Informe XLII Festival Internacional de Animación Annecy 2018

Trazos dibujados que cobran vida, cómics que saltan del papel y se convierten en experiencias de realidad virtual, muñecos de alambre que emocionan con sus historias. Existe un lugar donde todo esto convive y que ha pasado a ser conocido como la Meca de la animación, el Festival de Annecy. Durante una semana al año, este pequeño pueblo medieval al sureste de Francia da la bienvenida a un extenso grupo de directores, animadores, periodistas, estudiantes y aficionados del mundo de la animación (que este año superó los 11 mil asistentes).

Con cuatro salas de cine repartidas por la ciudad, proyecciones nocturnas al aire libre y una serie de exposiciones y conferencias, el Festival sabe mezclar y satisfacer tanto al gusto por la obra experimental y cortos de autor, como al fiel de la cultura Pixar y la narrativa clásica. Es quizás esta combinación exitosa de contenido y ambiente en Annecy lo que reúne a un público diverso y hambriento por conocer las novedades de cada una de las categorías.

 

Animación en contexto

Este año, sin decepcionar, la 42ª edición vino cargada con una variedad irrebatible de temáticas y visiones, aunque el peso de la balanza se inclinó hacia la dimensión política, tal como lo evidencian los platos fuertes en competición.

Es el caso de Funan, filme ganador del Cristal a mejor largometraje, premio principal del festival. Su director, el francés Denis Do, nos sumerge en la trágica historia de una familia separada bajo el régimen de los Jemeres Rojos en Camboya en 1975. El relato se construye a través de la mirada de Sovanh, el hijo pequeño, quien es separado de sus padres y debe enfrentar una realidad teñida de miedo y violencia, aunque no se nos presenta nunca como un recurso explícito. En este sentido, Do logra involucrarnos en esta historia familiar, personal e intima, a la vez que nos adentramos en un contexto de brutalidad de una forma indirecta, sutil, nunca de golpe. Si bien a ratos navega al borde de algunos clichés narrativos, Funan es un gran ejemplo de cómo largometrajes de animación han logrado hacerse camino en temáticas complejas y obscuras, utilizando la técnica como lenguaje y no descansando en ella como un fin visual. Esto no resta en absoluto el atractivo estético que encontramos en la obra; Michael Crouzat, responsable de la dirección de arte y gráfica, cautiva con una estética del detalle que no se entrega del todo a una representación realista. Coloridos paisajes dibujados de Camboya y atardeceres en majestuosos campos de arroz contrastan con la dolorosa trayectoria de los protagonistas.

Siguiendo la línea de Funan, la ganadora del Premio del Jurado y del Público de esta edición, The Breadwinner, pone sobre la pantalla un reclamo político a través del punto de vista infantil e ingenuo de sus protagonistas. Este largometraje, el tercero producido por el estudio irlandés Cartoon Saloon y dirigido por Nora Twomey, ya es tema de conversación desde su nominación a los últimos Oscar.

The Breadwinner

El filme maneja con ternura y sensibilidad el sufrimiento de una familia en Kabul durante la época del gobierno talibán. Al ser su padre detenido, la familia de Parvana -la protagonista- se queda sin recursos y, debido a que las mujeres tienen prohibido trabajar, deberá hacerse pasar por un niño. Se trata de una clara reivindicación de la mujer en el Oriente Medio, que, a través de la historia de Parvana, denuncia la violencia y brutalidad sufrida en Afganistán. La mirada infantil del drama se apoya en el relato paralelo de un cuento que la niña narra a su hermano pequeño, como vía de distracción para el espectador, como escape de la realidad de los mismos personajes. Aquí, el sello estético de Cartoon Saloon no pasa desapercibido, vemos presente el legado de la animación tradicional 2D en la simpleza de los gestos de los personajes, que contrastan inteligentemente con un estilo de “cut-out” de animación de papel en la fábula que narra la protagonista. The Breadwinner nos transmite la importancia del “story-telling”, la historia como motor de la memoria, la narración como toma de conciencia de nuestro lugar en el mundo.

 

Stop-Motion en el festival: Casa Lobo e Insects

Casa Lobo (1)

Siendo el primer largometraje chileno en competición oficial del Festival de Annecy, Casa Lobo, de los directores Cristóbal León y Joaquín Cociña, se llevó este año el Premio de Distinción del jurado. El filme se presentó durante la primera jornada de Annecy, debutando en tierras francesas en compañía de su co-director Cociña.

Alejándose bastante de una obra de narrativa clásica, Casa Lobo es una propuesta inquietante y poderosa, donde la animación stop-motion juega un rol protagónico con un destruir y construir constante del espacio y sus personajes. El filme, cuyo set fue concebido a la vez como una instalación artística cambiante durante su grabación, cuenta la historia de María, una niña que encuentra refugio en una casa en medio del bosque, tras huir de la secta alemana Colonia Dignidad, en el sur de Chile. Esta casa será escenario y testigo de la perturbadora narración de María, quien se esconde y deambula por el lugar con miedo a la amenaza que se encuentra al otro lado de las paredes. Habitaciones, muros y ventanas sirven de lienzos que se manchan, pintan y transforman, animales que mutan del dibujo a criaturas tridimensionales, objetos domésticos que cambian su aspecto en una coreografía un tanto siniestra e hipnotizante.

El stop-motion deja aquí de ser un recurso para representar la realidad y pasa a ser un personaje más. Vemos a la vez el proceso físico de la animación y su resultado. Se nos enseña el trabajo plástico de los autores como parte del desarrollo de la historia, creando un paralelismo temporal con la duración del rodaje, evidenciado por relojes que avanzan frenéticamente o velas que se consumen en unos pocos segundos.

Da gusto cuando la técnica de animación no sólo acompaña, sino que potencia y nutre de simbolismo al relato. En Casa Lobo, la materialidad y el movimiento son el hilo conductor de los temerosos murmullos de María, su relación con el lobo, con la casa, con el miedo y las pesadillas. Esta contraposición de elementos y escala reales, insertos en un mundo onírico donde nada es estático, nos hace una referencia casi inevitable al connotado director y animador checo Jan Svankmajer, conocido por sus obras surrealistas en stop-motion. Casualmente -o no tanto-, este año se presentó en Annecy el último largometraje de Svankmajer, Insects, sumándose a la lista bastante numerosa del festival de obras realizadas con esta técnica.

El filme juega con el espectador de principio a fin, cruzando la barrera de ficción, making-of y documental. El escenario propuesto por el director, que es una obra de teatro, se reinventa constantemente con intervenciones del mismo Svankmajer, deteniéndose a explicar el proceso de la animación cuadro a cuadro. Nos muestra cómo se producen los efectos de sonido, el maquillaje, y todo el backstage para lograr el movimiento de objetos inanimados. El autor nos permite entrar en el proceso de la obra, ser parte de la creación y transformación de sus personajes, casi como un homenaje al propio stop-motion como narrador, similar a lo que ocurre en Casa Lobo

Insect

 

Masaaki Yuasa

El próximo año el país invitado por el festival será Japón, nación que ha representado ser un gran exponente en el evento y en el cine de animación en general. Esta vez pudimos apreciar largos como Mirai, del director Mamoru Hosoda, y Okko’s In, de Kitaro Kosaka, considerado como la mano derecha de Miyazaki en varias de sus películas. Con la sensibilidad que los caracteriza, ambos directores proponen en sus obras una invitación a la reflexión sobre la vida, la familia y la tradición, mezclando mundos de fantasía y realidad que conmueven.  

Mind Game

Dentro de los exponentes de Japón en esta edición, un evento que opacó las funciones en pantalla grande fue la Masterclass del cineasta Masaaki Yuasa, ganador del Premio al Mejor Largometraje el 2017 con Lu Over the Wall. Si bien cuenta con una vasta trayectoria como director de animé, su reputación ha crecido abruptamente con sus últimos trabajos, incluida la serie de Netflix Devilman Crybaby. Su estilo no es fácil de definir, y sin embargo, su sello auténtico resulta inconfundible en películas como The Tatami Galaxy, Ping Pong: La serie o Mind Game. La estética varía no sólo entre sus obras, sino también dentro de ellas, ya que Yuasa permite la total libertad creativa de sus artistas colaboradores, potenciando la riqueza visual dentro de cada escena. Los animadores, dibujantes de fondos y diseñadores que participan en los proyectos del cineasta cuentan con un nivel de autonomía a la hora de crear que no es muy común en un rubro con poco espacio para la improvisación. Lo interesante de esto se aprecia en cómo la historia se desarrolla con escenas sin mucha linealidad visual, sorprendiendo al espectador con cambios de estilo que parecieran congeniar perfectamente en su conjunto.

Los mundos creados en sus obras parecieran muchas veces ser una corriente de conciencia del director, quien, en sus propias palabras, “nunca se ha sentido particularmente atraído por la realidad”. Durante la charla, Masaaki Yuasa compartió su recorrido desde los inicios, revelando cómo el feed-back del público y la crítica a sus filmes ha sido siempre un motor para alcanzar un mejor resultado, para expresar un mensaje inteligible sin perder su esencia. Su preocupación por adaptarse a la audiencia es algo que no resulta del todo obvio en un artista como él, cuyos trabajos se caracterizan por llevar su original personalidad en cada detalle. Es quizás este diálogo invisible con sus espectadores a lo largo de su carrera lo que resulta fascinante de su “estilo propio”, que se adapta con cada proyecto, sin poner límites a sus colaboradores y dejando espacio para la espontaneidad.

Para sorpresa del público, el evento finalizó con el anuncio de su nueva película para el próximo año, que tratará sobre una “simple historia de amor”, donde el agua jugará un rol importante al igual que en varias de sus películas. Aunque Yuasa no reveló en profundidad el argumento del largometraje, los bocetos de los personajes y escenarios que se mostraron en pantalla fueron suficiente para entusiasmar a todos los asistentes, que sin duda estaremos expectantes cuando este nuevo proyecto vea la luz.

Sin disminuir la diversidad y cantidad de técnicas de esta edición 2018, la presencia del stop-motion, animé y animación de corte más experimental no pasa inadvertida, fortaleciendo la idea que el Festival de Annecy nos transmite cada año: la relevancia de la animación como medio de expresión, como una herramienta visual independiente de su género, temática y técnica.

 

Antonia Piña