desenvuelve en un tono cómico y serio simultáneamente, apoyada de una estética de cómic realista que transforma la premisa fantástica de la mano viviente en algo convincente y real. La animación híbrida de I Lost My Body logra conectarnos emocionalmente con la narración pese a sus elementos surreales, y nos involucramos en la búsqueda. La música y el diseño de sonido del film (sobretodo en algunas escenas de flash-back) juegan un rol casi tan protagónico como las visuales para lograr esta atmósfera realista y absorbente. El director nos pide paciencia a cambio de un relato complejo que va desenmarañándose delicadamente, donde vamos encariñándonos con Naoufel y queremos dar respuesta a todas las interrogantes que surgen del misterio de su mano.
I Lost My Body es el primer largometraje de Clapin, y no fue una sorpresa que saliera premiado en Annecy. Ya el mes anterior se había presentado en la semana de la crítica en Cannes, donde ganó también el Grand Prix.
Away
Otro descubrimiento, que se llevó el premio en su categoría ContreChamp, fue la película Away, del joven director letón Gints Zilbalodis. Así como en I Lost My Body la animación es tan realista que pasa inadvertida, en Away ocurre todo lo contrario; la historia es una constante referencia a la animación en sí misma, y su gráfica 3D es quizás el elemento más importante de esta fábula minimalista.
Un niño se estrella con su paracaídas en una extraña isla, donde encuentra una motocicleta abandonada y un mapa. Sin saber cómo salir de ahí, comienza a recorrer el territorio desconocido, descubriendo paisajes y animales que podrían ser salidos de Ponyo o El Viaje de Chihiro. Un amistoso pájaro lo acompañará en el resto de su travesía, al igual que un monstruo gigante e intimidante que lo sigue a la distancia y que no se detendrá hasta tragárselo. Este gigante oscuro y difuminado será lo que gatille la historia de este viaje, como una constante amenaza que no sabemos si es real o sólo la manifestación de los miedos del niño; esto quedará a libre interpretación. Resulta inevitable encontrar similitudes con La tortuga roja (Michaël Dudok de Wit, 2016), largometraje también sin diálogos que transcurre en una isla llena de criaturas y rincones que nos dejan en un estado contemplativo.
Con una estética que asemeja un 3D rudimentario de los 90s, Away está lleno de momentos hipnóticos que funcionan por sí mismos quizás mejor que en su suma, y se vuelve evidente que la narrativa lineal no es el plato fuerte de la obra. El héroe en motocicleta a toda velocidad atravesando un lago que refleja como espejo el cielo, donde cientos de pájaros blancos lo escoltan en un paisaje de acantilados y nubes. Secuencias como ésta nos sumergen en el atractivo universo creado por Zilbalodis, quien tiende a mostrarnos esta suerte de videojuego no acabado, como si se tratase de la representación del proceso creativo en sí mismo.
Zilbalodis -de 25 años- ha trabajado de manera completamente autónoma en su primer largometraje. Comenzó hace cuatro años sin un guión ni un storyboard del todo claro, más bien fue refinando la historia a medida que diseñaba los diferentes escenarios en el software de animación 3D, Maya. Este proceso de trabajo es quizás lo que hace tan interesante la película en su totalidad, y la dedicación de su autor se puede notar en cada plano. Si bien Away se queda un poco corto de guión y a ratos se echa de menos una historia más pulida, el largometraje deja el festival de Annecy como una de las joyas de la competencia que de seguro posicionará a su realizador en el campo internacional para futuros proyectos.
Memorable
El Cristal para mejor cortometraje, categoría que algunos consideran como la más importante del festival, se fue para el francés Bruno Collet con su obra en stop motion Memorable. La producción de Vivement Lundi cuenta la historia de Louis, un talentoso pintor que lucha contra el alzheimer, y de cómo el mundo que lo rodea, incluyendo a su mujer Michelle, se va transformando en un torbellino de confusión y surrealismo. Lo único que el artista logra retener a medida que envejece es el recuerdo de su arte y del amor de su vida.
Llevándonos en un recorrido vertiginoso por el arte moderno, Memorable logra transportarnos a la mente atormentada y desgastada del protagonista con un enfoque humano y enternecedor. Las marionetas del cortometraje están modeladas con textura de pintura, al igual que algunos de los objetos y mobiliario que parecen ir mutando y derritiéndose, lo que aporta inmensamente en la profundidad de la historia. El cortometraje logra abordar la temática del alzheimer desde un punto de vista sensible, con un tono y una técnica de animación que dan en el clavo. Memorable se llevó también el premio del público, lo cual quedó en evidencia durante el estreno por la ovación que se llevó al final.
Marona, Fantastic Tale
La reconocida directora rumana Anca Damian, (The Magic Mountain, 2015) se alió con el talentoso artista Brecht Evens para dar vida a Marona, Fantastic Tale, un largometraje familiar que nos hace flotar en una melancolía propia del cine rumano, pero que sorprende con su ligereza y dulzura. Si bien la producción no se despidió del festival con un cristal en la mano, el estreno en la mítica Grande Salle de Annecy demostró un gran y emotivo reconocimiento de la audiencia.
Escrita por Anhel Damian, la película nos cuenta la vida de Marona, la novena en nacer de una camada de labradores mestizos, quien es abandonada a su suerte desde cachorra. Marona vivirá un viaje abrupto y traicionero, pasando por distintos dueños, quienes le darán un nombre y hogar diferente al cual deberá adaptarse cada vez. Lo único que se mantendrá constante en esta historia de inestabilidad y abandono, es el amor incondicional que entrega la protagonista a los humanos que la rodean.
La historia es contada desde la perspectiva canina a través de técnicas de animación 2D y 3D basadas en las vibrantes ilustraciones de Evens, quien se mueve cómodamente entre visuales abstractas sin salir de lo figurativo. El artista belga diseñó un mundo estéticamente rico y cambiante en escenarios que cuentan la travesía de la protagonista; basureros, tráfico en la ciudad, hogares temporales, callejones. Cada nueva locación de su aventura es un descubrimiento diferente de figuras, líneas y uso del color. Ocurre así también con los personajes que se van presentando. Será rescatada de la calle por Manole, un acróbata compuesto de un traje de líneas verticales que se tuercen y estiran perdiendo toda proporción. Tras ser abandonada por su primer dueño al unirse al circo, Marona pasa a manos de Istvan, un constructor amable, tosco y gigantesco que ocupa todo el espacio sin importar dónde se encuentre. Los personajes viejos tienen tonos desaturados, casi pálidos, y sus caras son tan arrugadas que muchas veces no se diferencian sus facciones.
La animación del film no sólo funciona como un escenario altamente expresivo donde transcurre la aventura, sino que crea una atmósfera positiva y liviana que convierte en un relato para niños lo que de otra manera podría ser un drama bastante oscuro. Lo que a simple vista puede resultar un estilo caótico y “colorinche”, es en realidad un universo estético diseñado para dar coherencia y aportar al relato.
Ride Your Wave
Hace dos años, Masaaki Yuasa dejó el festival de Annecy con el Cristal por su largometraje Lou Over the Wall, un merecido premio por su brillante incursión en el mundo del entretenimiento infantil, ya que el director no se caracteriza precisamente por dirigirse a este segmento del público. En 2018, Yuasa volvió al festival, pero esta vez en formato de Masterclass, donde habló de su recorrido por diferentes temáticas y estilos de sus films, y de su próximo proyecto de largometraje, que este 2019 trajo para presentarlo en el evento francés.
Ride Your Wave cuenta la historia de Hinako, una joven que se muda a estudiar en la costa para poder dedicarse a su actividad favorita: el surf. Una vez instalada en su nuevo apartamento se produce un incendio, donde será rescatada por el atractivo y simpático bombero de la ciudad; Minato. Los dos comienzan a pasar tiempo juntos, y nos hacemos parte (a través de secuencias que asemejan casi un video clip) de cómo crece su romance, siempre bajo la canción “Brand New Story”, que los personajes cantarán y transformarán en suya. El tema de la banda Generations tiene una importancia narrativa y emocional, es lo que da forma a este montaje del romance, que si bien puede resultar excesiva a ratos (la canción se repitirá a lo largo de la película) es quizás lo que mejor funciona al momento de conectarnos con los personajes y realmente empatizar con su historia. Muchas veces los animes, ya sea películas o series, intentan cultivar un romance creíble y convincente, y fallan. Ride Your Wave lo logra.
Lamentablemente para los protagonistas, su felicidad acaba pronto. Minato, intentando mejorar sus habilidades en el surf, entra al mar por su cuenta en un día de tormenta y fallece intentando salvar la vida de alguien más. Incapaz de superar la muerte de su amado, Hinako se da cuenta que puede traer su presencia de vuelta al cantar su canción favorita cuando se encuentra cerca del agua. La protagonista se aferra a esta conexión, invocando a Minato cada vez que puede (en un vaso de agua, en el río, incluso lo lleva en una botella para todas partes) hasta el punto de la obsesión. Pronto comprenderá que para seguir adelante y ser feliz deberá dejar ir a Minato y “montar su propia ola”.
Ride Your Wave podría ser considerado el trabajo más “mainstream” hasta el momento del director japonés. Excesivo, complejo, impredecible, sensorial, psicodélico, son algunos atributos que se nos vienen a la mente al hablar del cine de Yuasa, por lo que la historia de amor entre la surfista y el bombero nos deja un tanto desconcertados respecto a cuál es el camino que está tomando el realizador. Si bien lo más evidente sería atribuir el giro de estilo a un acercamiento más comercial de sus obras, debemos recordar que todas sus películas, por variadas y excéntricas que sean, presentan de una forma u otra el elemento del romance.
Yuasa se caracteriza por esconderse en laberintos narrativos, y sus películas presentan muchas capas de información que no logramos desenredar del todo, pero el amor y las relaciones románticas no convencionales son temáticas que siempre tienen un espacio (desde Mind Game, Night Is Short, Walk on Girl hasta en los demonios de Devilman Crybaby). El contraste de agua y fuego que representan Minato y Hinako es una extensión más de este concepto. Su estilo eléctrico hace que muchas veces nos encandile la complejidad y las ramificaciones de la historia y en el caso de Ride Your Wave se nos presenta la premisa de frente, sin parafernalia ni decoración. De cierta forma, está priorizando la simplicidad sin sacrificar su estilo. Logra infiltrar grados de locura en un relato más bien “normal” (que Hinako camine con un delfín inflable lleno de agua que contiene el espíritu de su novio). Bordea siempre la exageración y pareciera estar burlándose sutilmente del formato de rom-com, a la vez que le rinde homenaje.
Otro aspecto que nos confirma el sello del autor en su película, es por ejemplo escenas que asemejan un poco a documental, cuando intenta ilustrar el entrenamiento de los bomberos o del surfing, jugando con el formato y doblándolo a su gusto. La dinámica musical -que es la espina dorsal de la relación entre Hinako y Minato, y por tanto, de la historia- es a la vez un elemento clásico de las obras de Yuasa, y es al final por lo que nos sentimos genuinamente involucrados con la tragedia de la chica.
Si bien para sus fans Yuasa ha sufrido una alteración en su trayectoria como autor, y de cierta forma ven “difuminado” su estilo, es innegable que el japonés sigue haciendo lo que mejor sabe hacer; poner a su audiencia en un lugar absolutamente inesperado. Ride Your Wave es una cautivante historia de amor que carece de ese instinto más experimental y espontáneo que le han significado el premio a mejor largometraje en años anteriores, pero sin duda logra emocionarnos y quizás prepararnos para lo que será el estilo del director en sus próximos trabajos.